Juguemos sin marcador, sin tiempo, sin gente. Juguemos sin árbitro, sin técnico y sin camiseta. Juguemos sin líneas y sin posiciones. Juguemos sin presión. Simplemente juguemos.
Bienvenido al club de los distintos. Pase que le describo nuestro sistema: este es el famoso club de los que se olvidan del entorno contaminado y se dedican a jugar. Sea bienvenido, al lugar donde no existe la palabra perder. En realidad sí, existe, solamente una vez que el la pelota deja de rodar y la diversión cesa. Antes de eso, nadie piensa en perder. Nadie piensa en las consecuencias negativas ni en los reiterados temores. Solamente en la esencia, lo que verdaderamente hace al juego.
Acérquese que le presento a la comisión directiva y a los socios vitalicios. Allí al fondo, aquellos de naranja, se unieron en la década del ’70. Le decían la Naranja Mecánica y siempre, sin excepciones, se entretenían en la desfachatez. Se cambiaban de lugar todo el tiempo, amaban el desorden y, sobre todo, amaban jugar. Más atrás, aquellos cinco ancianos de buen porte, ingresaron al club en el año 57, los bautizaron como Los Carasucias de Lima. Corbatta, Maschio, Angelillo, Sívori y Cruz, unos locos que creían que estaban en el potrero y en realidad estaban jugando una final sudamericana. Allá están los brasileros que entraron en el año 58 y, hasta hoy, siguen dando que hablar. Al lado, los de rojo y blanco, se llaman Estudiantes de La Plata. Es el único caso en que aceptamos a un padre y su hijo. Decían que si no iba a quedar afuera un pedazo de la historia y tenían razón.
Como ve, la mesa es muy extensa, de a poco los va a ir conociendo a todos. Venga que le presento a los actuales presidentes. Son socios hace un par de décadas nada más, pero en los últimos tres años, cuando parecía que íbamos a desaparecer, portaron nuestra bandera como nadie y, por eso, hoy se merecen este lugar. Su nombre es Barcelona FC, nosotros los llamamos “los amigos”. Nunca se separan, nunca dejan de lado a alguien del grupo y siempre andan hablando bien uno del otro. En fin, andan divirtiéndose de acá para allá, como si en la vida no tuvieran problemas que resolver. Parece que los resuelven a su manera.
Independiente de Avellaneda, ése que hace unos años exige memoria por su esencia y sufre la renuncia a sus raíces, conoció anoche las instalaciones del club más prestigioso del mundo. No las conoció por ganar (quedó eliminado en octavos de final de la Copa Sudamericana), tampoco por ser un terraplén de virtudes. Conoció al grupo más selecto del fútbol por haberse olvidado del marcador, por haber dejado de lado las infinitas presiones y por salir simplemente a hacer goles, como alguna vez todos los concurrentes al potrero acostumbraron.
Es lógico, el equipo de Avellaneda estaba obligado a ganar por más de dos goles. Se olvidó del entorno, de la historia y de la situación. Pareció un cuadro despreocupado, pareció un partido del barrio, en el que daba lo mismo perder por uno o por diez, lo importante era embocarla en el arco rival.
La llave a ese ambiente paradisíaco, donde todo es diversión, donde jugar es un designio, el Rojo la encontró en el fracaso. Cuánta ironía. Ojalá Independiente tenga la capacidad para darse cuenta que perder no es fracasar. Que jugar y ganar pueden ser sinónimos. Que ser feliz es triunfar y pertenecer al club de los distintos un sueño alcanzable.
"y se dedican a jugar. Sea bienvenido, al lugar" donde no existe la palabra perder."
ResponderEliminar"portaron nuestra bandera como nadie."
"darse cuenta que perder no es fracasar. Que jugar y ganar pueden ser sinónimos."
¿En serio, después de todo eso, lo incluis al Estudiantes de Juan Ramón? La nota es impecable y coincido plenamente, pero en serio Estudiantes. Huracán portó nuestra bandera, no sé, el Gimnasia del 33, el Lanús del 56, pero el Estudiantes de Zubeldía?
con un estilo con el cual seguramente muchos no coincidimos, pero no hay que negarles la esencia de potrero que siempre exteriorizaban.
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