viernes, 16 de diciembre de 2011

Un método diferente para un fin diferente

Analistas, cesen. Nada más erróneo que una visión errónea para querer explicar un fútbol tan superlativo como mal visto. Porque la humanidad avanza en una era comunicacional que vincula a todo con todos, sin embargo en el mundo de la pelota parece haber una división bien pronunciada: ellos y nosotros, un charco inmenso en el medio y un sinfín de diferencias que no serían tales si así no lo pensáramos. Y es que entre América y Europa existen diferencias, está claro. Pero no por ese sinfín de excusas que intentan imponernos.

Mi ilusión se ha convertido por un buen rato en realidad. Porque hace mucho que la vengo palpitando pero nunca imaginé que iba a salir tal cual lo personificaba mi cerebro. Porque yo sabía que la U de Chile tenía un equipo fuera de serie. La primera vez que lo observé ya le noté algo distinto; algo “europeo”, como le llaman ellos, los analistas que todos los días evito en la televisión.  Porque el equipo chileno demostró algo a lo que no acostumbramos, contradiciendo a los millares que sostienen hasta el hartazgo que “en Sudamérica no se puede jugar como allá”.

Y vaya si los chilenos han despedazado esa teoría. Porque con un argumento distinto, extraño, salieron a hacerle frente a los paradigmas históricos: “el fútbol sudamericano es trabado y lento”; “la final de una copa se gana metiendo”; “acá es imposible hacer un juego de posesión como en España”. Este grupo de anónimos chilenos ha ido por un camino desconocido, y le ha sacado agua a las piedras, por más que millares de personas hayan sentenciado una y mil veces que dentro de las rocas sólo se encuentra más roca.

Me sigo preguntando por esas diferencias tan marcadas entre un continente y el otro. Plata, recursos, capacidad, cultura, todo suma. Y en este momento se me viene a la mente una anécdota tan descriptiva como PRECISA: Hace poco charlé con un entrenador, esos diferentes, a “la europea”, como le llaman algunos. Él volvía de un curso de fútbol en Buenos Aires bastante reconocido. “¿Y? ¿Cómo estuvo la capacitación?”, le consulto. Me hace una mueca que me ayuda a percibir varias sensaciones y luego continúa:
-Te voy a contar lo que me pasó uno de los días- me dice y prosigue -fuimos al entrenamiento del Boca, el puntero y, sin dudas, el mejor en la actualidad. Esperaba ver algo descomunal, fuera de serie. Y finalmente fue más de lo mismo: reducidos, pasadas y remates de media distancia. Así de crudo. Cuando terminó el entrenamiento le levanté la mano al coordinador del curso (una persona muy reconocida en el medio) y le pregunté con el mayor respeto posible: “¿Esto es entrenar fuerte para usted”? Y me respondió sin dudarlo: “acá entrenamos así, es lo más fuerte que se puede en nuestro medio”.

Y ahí encontré la respuesta a todas mis preguntas. En Sudamérica no conocen -o no quieren conocer- una realidad distinta a la del otro lado del charco. Esa realidad que Jorge Sampaoli le hizo conocer a la U de Chile. Una realidad que los terminó haciendo diferentes al resto. Diferentes y mejores, simplemente con trabajo. Trabajo de verdad.

martes, 13 de diciembre de 2011

¿Yo o el equipo?

Allí se eleva la bandera de la sospecha, cada vez más alta y radiante. Y es que en Argentina parecen haber motivos para sospechar. Porque el fútbol, entre otras cosas, se ha convertido en una colección de galardones que se conectan con la noche. Sí sí, se entendió perfectamente. Hablar del fútbol y de la noche no tiene ninguna relación con ese picado de los jueves que empieza a eso de las nueve y termina con la última carcajada de ese grupo de amigos eternos. Lejos de eso, aquí la noche tiene un sinfín de compañeros fieles. Y entre ellos se encuentran muchos futbolistas sometidos por los encantos del alcohol y las mujeres. Sin embargo, siempre es mejor remarcar las fortalezas que profundizar en las fallas. Por eso vale la pena volver a hablar del Barcelona. De sus encantos y de sus anomalías. De un estilo que rebasa al propio fútbol y se extiende a la vida.

“No soy policía, a las 10 de la noche estoy durmiendo y no tengo ganas de controlar a mis futbolistas. Por eso prefiero que estén en casa con sus familias y no en un hotel, encerados, sin nada que hacer”.  Guardiola habla y el mundo queda desconcertado. Y es que realmente es un contracultural. ¿Por qué aquí se concentra con dos días de anticipación al partido y en el Barcelona prefieren que cada cual duerma donde se le dé la gana? ¿Es por eso que son los mejores?

Ya lo dije el excelso Phil Jackson: “Los buenos equipos acaban por ser grandes equipos cuando sus integrantes confían los unos en los otros lo suficiente para renunciar al ‘yo’ por el ‘nosotros’”. Y es así de sencillo. El Barcelona ha creado el proyecto perfecto. Eso se consigue cuando la estructura vale más que cualquiera de sus piezas. Cuando nadie es imprescindible. Ni el propio entrenador, ni el mejor jugador del mundo. Todos entienden que los objetivos del grupo favorecen a las individualidades. Entonces, viven por y para el grupo. Tienen un sentido de pertenencia supremo y se rehúsan a defraudarlo.

Mientras tanto aquí, del otro lado del charco, los beneficios personales le ganan por goleada a los grupos. Aunque pocos tienen la capacidad de entender que los grupos alimentan más que cualquiera a los beneficios personales. 

domingo, 11 de diciembre de 2011

Los medios del mejor de la historia

Salir jugando desde el fondo pudo haber significado el primero y más importantes de los fracasos en la era Guardiola. Porque significaban seis puntos de diferencia. Suponía la primera derrota en un derbi, por la liga. Promovía la confianza de su eterno rival. Y, sobre todo, ponía en amenaza a lo que nunca estuvo: el estilo.

Quique Wolff, esta vez en el papel de comentarista, anonadado como cualquiera, garantizó que “estos goles tempraneros rompen el libreto original. Te obligan a cambiar de planes”. Por supuesto, Quique. Acá, en la China y en Bangladesh un gol a los 30 segundos tal vez lo modifique todo. Pero estamos hablando del Barcelona; el único que en la adversidad se aferra a su idea como su única salvación.

Pasaban los minutos, la filarmónica desafinaba un poco más de lo normal, pero continuaba intentando tocar su partitura clásica. Y así por así, cuando la obra transitaba en un bache desalentador, apareció el mejor de los solistas y con cuatro o cinco solfeos le terminó sirviendo a un compañero la conclusión de una pieza maestra. El mejor de los finales, gol de Alexis Sánchez. Uno a uno y nada nuevo bajo el sol: las caras de Mou, los alaridos de Guardiola, un centenar de toques continuos del Barça y contragolpes del Real Madrid que superaban al propio Usaín Bolt y sus 100 metros más veloces que cualquier otro.

Volvió la filarmónica, tan bella y radiante, a ser la misma de siempre. La que toca once partituras distintas que suenan de manera espléndida en soledad y que, juntas, forman parte de una sinfonía perfecta. Por más que enfrente tengan a su eterno rival, que, a su manera, también se asemeja a la perfección. Por más que haya imprevistos que te obliguen a cambiar de planes. Siempre hay un motivo para seguir oficiando de artista.

Y nuevamente así por así, en unos de esos momentos que le llaman casualidades aunque formen parte de las causalidades, el Barcelona volvió a inflar la red, con una de esas carambolas que cada tanto hacen justicia. Y el Real Madrid tuvo profundidad pero careció de eficacia, el as de espada que siempre enriquece a los equipos de Mourinho. Entonces, sin eficacia blanca y con la catarata de pases blaugrana, el tres a uno se cayó de maduro, de un árbol que al nacer suponía una cosa y terminó siendo otra muy distina.

¿Suspicacia ante el error? Nunca. Guardiola habló tras el partido y fue coherente con el equipo que presenta: “o eres valiente o muy valiente”.  Valdés prefirió ser muy valiente. Porque de eso se trata la vida y también de eso se construye el fútbol: nunca traicionar tus ideales. Y de eso también se trata la era Pep: no le temas al fracaso y siempre, sin excepciones, salí jugando desde el fondo. Aunque el mundo entero hubiese hecho lo contrario. Tal vez por eso son el Barcelona.



miércoles, 7 de diciembre de 2011

Homenaje al silbato más agradable de la historia


Eterno propietario de improperios. Dueño del oficio más maltratado del mundo: el que se equivoca consigue el peor de los castigos, el que acierta sigue siendo anónimo y magullado. Sopla y vuelve a soplar. Con una bocanada de amor por la tarea que resiste a un estadio repleto insultando a su vieja. Con tal de pertenecer, a ese espacio verde sagrado que reúne a los agraciados. Así es la vida del árbitro. Y un poco menos así, fue la de Héctor Baldassi.

Dijo adiós, colgó las tarjetas. El único silbato que contestaba con risas a las puteadas. El sentenciador menos discutible del país. La persona que desterró la idea de que amistad y arbitraje no podían conjugarse en un mismo planeta. Y además, dicen, el que mejor juzgaba.

