martes, 24 de enero de 2012

Los sueños del fútbol y del corazón


Ahí está, de nuevo, ese episodio divino creado por el subconsciente. Duermen, profundamente, unos siete mil corazones que pretenden desvelarse. Ahí está, nunca tan claro, el sueño más enorme en la historia de un pueblo anónimo. Ese pueblo: Miranda de Ebro, propietario de millares de ilusiones y, tal vez, de ninguna realidad. Porque posiblemente los hinchas de Club Deportivo Mirandés aún continúen dormidos. Dormidos en una utopía repleta de historias. Una utopía llamada Copa del Rey.

El eterno sabor del inconsciente: agridulce. Estupendo mientras la imaginación recorre caminos desconocidos; doloroso cuando el despertador pega cachetazos de realidad en los momentos menos oportunos. Calma, el Mirandés sigue durmiendo. El despertador parece haberse estropeado.

Duerme y su imaginación se arraiga a lugares absurdos. Suena absurdo fantasear con un equipo de tercera categoría entre los cuatro mejores de España. Y el absurdo redobla la apuesta al pensar en que jugadores amateurs venzan a colegas de primer nivel mundial. Sin embargo la vida de vez en cuando refuta los intentos del destino por volverse una colección de rutinas y sacude con topetazos de incoherencias benignas.

Quizás el Mirandés haya sido parte de esas incoherencias benignas. El Mirandés, un equipo repleto de oficinistas y comerciantes, que hoy escribió el capítulo más emocionante de su historia. En su estadio, una cancha con tres tribunas repletas por siete mil almas quiméricas, un campo habitado por once distinguidos futbolistas y otros once, tal vez,  también futbolistas de corazón, aunque empleados por necesidad.

En esa escenografía conmovedora, un final homicida de adjetivos: un gol por lado. El Espanyol de Barcelona clasificándose a las semifinales de la Copa del Rey, porque en la ida había vencido 3 a 2 en otro partido cinematográfico. La gente aplaudiendo de pie. Su equipo, amateur y de la tercera categoría española, estaba empatando frente a uno de los mejores del país. Minuto 92. La satisfacción dominaba la escena. De pronto, un tiro libre alejado libera la ilusión de algún que otro iluso fanático. Al área todos: los siete mil soñadores, el almacenero que hace un año aceptó poner publicidad para ayudar al equipo, la tía del arquero que alucinaba viendo a su sobrinito en televisión, las millones de personas en el mundo que a diario sacrifican horas de su vida para conseguir algo más para ese club del pueblo más amado que ninguno. Al área todos, que hay centro a la olla y nadie puede faltar. Al área, también, Caneda, el rústico número cuatro que mañana deberá levantarse temprano como todos sus compañeros para cumplir con su trabajo.

Aunque, seguramente, mañana será una jornada distinta. Porque su frente se fusionó con la pelota y juntos destrozaron los sueños quiméricos de miles. Juntos desafiaron al subconsciente y lo obligaron transformarse en verdad. Juntos inauguraron otras millones de mentes fantaseadoras dispersas por todo el mundo que a partir de hoy cada vez que se despierten pensarán en el Mirandés. Pensarán y soñarán con sus equipos del pueblo. Esos equipos y estos partidos que alimentan el corazón.

domingo, 22 de enero de 2012

Homenaje a la transición


Alzan la bandera del buen fútbol y con ella emanan un huracán de conceptos. Avalan un centenar de criterios y refutan unos cuantos otros. Entre ellos, sobresale uno bien nítido: el futbolista es, ni más ni menos, que un jugador, y no un atleta como en varias ocasiones se percibe. Ellos resguardan a la pelota por un único frente. Ellos, los acérrimos defensores del juego, le discuten a la porción de la humanidad que haga falta que el fútbol se practica, exactamente, jugando. Mientras tanto en España siguen despedazando teorías espontáneamente.  Hoy hubo exhibición de atletismo en el Santiago Bernabeu. No obstante, el fútbol siguió mutilando utopías.

Ni Usaím Bolt, ni Patrick Makau han pisado el verde césped en Madrid. Sin embargo la velocidad y la resistencia  fusionaron la excelencia con la precisión y de allí devino una manera de jugar pocas veces apreciada. Porque Real Madrid y Athletic Bilbao han batido marcas por donde se mire.  Volaron como Bolt en los contragolpes (de área a área marcharon en menos de 10 segundos) y se oxigenaron como Makau durante 90 minutos de vértigo. La precisión con la pelota consumó un estilo supremo del modo de jugar un fútbol de verticalidad.

Una decena de ocasiones por lado, un centenar de manuales de ataque organizado llevados a la práctica, la teoría del achique reencarnada a la perfección en la defensa merengue, varios surcos productos de varias idas y vueltas infinitas, y un culto al contragolpe. Y tal vez, sólo tal vez y después de todo eso, “El Real Madrid vapuleó al Athletic de Bielsa”, como tituló uno de los diarios más masivos en Argentina.

Varias horas han necesitado los sabios del fútbol para explicarles a sus súbditos el significado de una ‘transición’. Ése paso de la defensa al ataque -o viceversa- en el que se distingue a un equipo con trabajo del resto por su velocidad. Ya está. No hacen falta centenares de libros, ni una catarata de explicaciones que posiblemente entorpezcan aún más el concepto. Bielsa y Mourinho facilitan la cuestión. Una transición se aprende mirando el Real Madrid- Athletic Bilbao del 22 de enero del 2012.