Van al Colón, al teatro por excelencia. Ansían ver el mejor de los espectáculos. Sufrir con la dramaturgia, disfrutar de lo atractivo y analizar lo inexacto. Son hinchas del fútbol, son amantes del deporte más popular del mundo, son fanáticos, aunque, en realidad, se consideren espectadores. Respiran hondo y entibian la butaca de emociones. Saben exactamente lo que pretenden o, tal vez, tienen más claro lo que repudian. Le dicen inmoral, cagón, vergonzoso y hasta ilícito. Se llama defenderse. Para algunos, un trayecto transitable y hasta eficiente; para la mayoría, un espectáculo indecente.
Un paradigma eterno asegura que la estética del fútbol se valora en pases, en lujos, en eficacia, en el renombrado fútbol champagne. Es evidente, a los espectadores les atrae más disfrutar de sus protagonistas con la pelota en su poder que sin ella. Entonces, ¿un repliegue defensivo inmejorable no es parte del buen fútbol? Parece que no.
Partiendo de allí, de la certeza generalizada de que una defensa perfecta no entra en el agrado estético, se abre un debate aún más impetuoso: ¿el juego es un espectáculo o un mero procedimiento hacia la victoria? Sólo unos pocos logran conjugar efectividad con belleza. Entre los que quedan, el universo diferencia a los que prefieren ganar como sea y los otros, los que basan sus fundamentos en la esencia y no en el resultado.
Ángel Cappa, acérrimo defensor de la estética del juego, ingresa a la discusión cada vez que alguien lo consulta:
-Ángel, ¿de qué sirve jugar lindo?
-¿Y de qué sirve ser feliz?- contesta el entrenador.
La sala queda en silencio por un par de segundos. La razón trabaja al máximo de sus posibilidades, todos se cuestionan si la belleza del juego tiene alguna relación con la felicidad.
Y el fútbol, así por así, se entromete en el debate de la vida. Entra la filosofía, entra Descartes, entra Kant. Sigue la discusión, entra la iglesia y los agnósticos. Entra la esencia, lo bello y lo inaceptable.
Algunos concurren al tablón ver a sus equipos ganar, mientras otros prefieran ir al anfiteatro, a contemplar el arte de jugar bien y, en el mejor de los casos, ver una escena repleta de dramaturgia.
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