Y así por así, de un día para el otro, 22 estrellas se quedaron sin risas, sin absurdos. Porque la figura de un árbitro a carcajadas con un jugador generaba eso, un absurdo. Era como ver a un unitario sonriendo con un federal o a David divirtiéndose con Goliat.

Galeano le dedicó un poema a esa figura tan precisada y detestada al mismo tiempo. “Única unanimidad del fútbol: todos los odian”, sentenció. Ya no, Eduardo. Hubo alguien que destrozó su sentencia. Alguien que innovó el oficio de árbitro. Alguien que el domingo colgó su silbato jovial. El único silbato que mereció este pequeño homenaje.

lunes, 5 de diciembre de 2011

El nivel del campeón


“Boca fue el mejor”, repetían una y otra vez los protagonistas, cuando le consultaban los motivos de un título risueño. Parecía un discurso ensayado. Una repetición casi sistemática de algo indiscutible: un campeón tan abultado es, sin dudas, el mejor. Alguna vez un pensador dijo que “la duda es la jactancia de los intelectuales”. Tal vez, en este caso, sea conveniente dudar. Dudar hasta el hartazgo o hasta que algo -o alguien- sentencie la aparición de una única verdad. Dudar hasta que Boca sea considerado “el mejor” o haya pruebas que dictaminen lo contrario.

El fin de semana, como es habitual, miré casi una decena de partidos de fútbol. Sin embargo mi análisis estuvo centrado en dos. Uno de ellos fue Boca-Banfield, el puntero frente al último, el éxito ante la frustración. El otro fue Racing-Villarreal, fútbol español; el 15º contra el 18º. A simple vista, una conjunción de carencias.

Antes de la observación intenté dilucidar qué significa, en mi consideración, que un equipo juegue mejor que otro. Llegué a la conclusión que el mejor era, para mí, quien construía oportunidades mediante una posesión sólida y vertiginosa. Además, el equipo más intenso, en defensa y en ataque. Y, por último, el que mayor precisión denotaba entre lo que hacía y lo que intentaba hacer.

Por supuesto, cuando uno elimina los paradigmas afloran las sorpresas. Porque el Racing y el Villarreal mantuvieron mayores posesiones que el propio Boca, aunque se haya medido con el último del certamen. Porque, a simple vista, los equipos españoles tuvieron mayor intensidad. Un jugador del conjunto Xeneize llegó a tener la tenencia de la pelota por nueve segundos, como máximo. Mientras que en Santander, quien más tiempo la tuvo no superó los cuatro. Eso no resuelve a un “mejor”, pero sí esclarece la diferencia de velocidades.

Si Boca hubiera formado parte del torneo español ¿en qué posición culminaría? Es una pregunta sin respuesta. Es probable que el torneo argentino deteriore a los buenos equipos. Porque uno suele mimetizarse con el nivel de la competencia que disputa. Tal vez por eso el décimo octavo equipo español exhiba mayor intensidad que el primero argentino. Tal vez Boca fue, el mejor de Argentina. O tal vez haya sido el menos peor.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Votame que no te boto



La tía Elvira se considera apolítica. Asegura que la política no sirve para nada, que son todos unos estafadores y que no le interesa en absoluto lo que suceda en ese ámbito detestable. Posiblemente la tía no tenga la capacidad suficiente para entender que ella no es apolítica sino apartidaría. Que la política es una cuestión que nos pertenece a todos y que no debería funcionar como una mala palabra. Por más que el pasado desapruebe cualquier intento de amparo, la política y el deporte pueden funcionar como aliados. Aunque la historia repruebe el argumento y el presente siga dando muestras de una cuestión olvidada.

En estos días, varios clubes de primera división elegirán a sus futuros presidentes. La situación se repite: un conjunto de astutas personalidades bien trajeadas que garantizan algo nuevo y distinto. Mientras tanto, los millares de socios prestan atención y se inclinan por el discurso que se percibe más honesto.

¿Qué debería tener un presidente ideal para un club argentino? Es evidente, por más que se creen varios espejismos, aquí siempre terminan reinando los resultados. Por eso, un líder ideal debería conjugar la inteligencia de invertir en lo que a nadie le importa (inferiores, educación, entrenadores juveniles, infraestructura, pensión) y, al mismo tiempo, contar con la fortuna de que al equipo de primera se le estén dando los resultados deseados. De esa manera  el presente traerá satisfacciones y en el futuro se podrán cosechar los frutos de un trabajo eficiente y duradero.

Mientras la pasión continúe soslayando a la razón, el fútbol seguirá exigiendo efectos. Y las causas seguirán relegadas, hasta que el cortoplacismo sea interrumpido por una política contracultural. Una manera diferente de ver las cosas, donde se acaben los parches y dominen las planificaciones. Pero, nuevamente, mientras no haya resultados no habrá calma. Y mientras no haya calma no se podrá dejarle de prestar atención a los parches.

En esta realidad estereotipada, Boca, Racing, Independiente y Banfield eligen presidente en los próximos días. Con distintas realidades, los líderes políticos luchan por una misma causa: gobernar sus clubes e intentar sacarlos adelante, en un presente argentino tan crítico como su fútbol. Aunque, tal vez, ellos también estén concentrando sus energías en el lugar equivocado. Tal vez deban pensar cómo hacer que el deporte vuelva a ser aliado de la política. Y que la tía Elvira vuelva a confiar en ellos. 

lunes, 21 de noviembre de 2011

La explicación de los milagros



“¡Milagro! el Athletic vence en Mestalla tras 18 años”. El desenfreno del periodista partidario traspasaba la emisora radial. Perforaba también los oídos del puñado de seguidores fieles que acompañaban al equipo a través de su voz; de sus expresiones conmovedoras que resonaban en lo más profundo de los corazones bilbaínos. Porque nada es casualidad, ni siquiera las palabras del relator, que determinó hacer referencia a un milagro.


Seguramente ese narrador empedernido no haya conocido la primera charla entre Marcelo Bielsa y sus jugadores. Donde los atentos oídos de unos muchachos sorprendidos contemplaban a  un loco que les aseguraba hasta el hartazgo que no había motivos para perder en ninguna cancha. Asentían con la cabeza, pero no con el corazón. Como los millares de hinchas del Athletic que no se animaban a creer. Como toda España y como los entusiastas del fútbol en el mundo entero. Todos acorralados por una catarata de paradigmas que amenaza con ser eterna: intentar ganar de local y empatar de visitante; defenderse con los equipos poderosos y, si los planetas están alineados, conseguir un empate.

Pero ese loco les habló de otra cosa. Como Newton y la manzana; como Pascal y la calculadora; como Gutenberg y la imprenta. Era algo alocado, utópico y hasta ridículo. Les aseguró que pelearían por todas las copas que disputen. Les afirmó que estarían a la altura de las circunstancias y que no habría rival invencible. Que solamente necesitaba tiempo.

Y así, con el tiempo como único indispensable, Bielsa fue cumpliendo con su palabra. Primero arribó un juego ofensivo que los bilbaínos no contemplaban hacía varios años. Luego, vino ese equipo excelso, que frecuentaba en un nivel supremo desde el anonimato de sus jugadores. Y, finalmente, la disputa de la posesión al mejor equipo del mundo, colocándolo al borde del precipicio, aunque el destino -o Messi- no hayan querido empujarlo a un abismo digno.

Sin embargo, como bien interpreta José Ingenieros en su obra maestra “El hombre mediocre”, "Lo que ayer fue ideal contra una rutina, será mañana rutina, a su vez, contra otro ideal". Por eso el buen juego pasó a ser parte de la rutina para el Athletic. Ya no se considera un ideal intentar atacar en territorios ajenos.

No obstante, los imposibles parecen seguir persiguiendo al conjunto bilbaíno. Como el relator, que tras el 2 a 1 de ayer, después de una racha negativa de casi dos décadas, inyectó su discurso con el rótulo de milagro. Aunque Bielsa repita una y otra vez que no existen. Y que eso se llama trabajo.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Las fases del buen juego


La opinión emerge. Los argumentos  parecen sobrar. Todos discuten. El total de los analistas cree estar en lo cierto. La disputa es clara, ¿la Selección Argentina jugó un buen segundo tiempo? Las respuestas son muchas y diversas. La realidad es una sola, aunque se mire de mil maneras.

Dicen que los paradigmas definen nuestra manera de ver el mundo. Se puede discutir durante horas, se puede revalorizar una y otra vez el vigor de un argumento. Sin embargo, hay una cuestión mucho más poderosa que definen estas controversias: los ojos con los que vemos el mundo. ¿Ve la imagen de aquí abajo? ¿Qué ve? ¿Una mujer? ¿Cuántos años tiene? ¿Qué lleva puesto?

Por supuesto, la imagen varía según el ojo del observador. Para algunos es una joven dama de clase alta y para otros es una decrépita anciana de escasos recursos. De allí debe originarse el debate de la selección nacional; sabiendo que lo que para unos es jugar bien, para otros es un mero resultado positivo.

Por eso la resonancia del encuentro frente a Colombia en los medios de comunicación reabre el eterno debate: ¿Qué es jugar bien? ¿Acaso un extremo repliegue defensivo ejecutado a la perfección no forma parte del buen juego? ¿Y un equipo intenso y eficaz pero carente de posesión no entra en ese rubro?

