Una sombra flota en la oscuridad del hotel. El amanecer todavía se hace esperar en Bilbao. Un anciano desvelado alucina: el mito, el que está en boca de todos hace varias semanas, le pasa por al lado como un discreto huésped del complejo Las Arenas. Sin embargo, a esas horas todavía tiene puesto el traje de legendario. El disfraz del personaje que duerme seis horas, estudia unas diez, camina quince cuadras todos los días hasta el entrenamiento matutino y se pasea por los pasillos del hotel durante las noches.
El Sol se asoma en la ciudad más habitada del país Vasco. El mito se vuelve realidad. El hombre desayuna como si se tratara del último de sus días. Recibe una decena de tortas diarias. Sus devotos conocen sus gustos y lo agasajan. El señor de 56 años agradece con gestos salidos de una fábula. Como aquella vez en que se apareció en una repostería chilena y, ante la presencia de una cocinera regalona, abrió una hoja de papel y comenzó a recitar: “No puedo más que agradecerle su gusto por mis gustos. Mi alma y mi mente lo disfrutan intensamente. No así mi esbelta figura (…)”.
El hombre y el mito se alternan en cuestión de segundos. Cuando llega al campo de entrenamiento, rebosa la cancha de estacas, conos y cintas y comienza a dar cátedras: “es como ir a la universidad”, recalcan sus dirigidos. Allí aparece el entrenador, el estudioso, el hombre recio que convive con la perfección. Distinto a todos, las prácticas solamente suscitan auténticas situaciones de partidos. “¿De qué sirve el fútbol reducido? ¿En qué momento del partido vamos a tener los límites a diez metros y los arcos chiquitos? ¡Eso no da ningún resultado!”.
Tan claro y tan distante, con quienes no conoce. Trata a toda la humanidad de usted, con excepción de su familia y sus mejores amigos. Cuando el hombre toma confianza, el mito queda relegado por la realidad de un tipo carismático, chistoso y descarado. La leyenda vuelve a aparecer cuando se presenta ante la prensa. Allí se muestra prevenido, nunca falla a la verdad, tampoco se sale de lo planificado. Nunca mira a los ojos a un periodista, siempre en un ángulo que simule hacerlo.
Entre el cuento y la realidad, está su ética. Es un antisistema que pertenece al sistema. Nunca, sin excepciones, traiciona sus principios. Siempre sale a combatir la mediocridad con trabajo y la hipocresía con fundamentos. Está en contra de los que enaltecen su manera de ser: “no me gusta que me elogien por mi honestidad, porque es, para mí, un valor inherente, pero, al mismo tiempo, parece que yo valgo solo por ser honesto. Trabajo y hago una gran cantidad de cosas más allá de mi honestidad”.
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