Tal vez, para algunos, la única verdad sean los números. Por eso consideran que Argentina hizo un buen segundo tiempo. En realidad, no hubo juego asociado, ni intensidad, ni un buen repliegue defensivo. Sin embargo el equipo hizo dos goles y no le convirtieron ninguno. Tal vez la eficacia se la única gran verdad.

 La discusión es tan inmensa como la cantidad de individuos que la piensan. La historia influye, la cultura también. Mientras unos exigen una victoria recalcando una y otra vez que los albicelestes nunca se conformaron con un empate, otros ven la igualdad con ojos de prosperidad.

Allí reside la cuestión; en los ojos. Donde unos ven un mentón, otros ven una nariz. Y donde unos ven fútbol, otros vemos una debacle.

martes, 15 de noviembre de 2011

Lo que miramos y no vemos


Miramos a una Argentina fría, mísera, vacía. Miramos a un equipo de estrellas y reiteramos sus fracasos hasta el hartazgo. Miramos y la oscuridad de un equipo repleto de carencias no nos deja ver. Miramos y no vemos que no es una cuestión de voluntades. El árbol nos priva de ver el bosque y la pasión no nos deja ver el fútbol.

Hay una fábula añeja que personifica varias cuestiones de este presente opaco:
Supongamos que me encuentro en un bosque y me topo con una persona que está cortando un árbol con una sierra.
Lo observo un segundo e inicio el diálogo: -¿Qué está usted haciendo?
Me contesta ofuscado: -¿No lo ve? Intento cortar este árbol.
Continúo: -Se ve muy cansado, ¿hace cuánto tiempo que está con este árbol?
-Unas cinco horas- Me mira y prosigue con su tarea.
-¿Y por qué no se detiene un segundo a afilar la sierra?- le consulto.
-No tengo tiempo, debo terminar de cortar el árbol.  
Cuanto más pasa el tiempo, más intenciones de cortar el árbol tenemos y menos nos detenemos a afilar la sierra. Porque esa es una cuestión importante, pero no urgente. Porque invertir en las juveniles “no es una cuestión prioritaria”. Porque lo que en realidad se necesita son resultados, entonces, sólo nos enfocamos en eso. Ésa es la cuestión. Allí están las energías. Así estamos.
Mientras tanto, como una mueca del destino, en lo que más enfoque hacemos -los resultados- menos efectos tenemos. Mientras tanto, “los jugadores no sienten la camiseta”. Claro, para ellos debe ser beneficioso venir a jugar a la Argentina. Viajes, cambio horario, presiones, más entrenamiento, más problemas. Sí, debe ser beneficioso.
Y nadie habla de la falta de estilos. Reclaman eficacia, individualidad, sacrificio. Alientan a Clemente porque nos representa, repudian a Demichelis porque “sobra”. Y todo eso provoca todo esto. Cuatro entrenadores en cuatro años. Centenares de identidades en cuatro años. Millares de jugadores en cuatro años. La misma política de siempre.
Y la sierra desafilada sigue intentando cortar ese árbol frondoso. Antes las eliminatorias eran una rama sencilla, hoy son un tronco de los más robustos. Mientras tanto miramos y protestamos. Miramos y no somos capaces de ver, que la sierra se debe afilar periódicamente.  Hoy más que nunca.

jueves, 10 de noviembre de 2011

El día de los recuerdos



Era una galleta amarga. Un domingo nublado. El momento perfecto para una copla de despedida. Era, al mismo tiempo,  un día de hallazgos. El de una derecha placentera, educada siempre para acariciar, nunca para golpear. El de una apología a la belleza, un propietario de sabidurías. Era, para el placer de los novelistas, el día que se despedía Diego Armando Maradona. Era, ese mismo 10 de noviembre pero de 1996, la tarde en la que debutaba Juan Román Riquelme.

El destino a veces oficia de cineasta y le regala a la historia capítulos inolvidables. Sin embargo, en ocasiones se viste de malévolo y le arrebata a la humanidad episodios supremos. Tal es así que la felicidad se construyó en dos oportunidades. Debut y despedida. En la primera fecha del Apertura 97, se fusionaron el talento y la osadía, el lujo y el potrero, Maradona y Riquelme. Precisamente frente al Argentinos Juniors de sus raíces, en un 4 a 2 inmortal, fugaz e irrepetible. La despedida los volvió a reunir justamente en la despedida. El día que la pelota, lejos de mancharse, desprendió un lagrimón. El día que el mejor entre los mejores lloró. La tarde en que el fútbol perdió a su mejor obra de arte y la gente a un individuo casi omnipotente. Y es casi porque una señorita inofensiva le cortó las piernas. Porque se equivocó y pagó.

Seguramente todos hubieran preferidos encontrarlos durante décadas en el mismo lugar, con la misma camiseta y por una misma causa. Pero no. Las circunstancias fueron menos complacientes, aunque no menos emotivas. El último partido de Diego fue un 25 de octubre de 1997, frente a River, en el Monumental.  Aquella jornada primaveral Maradona se retiró fatigado en el entretiempo, sin saber que sería el último de los últimos. Allí ingresó un joven anónimo con cara de bueno y pies aún más solidarios. Su nombre era Juan Román Riquelme. Su atributo era contracultural: ser lento.

Hoy la vida nos encuentra en otro nostálgico 10 de noviembre. El mismo día en el que diez años atrás se despidió el hombre con la mano religiosa, con la zurda de otro planeta. El mismo día en que 15 años atrás debutó el lento más rápido del mundo. Por eso la pelota está rara, contradictoria. No sabe si es un día para celebrar o sufrir. Por eso se limita simplemente a recordar.


martes, 8 de noviembre de 2011

Reclamando un estilo



Hay tardes en donde la nostalgia se pone un traje angustiante y sale a invocar viejos sucesos del pasado. Seguramente aquellos días fueron más favorables que este presente con sabor amargo.  Tal vez el viernes sea una de esas tardes, donde la memoria traiga recuerdos placenteros y la actualidad los convierta en viejos y ficticios. Quizá la Selección Argentina, ante Bolivia, recuerde aquellas jornadas memorables, donde las eliminatorias eran una circunstancia y, estos partidos, un simple trámite efímero.

Corría el mes de abril del 2001, se aproximaba otro sábado en el calendario y los planes seguían siendo los mismos: mirar fútbol y jugar al fútbol. El fin de semana ya se proyectaba y, como buen fanático de la pelota, el picado también. En eso suena el teléfono fijo, lejos estaban los celulares en aquel entonces. Del otro lado de la línea, un amigo inicia el diálogo: -“Juan, el sábado a las 16 jugamos al fútbol 5, en el club”. Ni siquiera esperó la respuesta.  Pienso un segundo y replico: -“a esa hora juega la selección, contra Bolivia ¿no lo vamos a ver?”. Del otro lado se siente una sonrisa y la contestación inminente:   -“Pero si es un trámite eso. Jugamos en el club y después vemos cuántos goles hizo el Bati”.  Aquellos días quedaron lejos. Tan lejos como la crisis económica. Tan olvidados como las clasificaciones cómodas, en las que alguna vez Argentina fue soberano.

El viernes habrá una nueva jornada eliminatoria. El conjunto albiceleste enfrenta a Bolivia. La filosofía de Alejandro Sabella todavía no está demasiado clara. Frente a Venezuela y a Chile, los planteos fueron distintos, los sistemas también.

“Por supuesto, en la selección juegan los mejores”, asegura la mayoría y reafirma Sabella con hechos. Es discutible. Los mejores no siempre son los más adecuados. Los mejores no siempre se adaptan al estilo de un entrenador. Los mejores no siempre son los mejores.

Por ideas y por acontecimientos, el conjunto nacional se bambolea en la cuerda floja hace varios años. Porque la identidad cambia, cada un par de años, al unísono con los entrenadores. Porque los jugadores no cumplen procesos. Porque se valora el fin y no el desarrollo. Porque las políticas siguen siendo las mismas. Porque la cuerda se ensancha a la par de los resultados.

Algo pasó. Los últimos años han traído malos resultados y, sobre todo, malos procesos. Sin embargo, todos reclaman. Por historia, por tradición, tal vez reclamen con razón.  La gente exige resultados. Que todo vuelva a ser un trámite, como antes. Para eso hay que empezar por el origen. Hay que reclamar un estilo.

domingo, 6 de noviembre de 2011

La revolución avanza



Llovía como si la humanidad fuera a extinguirse.  Eran las condiciones de un lugar inhóspito, extraño, distinto. El mundo acontecía otras vivencias. Sin embargo, todo se resumía allí. Hablar de un todo es esencialmente hablar de un todo: ataque, defensa, tacsisismos, verticalidad, posesión, coberturas, basculaciones, técnica, fundamentos, entrega, mística, eficacia. Athletic Bilbao y Barcelona prometían un bastante y terminaron ofreciendo un todo. Ni más ni menos que un fútbol de la nueva era.

Ya lo había dicho Marcelo Bielsa cuando le preguntaron acerca de Guardiola: “su fútbol es contracultural”. Nada nuevo bajo el sol. El entrenador y el conjunto blaugrana marcaron una revolución en la pelota. Cambiaron la manera de pensar. Rompieron con los paradigmas más profundos del juego y descubrieron un espacio del mundo que nunca había tenido comensales. Su filosofía se fue impregnando y se convirtió en un ideal. Algo lejano a lo que hay que aspirar o, al menos,  sentirse identificado.

Sin embargo el destino ha querido que la historia se construya de a varios. Por eso existen los rivales. Por eso la vida los vuelve a dividir. Y ahí están los que intentan adaptarse a la revolución y el resto, los que quedan en el camino. Allí aparece el Real Madrid de Mourinho, su adaptación al sistema y su estilo ultra vertiginoso. Hoy la revolución dio un nuevo paso, de la mano de un Athletic tan chiflado como su entrenador.

Se sabe, el clásico Real Madrid-Barcelona reúne a los que posiblemente sean los mejores 22 jugadores del mundo. Por eso comparar al Bilbao con los madrileños sería un error conceptual. Por eso la actuación de los bilbaínos promueve el progreso. Porque se trata de jugadores de segundo nivel. Se trata de un equipo humilde, como tantos otros, que no se ha quedado con la idea masoquista de entregarle la pelota al equipo de Guardiola e implorar por un empate. Eran nombres desconocidos los del conjunto rallado, hasta que un loco un poco menos loco que sus ideas les aseguró que podían ser mejores que cualquiera, en juego y en resultados.

Para ese propósito demencial primero deberían interiorizar varios recursos. Fueron cuatro meses de trabajo casi inhumano. No fue fácil comprender que en este nuevo ciclo necesitarían perseguir la pared hasta el hartazgo, olvidarse de los repliegues y aumentar -hasta la perfección- la eficacia en los relevos. Tampoco fue sencillo promover el físico a un nivel superior, donde el futbolista y el atleta se encentren en la punta de la pirámide. Además, se necesitó de una velocidad nunca antes experimentada, una técnica suprema y un avance intelectual en la toma de decisiones.

Barcelona y Athletic exhibieron un juego atestado de fundamentos; tácticos y de los otros. Cuando la humanidad suponía imposible plantearle al Barça un estilo ofensivo, el Bilbao fue coherente con sus ideales y salió a hacerle frente a la utopía. Le jugó y le ganó por goleada.

Atrás quedó el gol sobre la hora de Messi, el 2 a 2 de las mil sensaciones y el fin del récord de Valdás.  Hoy pasó algo más que eso, la revolución avanzó. La lluvia, los sentimientos y los protagonistas mostraron algo nunca antes visto. Tal vez haya parecido algo de otro planeta. Pero fue, ni más ni menos, que el fútbol de la nueva era.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Crónica de un reencuentro

Puede que aquella noche Guardiola no haya dormido. Seguramente el interrogatorio lo haya inquietado más de lo habitual. Tal vez la duda haya sido la jactancia de aquellos intelectuales. O tal vez no. Lo cierto es que indagaron e indagaron y nunca se encontraron con la madre de las verdades. Aunque, en el intento, llegaron a varias conclusiones.  

Corría el 20 de octubre del 2006. Una misteriosa visita a la Argentina de Jósep Guardiola alteraba aquellos días primaverales. Junto a él estaba su amigo, el prestigioso cineasta, David Trueba. El viaje estaba pautado hacía un tiempo; más aún el destino final: Máximo Paz, en un campo, el de los suegros de Marcelo Bielsa, más precisamente.

Fue una jornada intensa. Los argumentos iban y volvían, tan dinámicos como sus equipos suelen actuar. Bielsa ponía en constante estado de alerta a un aspirante a la primera línea de entrenadores. Compartían conceptos, discutían actitudes, revalorizaban una y otra vez el arte de pensar.

“Dígame usted, ¿por qué yo le debo dar una nota a un poderoso multimedio y negársela a una pequeña emisora del interior? Eso es un despropósito que no estoy dispuesto a afrontar”. Bielsa explicaba los motivos de su exclusiva  aparición en conferencias de prensa. La misma actitud que al poco tiempo Guardiola dispuso en uno de los clubes más prestigiosos del mundo.

Los ojos de Pep se agrandaban con el correr de las horas. La atenta vigía de Trueba no se perdía detalle alguno. Las cintas y los dibujos dominaban la escena futbolera. En eso, Bielsa vuelve a embestir: “¿Por qué decide ser entrenador? ¿no conoció aún toda la basura del fútbol como jugador? ¿tanto le gusta la sangre?”.

Está claro, ambas personalidades comparten una identidad similar en estilos. Los dos se proclaman devotos del Ajax de Van Gaal, aunque interpreten el juego de manera diferente. Los dos aman la amplitud, el orden táctico y la presión extrema. Los dos adoran el protagonismo, aunque lo ejecutan desde lugares distintos: Guardiola desde la posesión y Bielsa desde la verticalidad.

El rosarino, insistente, vuelve a indagar: “¿Tanto le gusta la sangre?”. Pep afirma: “esa sangre es una necesidad para mí”. El domingo, por primera vez en la historia, el fútbol los encontrará en una misma cancha. De un lado el Athletic de Bilbao, del otro el poderoso Barcelona. Y, tal vez, haya sangre de por medio, pero de otro tipo. La que seguramente hubiera pretendido Van Gaal. La que proviene de la posesión o de la verticalidad. La que Bielsa y Guardiola suelen provocar.

martes, 1 de noviembre de 2011

El precio de un hogar bien valuado

La catástrofe golpeaba la puerta a patadas, intentando derribarla. Se escuchaban gritos, amenazas y topetazos. En el medio del desenfreno, una voz clara y conocida intimidó: “si no hay un plan b, van a tener que desalojar el lugar”. En ese momento, al “lugar” lo habitaba Julio César Falcioni, quien de la noche a la mañana pasó de ser huésped a caudillo. Del maltrato al agasajo, vaya uno a saber por qué.

Si el fútbol argentino precisara de un símbolo obsecuente, éste seguramente sería el de un electrocardiograma en marcha. Un instante en decadencia y, en fracciones de segundo, en lo más alto del dibujo. Así es un electrocardiograma y así es el fútbol argentino: brusco y despiadado, misterioso y letal.

 Si alguien hubiera preguntado por Julio Falcioni hace dos meses atrás, nadie hubiera dudado en decir que se encontraba en la parte baja del gráfico. Los medios de comunicación hacían referencia a otro entrenador más devorado por el sistema nacional, repentino y cruel. Los dirigentes procuraban no caer en el mismo precipicio y le exigían al DT un “plan b”, como si a la hora de la contratación no hubieran examinado el “plan a” lo suficiente como para confiar en él.

 Pasaron diez semanas, toda una vida en nuestro fútbol. Alguna vez un gran entrenador aclaró: “no soy un inútil cuando pierdo, ni el mejor de todos cuando gano”. Falcioni hoy, para la mayoría, es el mejor. El Boca de hace diez semanas no era tan distinto del actual. Tenía verticalidad, posesión, amplitud y varios recursos de un equipo con trabajo. Pero claro, ése Boca no tenía eficacia. Entonces, aquel Falcioni era el peor o, al menos, lo suficientemente nocivo para echarlo del club.

 Fue el mismo día. Todavía acechaban las heladas de invierno, pero nada movía a la catástrofe de la puerta del hogar. Era 15 de agosto, día de destierro, de despedida. Todos imaginaban el fin de la era Falcioni. Sin embargo, así por así, todo cambió en un par de minutos y el que parecía un intruso, se convirtió en el capataz del lugar. De eso se trata, los resultados hacen y deshacen a su antojo. Y, muy de vez en cuando, ofician de justicieros.  

domingo, 30 de octubre de 2011

Las velitas del fútbol

-Cumpleaños de Diego Armando Maradona



Sopla, con alma y vida, evocando esas  guerras en el potrero, que de vez en cuando tenían final feliz,  o aquella final del mundo que consagró lo que ya era. Respira y vuelve a soplar, como en la vida, nunca se conforma con una sola bocanada. Es el aliento supremo, del que respiró un millón de sensaciones y fue lo que ningún otro.

Inhala y piensa, cuándo fue que su mundo cambió, cuándo dejó de ser Pelusa y se convirtió en esto. Reflexiona en esos segundos que lo separan de las velas de colores. Recuerda la primer entrevista, ésa que soñó con ser campeón mundial y el periodista lo miró con cara de compasión, percibiendo a un niño pobre y utópico. Sigue pensando, se viene a su mente aquel 20 de octubre de 1976 en La Paternal, cuando su zurda todavía era anónima y su sueño un disparate infinito.

Pasa otra centésima de segundo en su mente solitaria. Pasa el tiempo, la consagración, el pase a Boca, los imposibles que de a poco fueron siendo probables. Las primeras vueltas olímpicas. Conocer Europa. La partida al mejor equipo del mundo, el Barcelona. Más título, más gloria y más hambre. De lo brilloso a lo opaco, del escudo plagado de estrellas, al desconocido Nápoli italiano. Vencer a la utopía. Jugar un Mundial, lo máximo. Vencer a lo absurdo: ganarlo. Vencer a la ética: hacer un gol ilícito y ser el más puro. Vencer a la religión: ser el dueño de la mano de Dios.

Exhala y su mundo se vuelve blanco y negro. Recuerda lo feo, lo otro, lo que también lo transforma único entre los únicos. El hambre, el frío, lo peor de Fiorito. La parte contaminada de la pelota. Las traiciones de  los que alguna vez fueron su cimiento. La crueldad de la prensa, la hipocresía de los dirigentes. El día que le cortaron las piernas. La adicción. La soledad.

Sopla. Expulsa un aire que conjuga el absoluto. Astro, Pelusa, El Diez, Barrilete Cósmico, D10S. Se extingue la llama del 51. El fútbol está de fiesta, hoy también es su cumpleaños.


jueves, 27 de octubre de 2011

El tiempo no existe para los locos


“El tiempo te dará la razón”, proclamaba aquella bandera insulsa y olvidada. Fue genuina. Fue una colección de conjeturas plasmadas en un cacho de tela. Fue un día allá por el 2002, mientras en Argentina todavía sonaban los ecos de una crisis devastadora y el fútbol hacía equilibrio tras el peor resultado histórico en un Mundial. La voz popular pedía un cambio y el tiempo fue benévolo con sus pretensiones. Aquella fidelidad extrema personificada en el trapo de tres jóvenes desfachatados, auguró un futuro que no fue. Un presente que no para un segundo de objetar aquellas letras oscuras.

Si algún lapso irrisorio de tiempo hubiera sido la solución a tantas controversias, seguramente hoy Marcelo Bielsa sería como un inestable gráfico lineal. Tal vez las emociones, el entorno o los resultados no se crearon para ser sus aliados. Quizás su único socio siempre hayan sido sus convicciones.

Aquel pedazo de tela inadvertido en el 2002, podría haber habitado varias veces el alambrado del Estadio Monumental de Chile. Seguramente del otro lado de la cordillera algún momento estuvo repleto de “anti-Bielsas”  y hubo un par de jóvenes descarados con las mismas certezas, pero sin la creatividad de los argentinos. Allí tampoco nadie precisó darle la razón, sólo reinó la eficacia de su método y la fortaleza de su convencimiento.

Quién sabe cuántas veces hayan requerido la bandera del 2002 en territorio español. Sólo un puñado de partido lleva Bielsa en el Athletic de Bilbao y ya posee unos cuántos hinchas escépticos a su estilo particular. Los hinchas van mutando, a la par de los resultados. Mientras el conjunto vasco triunfe, como esta tarde ante el Atlético de Madrid, el resto poco importará. Porque para muchos la vida se valora en años y se mide en momentos exitosos.

Tal vez a esto se refería aquel trapo celeste y blanco, de letras negras. Probablemente ésa razón, la de resultados y discípulos, algún día aparecerá. Sin embargo el escrito hacía referencia a Marcelo Bielsa, uno de esos locos que refuta al propio tiempo. Que seguramente desee que nunca le dé la razón. 


martes, 25 de octubre de 2011

El fútbol y las exigencias de un público heterogéneo

Van al Colón, al teatro por excelencia. Ansían ver el mejor de los espectáculos. Sufrir con la dramaturgia, disfrutar de lo atractivo y analizar lo inexacto. Son hinchas del fútbol, son amantes del deporte más popular del mundo, son fanáticos, aunque, en realidad, se consideren espectadores. Respiran hondo y entibian la butaca de emociones. Saben exactamente lo que pretenden o, tal vez, tienen más claro lo que repudian. Le dicen inmoral, cagón, vergonzoso y hasta ilícito. Se llama defenderse. Para algunos, un trayecto transitable y hasta eficiente; para la mayoría, un espectáculo indecente.   

Un paradigma eterno asegura que la estética del fútbol se valora en pases, en lujos, en eficacia, en el renombrado fútbol champagne. Es evidente, a los espectadores  les atrae más disfrutar de sus protagonistas con la pelota en su poder que sin ella. Entonces, ¿un repliegue defensivo inmejorable no es parte del buen fútbol? Parece que no.

Partiendo de allí, de la certeza generalizada de que una defensa perfecta no entra en el agrado estético,  se abre un debate aún más impetuoso: ¿el juego es un espectáculo o un mero procedimiento hacia la victoria? Sólo unos pocos logran conjugar efectividad con belleza. Entre los que quedan, el universo diferencia a los que prefieren ganar como sea y los otros, los que basan sus fundamentos en la esencia y no en el resultado.

Ángel Cappa, acérrimo defensor de la estética del juego, ingresa a la discusión cada vez que alguien lo consulta:
-Ángel, ¿de qué sirve jugar lindo?
-¿Y de qué sirve ser feliz?- contesta el entrenador.
La sala queda en silencio por un par de segundos. La razón trabaja al máximo de sus posibilidades, todos se cuestionan si la belleza del juego tiene alguna relación con la felicidad.

Y el fútbol, así por así, se entromete en el debate de la vida. Entra la filosofía, entra Descartes, entra Kant. Sigue la discusión, entra la iglesia y los agnósticos. Entra la esencia, lo bello y lo inaceptable.

Algunos concurren al tablón ver a sus equipos ganar, mientras otros prefieran ir al anfiteatro, a contemplar el arte de jugar bien y, en el mejor de los casos, ver una escena repleta de dramaturgia.

lunes, 24 de octubre de 2011

El equipo alejado de las sorpresas



Estas cosas pasan, una vez cada muchos años, pasan. Todos miran con admiración, no entienden cómo, esa camiseta opaca y sin brillo, apabulla al poder  y lo destiñe de realidad. No comprenden que a veces lo devaluado puede superar al imperialismo, que alguna vez los sueños le ganan a lo manifiesto y la coherencia a la especulación. No son conscientes de que el fútbol se mide en poder, pero se valora en la esencia del juego. Estas cosas pasan y la denominan sorpresas, por más que exista un club como el Levante de España que se encargue todos los días de desmentir esa sentencia.

Hace casi seis semanas, el mundo hacía referencia a un duopolio descomunal que amenazaba con arrasarlo todo. Barcelona y Real Madrid, dueños de una coraza inquebrantable,  se dirimían en un imperialismo que nutría a la pelota de un sinfín de recursos que la obligaban a pertenecer a ese sistema particular. Ese sistema, para bien o para mal, no admitía terceros. Ese sistema promovía la exclusividad, pero también brindaba una colección de placeres diarios. Parecía difícil derrocarlo o, más aún, poder ingresar a ese círculo vicioso que tantas satisfacciones compartía.

El Levante rompió, entre otras cosas, esa coraza hegemónica. El Levante traicionó 102 años de historia y se colocó como líder de la liga española, en soledad, por primera vez en su dilatada existencia. Ese equipo humilde, de colores desconocidos y jugadores anónimos (tal vez en España no, en el resto del mundo sí), se entrometió en la mesa chica. La mesa que mantiene a los mismos dos comensales, a los blancos y a los blaugranas, repartiéndose campeonatos y subcampeonatos hace siete años.

En ocho fechas disputadas, ocho como invictos. En ocho fechas disputadas, seis victorias y tan sólo dos empates. En ocho fechas disputadas,  catorce goles a favor, tres en contra, eficacia, vertiginosidad y contención. Son los números del Levante, un líder sólido, cauto y discreto.

“Salir campeones no es nuestro objetivo”, asevera hasta el artazgo Juan Ignacio Martínez. También desconocido, uno más  entre tantos, el entrenador del  Levante se colocó en esta temporada por primera vez el buzo de director técnico de un equipo de primera división. “Lo primero que hice cuando llegué al banco del equipo fue ponerme a las órdenes de los jugadores, no molestar”. Como un hombre humilde que no se reconoce como quien en realidad es (el DT del conjunto puntero de la liga española), como un gran líder que pondera el equipo por sobre su propia figura, Martínez forma parte de una cultura sencilla pero adiestrada.

El torneo en el viejo continente inicia su novena fecha. La humildad se mantiene en lo más alto de la tabla. El Levante se regodea entre los frutos del trabajo metódico, en la plenitud que retribuye transitar el camino más largo. Estas cosas pasan y se dan una vez cada tantos años. Son menos previsibles que las propias sorpresas de las que todo el mundo habla.

martes, 18 de octubre de 2011

Algún día, fútbol…


Posiblemente todo pase. Posiblemente algún día la pelota se escape del escritorio y retorne al lugar que nunca debió abandonar. O tal vez mejor aún: la política y el fútbol construyan paredes infranqueables, las mismas que seguramente hubiera edificado la historia, si algún día hubiera juntado a Messi y a Maradona un mismo escenario, en un mismo segundo y por una misma causa. Pero la vida es malévola y el deporte, entre otras cosas, una colección de decepciones. Entonces, por ahora y solamente por ahora, el fútbol sigue siendo un albergue de corrupciones y, el juego, el dueño de todos los perjuicios. 

Si el mal fuera una célula y los investigadores reclamaran por un núcleo, seguramente mucha gente diría que son los dirigentes. Y si la investigación profundizara, posiblemente todos acaben en una misma conclusión: Julio Grondona. En tiempos donde las campañas en su contra pasaron a ser moneda corriente, el presidente de la Asociación del Fútbol Argentino atraviesa un período de temblores, posiblemente el más testarudo de los últimos 31 años.

Rumores, chicanas y pruebas. Un afán muy evidente por desterrarlo de la AFA. Denuncias e investigaciones. Contrapruebas. En el medio, una nueva elección de presidente para la máxima entidad del fútbol argentino. Un defectuoso intento de revolución. Y ¡bum!, otra explosión, cuando parecía que la inmunidad volvía a estar de su lado, apareció un video, una cámara oculta, que aumenta el desenfreno y multiplica la desconfianza. La grabación no incrimina, pero vuelve a exigir la intervención de la justicia. Quizá quienes filmaron hayan actuado por resentimiento, es probable.

“Cumplió su ciclo”, se escudan los “anti Grondona”. Si el fútbol marchara por el camino del progreso, ¿alguien se animaría a asegurar que 31 años al frente de una institución es dañino? No hay por qué. Entonces, lo que cumplió su ciclo es una manera de actuar, que viene caracterizando a la mayoría de los dirigentes del fútbol nacional hace unos cuantos años.

Flamea la bandera de la sospecha, cada vez más alta y visible. En pocas horas la AFA eligirá presidente, aunque todo parece indicar que en realidad reelegirá. Mientras la política avanza por un camino oscuro y nebuloso, el fútbol sufre. Y sufre. Y sufre. Sufre por un mal que parece nunca pasar.




viernes, 14 de octubre de 2011

El club de los distintos

Juguemos sin marcador, sin tiempo, sin gente. Juguemos sin árbitro, sin técnico y sin camiseta. Juguemos sin líneas y sin posiciones. Juguemos sin presión. Simplemente juguemos.

Bienvenido al club de los distintos. Pase que le describo nuestro sistema: este es el famoso club de los que  se olvidan del entorno contaminado y se dedican a jugar. Sea bienvenido, al lugar donde no existe la palabra perder. En realidad sí, existe, solamente una vez que el la pelota deja de rodar y la diversión cesa. Antes de eso, nadie piensa en perder. Nadie piensa en las consecuencias negativas ni en los reiterados temores. Solamente en la esencia, lo que verdaderamente hace al juego.

Acérquese que le presento a la comisión directiva y a los socios vitalicios. Allí al fondo, aquellos de naranja,  se unieron en la década del ’70. Le decían la Naranja Mecánica y siempre, sin excepciones, se entretenían en la desfachatez. Se cambiaban de lugar todo el tiempo, amaban el desorden y, sobre todo, amaban jugar.  Más atrás, aquellos cinco ancianos de buen porte, ingresaron al club en el año 57, los bautizaron como Los Carasucias de Lima. Corbatta, Maschio, Angelillo, Sívori y Cruz, unos locos que creían que estaban en el potrero y en realidad estaban jugando una final sudamericana. Allá están los brasileros que entraron en el año 58 y, hasta hoy, siguen dando que hablar. Al lado, los de rojo y blanco, se llaman Estudiantes de La Plata. Es el único caso en que aceptamos a un padre y su hijo. Decían que si no iba a quedar afuera un pedazo de la historia y tenían razón.

 Como ve, la mesa es muy extensa, de a poco los va a ir conociendo a todos. Venga que le presento a los actuales presidentes. Son socios hace un par de décadas nada más, pero en los últimos tres años, cuando parecía que íbamos a desaparecer, portaron nuestra bandera como nadie y, por eso, hoy se merecen este lugar. Su nombre es Barcelona FC, nosotros los llamamos “los amigos”. Nunca  se separan, nunca dejan de lado a alguien del grupo y siempre andan hablando bien uno del otro. En fin, andan divirtiéndose de acá para allá, como si en la vida no tuvieran problemas que resolver. Parece que los resuelven a su manera.
Independiente de Avellaneda, ése que hace unos años exige memoria por su esencia y sufre la renuncia a sus raíces, conoció anoche las instalaciones del club más prestigioso del mundo. No las conoció por ganar (quedó eliminado en octavos de final de la Copa Sudamericana), tampoco por ser un terraplén de virtudes.  Conoció al grupo más selecto del fútbol por haberse olvidado del marcador, por haber dejado de lado las infinitas presiones y por salir simplemente a hacer goles, como alguna vez todos los concurrentes al potrero acostumbraron.

Es lógico, el equipo de Avellaneda estaba obligado a ganar por más de dos goles. Se olvidó del entorno, de la historia y de la situación. Pareció un cuadro despreocupado, pareció un partido del barrio, en el que daba lo mismo perder por uno o por diez, lo importante era embocarla en el arco rival.

La llave a ese ambiente paradisíaco, donde todo es diversión, donde jugar es un designio,  el Rojo la encontró en el fracaso. Cuánta ironía. Ojalá Independiente tenga la capacidad para darse cuenta que perder no es fracasar. Que jugar y ganar pueden ser sinónimos. Que ser feliz es triunfar y pertenecer al club de los distintos un sueño alcanzable.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Cita eliminatoria, un mundo de sensaciones

Fin de semana de fútbol, de esperanzas, de aplausos. Inicio de semana gris, contradictorio, peligroso. Las dos caras de un equipo considerado por nombres y menospreciado en funcionamiento.

Viernes a la noche, día de estrenos. Se estrenó un entrenador, un 4-4-2, un nuevo proceso hacia un Mundial y, sobre todo, una atestada ilusión. Fue un inicio excitante: golear, ganar, gustar. Poca gente, mucha agua, un temeroso Chile. Todo nuevo, aunque haya parecido viejo y conocido. Fue un 4 a 1 encandilador. Como es costumbre, fascinados por el resultado y por algunos destellos de buen juego, los analistas del fútbol vieron todo color celeste, blanco y brilloso.

Continuidad de la jornada: martes agobiante en Puerto La Cruz. Calor y cambio de sistema. Un 3-2-3-2 (3-5-2) repleto de proyectos, pero carente de certezas. Errores conceptuales y el gol. La pelota parada, una de las virtudes manifiestas de los venezolanos. Luego las confusiones, en el estilo y en el sistema. Y lo de siempre. Los que hace cuatro días celebraban el inicio de una nueva era, hoy critican, se irritan y destrozan. Sin argumentos, aunque sobren.

¿Tanta diferencia existe entre un rival y otro? ¿Cuánto influye la localía? ¿Y el calor exasperante? Todos factores considerables, pero secundarios. El fútbol no es una ciencia exacta, pero siempre deja argumentos clarificadores. Chile y Venezuela no presentan grandes diferencias en cuanto a prestigio, pero sí en sus estilos de juego. Eso fue fundamental en la actuación argentina.

Frente a los trasandinos, Sabella plantó a un equipo velocista que manejó el contragolpe a la perfección, utilizó las tres calles de ataque y usufructuó del estilo chileno (jugar en cualquier sector y buscar siempre el protagonismo). Presión, intercepciones cercanas al arco de Bravo y eficacia. Los goles fueron los frutos de una propuesta correcta y, a la vista, de un error de Claudio Borghi: difícilmente se pueda conjugar eficazmente la idea de tres defensores y tres mediocampistas.

Los venezolanos, en cambio, fueron congruentes con la historia y salieron con el propósito de un repliegue total. Con dos puntas inteligentes que dejaban al descubierto a una línea de tres poco trabajada, que carecía de relevos y evidenciaba reiterados desajustes. Sin embargo, Argentina escaseó de todo tipo de recursos para mantener la posesión (movilidad, precisión en los pases, cultura del juego asociado) y un 1 a 0 barato ubicó a Venezuela por encima de los albicelestes en el marcador, por primera vez en la historia.

Del desenfreno a la decepción. Del amor al odio. De la virtud a la torpeza. La Argentina sube y baja, como una hamaca que nunca termina de estabilizarse. Como una planta que todavía se adapta a las fuertes correntadas. Como un seleccionado que aún no sabe a qué aspirar.   

El hombre salido de un cuento


Una sombra flota en la oscuridad del hotel. El amanecer todavía se hace esperar en Bilbao. Un anciano desvelado alucina: el mito, el que está en boca de todos hace varias semanas, le pasa por al lado como un discreto huésped del complejo Las Arenas. Sin embargo, a esas horas todavía tiene puesto el traje de legendario. El disfraz del personaje que duerme seis horas, estudia unas diez, camina quince cuadras todos los días hasta el entrenamiento matutino y se pasea por los pasillos del hotel durante las noches.

El Sol se asoma en la ciudad más habitada del país Vasco. El mito se vuelve realidad. El hombre desayuna como si se tratara del último de sus días. Recibe una decena de tortas diarias. Sus devotos conocen sus gustos y lo agasajan. El señor de 56 años agradece con gestos  salidos de una fábula. Como aquella vez en que se apareció en una repostería chilena y, ante la presencia de una cocinera regalona, abrió una hoja de papel y comenzó a recitar: “No puedo más que agradecerle su gusto por mis gustos. Mi alma y mi mente lo disfrutan intensamente. No así mi esbelta figura (…)”.

El hombre y el mito se alternan en cuestión de segundos. Cuando llega al campo de entrenamiento, rebosa la cancha de estacas, conos y cintas y comienza a dar cátedras: “es como ir a la universidad”, recalcan sus dirigidos. Allí aparece el entrenador, el estudioso, el hombre recio que convive con la perfección. Distinto a todos, las prácticas solamente suscitan auténticas situaciones de partidos. “¿De qué sirve el fútbol reducido? ¿En qué momento del partido vamos a tener los límites a diez metros y los arcos chiquitos? ¡Eso no da ningún resultado!”.

Tan claro y tan distante, con quienes no conoce. Trata a toda la humanidad de usted, con excepción de su familia y sus mejores amigos. Cuando el hombre toma confianza, el mito queda relegado por la realidad de un tipo carismático, chistoso y descarado. La leyenda vuelve a aparecer cuando se presenta ante la prensa. Allí se muestra prevenido, nunca falla a la verdad,  tampoco se sale de lo planificado. Nunca mira a los ojos a un periodista, siempre en un ángulo que simule hacerlo. 

Entre el cuento y la realidad, está su ética. Es un antisistema que pertenece al sistema. Nunca, sin excepciones, traiciona sus principios. Siempre sale a combatir la mediocridad con trabajo y la hipocresía con fundamentos. Está en contra de los que enaltecen su manera de ser: no me gusta que me elogien por mi honestidad, porque es, para mí, un valor inherente, pero, al mismo tiempo, parece que yo valgo solo por ser honesto.  Trabajo y hago una gran cantidad de cosas más allá de mi honestidad”.

Allí está, es él. Marcelo Bielsa. Si fuera ese mágico personaje de leyenda que por momentos simula, seguramente sería el justiciero, el que va contra la corriente por el camino más largo y engorroso. Pero no. Mientras la humanidad amenaza con extinguirlos, todavía existen locos así, salidos de la vida real 

lunes, 3 de octubre de 2011

Racing y su presente exasperan a los hinchas del fútbol

Insistentes, casi de memoria, los entrenadores de la vieja escuela aseguran una y otra vez que el rendimiento de un equipo depende de la calidad de los jugadores. Cappa, Basile y otros tantos hacen de su hipótesis una reiterada realidad. A veces funciona y  otras tantas no. Sin embargo su discurso no varía.

Si la teoría de esta vieja camada de directores técnicos fuera compatible con este Racing versión 2011, estaríamos deduciendo que los jugadores están eligiendo jugar mal. Por supuesto, ilógico en un presente repleto de presiones.  Entonces, ¿Cuál es la realidad de este equipo rebasado de futbolistas de calidad? ¿Falta trabajo o simplemente han elegido estar exentos de la pelota?

El presente de Racing ha rebasado la cotidianeidad nacional. Acostumbrados al “ganar como sea”, los hinchas argentinos suelen reclamar solamente los tres puntos. La Academia se convirtió en una excepción. Son conscientes del prestigio de sus jugadores y pretenden un poco más que acabar más arriba en el marcador que su rival de turno.

Por eso este presente oscuro. Por eso y no por resultados, se les exige a los hombres de celeste y blanco algo más. Ése algo más se traduce en juego, en mantener la posesión y soslayar el ataque directo. Se traduce en jugar al ras del piso y evitar el repliegue total. Por eso y no por resultados la gente sale con caras arrugadas del Cilindro de Avellaneda.

Moreno, Hauche, Toranzo, Gutiérrez, Luguercio, Licht. Superávit de jugadores de buen pie que, hasta ahora, están atestados de déficits como equipo. La teoría de la vieja escuela de entrenadores queda notoriamente relegada. Entonces, ¿Diego Simeone pretende el estilo de juego que está transmitiendo? En la cancha se exhibe un modelo de juego amarrete pero trabajado. Lo que demuestra a las claras las intenciones del DT.

Alguna vez José Mourinho recalcó: “Es esencial conocer la historia del club para ensayar una manera de jugar”. El actual entrenador del Madrid quería remarcar que el estilo de juego está totalmente ligado al pasado del club. Seguramente por eso la gente sale del estadio con caras de desconcierto. Por nombres, por el club que representa, los hinchas del fútbol le exigen a Diego Simeone algo más. Seguramente ése algo más signifique  interpretar la historia rancinguista.   

martes, 27 de septiembre de 2011

Mourinho, los motivos de un entrenador distinto

¿Por qué tanta diferencia entre unos y otros? ¿Por qué, con los mismos jugadores, algunos tienen éxito y otros fracasan? Rachas, inspiración, motivación, suerte, etcétera, etcétera. El fútbol da lugar a mil teorías, sin embargo ellos, los distintos, se aferran siempre a la misma. La denominan trabajo, aunque, si fuera tan sencillo, existiría un millar de entrenadores dispuestos a triunfar sacrificando su sudor. Se requiere un poco más que eso. Con José Mourinho como inspiración y con esa manía incansable por explorar más allá de lo habitual, cuatro jóvenes españoles escribieron el libro “Mourinho, ¿Por qué tantas victorias?”. Si bien la respuesta se presenta en unas 177 hojas, trataremos de argumentarla en unas cuantas líneas menos.

“Se juega como se entrena”, sentencia la primera página del atrapante tomo. Lógica pura. Los mejores equipos del mundo entrenan diferente al resto. Allí está la primera clave, los entrenadores distintos puede que trabajen un poco más que los demás, sin embargo, el secreto está en que trabajan distinto a los demás.

Es una escalera hacia la consolidación de un equipo. El primer paso, indudable, establecer un estilo de juego, saber de qué manera se pretende jugar. Claro, el primer escalón es fácil de superar. Ya lo hizo Sergio Batista asegurando que quería jugar como el Barcelona. Sin embargo, todos quedan allí, donde el discurso es protagonista y el hecho un mero espectador.

El segundo paso parece ser la fórmula que todos miran, pero que muy pocos son capaces de ver. Se trata de subordinar la metodología de entrenamiento a la forma de jugar que se pretende. Desde este escenario, queda más que claro que el entrenamiento nace desde el juego y para el juego, algo tan evidente como inexistente en la mayoría de los clubes. Allí está la diferencia de los grandes directores técnicos. Ellos no hacen nada porque sí. Es decir, no entrenan el uno versus uno si no quieren que en su modelo de juego se emplee ése recurso. Entonces, en la simpleza del método de entrenamiento se exhibe la complejidad de los mejores equipos.

“Hoy, en Argentina, no hay ningún equipo que amolde su manera de trabajar a su forma de jugar”, aseguró un ex delantero, próximamente técnico argentino. Teniendo claro ese concepto y observando el método de trabajo de los mejores entrenadores del mundo será difícil que fracase.

¿Por qué tantas victorias? Se cuestiona la tapa del libro que alude a José Mourinho. Después de una leída exhaustiva queda más que manifiesto: el portugués trabaja absolutamente todo lo que pretende hacer en el partido. Los jugadores del Real Madrid no van al gimnasio. La fuerza se "contextualiza" con una situación propia de un partido a diferencia de un trabajo en el gimnasio con press de piernas de 100 kilos. No hay pasadas, ni trabajos físicos sin pelota. Todos los ejercicios tienen un argumento en su modelo de juego y eso, a él y a otros pocos, los hace diferentes del resto.



lunes, 26 de septiembre de 2011

El fútbol y una discusión cotidiana

Eterno, como el deporte, el debate cruza los límites habituales. Los antagonismos se acrecientan a medida que el tiempo pasa. Los argumentos que para algunos se presentan como certeros, para otros son totalmente absurdos. Paridad y calidad. Para algunos funcionan como sinónimos, para otros no tienen vínculo alguno. Por eso es tan lindo el fútbol, porque te une y te desune en cuestión de minutos, porque te enfrenta con Dios y te asocia con el diablo, porque te abre la puerta y te dice analizá.

El fútbol argentino cambia todo el tiempo, como el viento. Los que ayer gozaban de los beneficios de buenos resultados hoy sufren, temerosos ante la tabla de abajo. Banfield, Argentinos Juniors y Estudiantes. Denominador común del ayer: campeones de los últimos tres años en el fútbol argentino. Denominador común del hoy: se codean en los tres últimos lugares del torneo argentino. “Eso es muy bueno”, garantiza un avezado periodista,  deduciendo que si el fútbol cambia hay paridad y, si hay paridad, hay calidad. 

Discutible. Si la paridad sería sinónimo de buen espectáculo, entonces, un 0 a 0 adormecedor, sería sinónimo de buen fútbol. La teoría dura lo que un estornudo, pero deja mil hectáreas de campo a la argumentación.

La cuestión está en confundir los atractivos. Un torneo puede ser fascinante por paridad o por juego, pero no funcionan como sinónimos. España y Argentina son claros ejemplos opuestos. Un torneo competitivo y, en muchos momentos, de poco nivel. El otro torneo tendencioso y con dos claros aspirantes al título, pero atrayente por donde se lo mire, por su nivel superlativo.

La Argentina se emociona, sufre y sonríe al unísono con las acciones en el verde césped. Promedios, copas o el título, todos, sin excepciones, siempre juegan por algo. La tabla se invierte como el globo terráqueo y nadie está exento de caer a lo más profundo. Por eso es tan apasionante. Por eso hay récords de audiencia y de concurrencia a los estadios. Por eso es uno de los mejores torneos del mundo. Por eso y no por el juego. Así como masividad no es sinónimo de prestigio, paridad no es sinónimo de buen juego. Hoy, mañana y siempre.

lunes, 19 de septiembre de 2011

La escuela que rebasa de carencias

Críticos de nuestro fútbol (me incluyo), paremos la pelota. Dejemos de criticar, por un rato, la estereotipada cultura cortoplacista y resultadista argentina. Tratemos de quitarnos los lentes y miremos por un segundo con binoculares.  Estamos  amoldados a un paradigma tan evidente como certero: los entrenadores duran poco por la manera de ser de los hinchas. Eso es una consecuencia y no la verdadera causa. Más allá de los jugadores, de los fanáticos, de los dirigentes y de los resultados, ¿Cómo se capacitan los entrenadores? Determinante para diferenciar nuestro juego del europeo. Crucial para entender los motivos de tanta negación.

Ni mejores ni peores, solamente diferentes. Está claro, en cualquier oficio de la vida, las personas que más se instruyan tendrán más herramientas a la hora de actuar.  En la Argentina, hace ya un tiempo prolongado, para poder ocupar el cargo de DT hay que hacer la carrera oficial de entrenador. Son dos años de curso. Básico. Posiblemente cualquier jugador se considere con más recursos para oficiar de técnico por su experiencia en un campo de juego que por estudiar esos 24 meses. En el primer año, se profundiza en los juveniles y en el segundo en cuestiones de equipos profesionales. Déficit absoluto, en todos los aspectos. Sin embargo, la mayor parte de los técnicos prefiere subirse al tren de la aventura -prueba y error- y no continuar con su proceso de aprendizaje.

“El fútbol no es una ciencia tan complicada. Hay que hacer más goles que el otro y punto”, aseguran algunos, esquivando cientos de factores. Coaching, liderazgo, cursos en el exterior, observar a los mejores, escucharlos. Hay millares de maneras de enriquecerse y crecer en el oficio, aunque algunos consideren al curso de entrenador en Argentina como la conclusión de su desarrollo como aprendiz.


Hace casi dos meses hubo una clínica de entrenadores en España, posiblemente la más importante del año. Disertaban Guardiola, Del Bosque y Villas Boas, entre los más populares. Sólo dos técnicos argentinos estuvieron presentes. Ninguno pertenecía a equipos afiliados a AFA. Es evidente, la gran mayoría prefiere la prueba y error. Posiblemente su paradigma no los deje darse cuenta de los desaciertos que se evitan.

“Sé que si pierdo cinco partidos consecutivos me echan en cualquier lado, acá y en el Barcelona”, manifestó un desconocido futuro entrenador, al que muchos conocen como un delantero recio. “Sin embargo, agotaré todos los recursos para dar el máximo en esos cinco partidos que tengo de margen”. Nada nuevo bajo el sol para quienes conocen a Facundo Sava. Por su apariencia, un delantero regular. Por su realidad, un infinito estudioso dispuesto a tomar otro camino. Nuevamente, ni mejor ni peor. Haberle dicho que no a media decena de propuestas de equipos argentinos para terminar de hacer sus cursos de liderazgo y psicología deportiva ya lo pinta como un distinto. Haberse ido a Europa a observar como era el método de trabajo de los mejores equipos del mundo lo perfila como un antagónico a lo habitual. Y, ocupar toda su carrera instruyéndose con inteligencia para lo que va a venir, lo decreta como un eminente.

El Porto en el mundo, Lanús en menor escala, hacen escuela de entrenadores que van escalando niveles hasta desembocar en primera división. Mourinho, Villas Boas, Domingo Paciencias.  Zubeldía y Schurrer, por ahora, de la cantera Granate.

Menos visible, pero no menos importante. Los directores técnicos, como los jugadores, también deben hacer escuela. Capacitarse. De la misma manera en la que alguna vez la mayoría de los argentinos pateó la pelota contra la pared para progresar y así llegar a primera. El técnico no debería ser sinónimo de ex jugador. Tampoco de experiencia. Pero lo es. Y hoy hablamos de cortoplacismo y exigimos resultados. Lejos estamos de exigir entrenadores capaces.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Un loco que lleva tiempo entender


Paciencia. El deporte más popular del mundo no para un segundo de exigir. Exige trabajo, exige buen juego. En realidad, no. Todo se vuelve secundario cuando el torbellino de los resultados deja saldo negativo. Allí, sin argumentos razonables que acompañen, la crítica pasa a ser la máxima protagonista.

Recio, Inexpugnable, loco. Su apodo bien lo indica, Marcelo Bielsa va contra toda la corriente: “Denle este mensaje a la gente, a los ignorantes díganle: el que pierde es un inútil porque así está planteado”. Que no se mal interprete, su argumento no intenta reprobar la valía que otorga un resultado positivo. Sólo pretende entender el juego, el trabajo y el marcador final como una realidad integral: “no veo por qué se deba jugar bien para perder. Son dos situaciones que no funcionan de manera autónoma”.

Un empate como local ante el Trabszonspor por el repechaje de la Europa League, un 1 a 1 frente al Rayo Vallecano en la primera presentación de la Liga y una caída frente al Espanyol, como visitante, impulsaron a las críticas desmedidas. Allí está Bielsa, intentando explicarle a los españoles un idioma que pocas veces escucharon en sus vidas. Tratando de que entiendan que para él, clasificarse sin jugar (como le pasó en la Europa League), es una decepción y no una alegría.

Sus ideales se bambolean ante la difícil realidad de interactuar con quienes no lo conocen. Allí reside un problema fundamental: su personalidad, su método y su estilo llevan tiempo de asimilar. En Newell’s, por más que lo conocían de las divisiones inferiores, comenzó en la Copa Libertadores con un 0-6 ante San Lorenzo, en el mismo torneo que culminó en la final perdiendo por penales frente al San Pablo.  En Vélez, con la reticencia de referentes como José Luís Chilavert, que comenzó con engorrosas disputas y terminó con Vélez campeón y un loco (Chilavert) muy amigo de otro loco (Bielsa). En la Selección Argentina estuvo plagado de resistencias, inclusive la del titular de la AFA Julio Grondona, quien después terminaría avalando su trabajo y pidiéndole que continuara.

Mientras tanto, mientras sus ideas flamean ante el recelo de millares de fanáticos, Bielsa trabaja. Los resultados por ahora no acompañan, era una posibilidad. También era predecible el rechazo de mucha gente y de la mayor parte de la prensa local. Son algunas de las escasas realidades sobre las cuales no tiene ningún tipo de influencia.

Alguna vez un hincha argentino le dedicó en una bandera una frase más que elocuente: “Un hombre con ideas nuevas es un loco hasta que sus ideas triunfan”. Alguna vez, en Sudamérica, sus ideas fueron nuevas. En Europa deberá pasar por el mismo proceso. Hoy son nuevas, mañana seguramente triunfarán. Paciencia.

jueves, 8 de septiembre de 2011

La misma disputa de siempre, con un final diferente



Partido eterno. Ganan ellos, los poderosos, hace ya unos cuantos años. Tienen bien clara su identidad: “ganar como sea”. Apretadas, conveniencias, muertes, todo sirve si al final de la jornada vuelven a salir victoriosos, como siempre. Del otro lado, está el fútbol, en este caso, habitué de las derrotas. Sin embargo, a veces la vida se apiada de los menos poderosos y le concede esa victoria que vale más que las mil decepciones.

Pasa el tiempo y las barras bravas continúan en la primera plana del diario deportivo. Le ganan al juego por goleada. Lo vencen y lo dejan debilitado. Porque esto lo perjudica. Esa mano negra de la que todos hablan pero muy pocos conocen su nombre y apellido, tiene total influencia dentro de la cancha. Influye en los entrenadores, los que siguen y los que se van. Influyen las presiones hacia los jugadores, siempre, sin excepciones, carente de toda lógica. Y también influye en la esencia del juego, que a veces renuncia a sus ideales y demuestra incongruencias graves que, siempre, benefician a quien tiene más poder.  

Ayer, el partido continuó en cancha de Independiente. El fútbol parecía volver a ser vapuleado por un conjunto de enérgicos muchachos escasos de ética. Como la semana pasada, el mes pasado y el año pasado, otra vez ellos como máximos protagonistas. Otra vez el  juego en un relegado segundo plano y sufriendo, claramente, serios deterioros. Pero no.

Ayer el estadio de Avellaneda fue escenario de una tradicional trama de película de acción: cuando “el bueno” parece acabado, se presente un segundo súper héroe dispuesto a luchar hasta el final por una causa honesta. Hace poco un reconocido entrenador recién iniciado garantizó: “la revolución empieza por el hincha común”. Le hicieron caso. Ése súper héroe anónimo es el verdadero hincha. El que no tiene conveniencias. El que se enoja cuando no se siente identificado con su equipo o cuando sus dirigentes perjudican a sus colores.

Independiente 2 – San Martin de San Juan 1. No ganó el fútbol, pero hubo un tercer personaje dispuesto a oficiar de salvador. Lo logró. Ayer ganó la gente, ganó el hincha común.