miércoles, 12 de octubre de 2011

Cita eliminatoria, un mundo de sensaciones

Fin de semana de fútbol, de esperanzas, de aplausos. Inicio de semana gris, contradictorio, peligroso. Las dos caras de un equipo considerado por nombres y menospreciado en funcionamiento.

Viernes a la noche, día de estrenos. Se estrenó un entrenador, un 4-4-2, un nuevo proceso hacia un Mundial y, sobre todo, una atestada ilusión. Fue un inicio excitante: golear, ganar, gustar. Poca gente, mucha agua, un temeroso Chile. Todo nuevo, aunque haya parecido viejo y conocido. Fue un 4 a 1 encandilador. Como es costumbre, fascinados por el resultado y por algunos destellos de buen juego, los analistas del fútbol vieron todo color celeste, blanco y brilloso.

Continuidad de la jornada: martes agobiante en Puerto La Cruz. Calor y cambio de sistema. Un 3-2-3-2 (3-5-2) repleto de proyectos, pero carente de certezas. Errores conceptuales y el gol. La pelota parada, una de las virtudes manifiestas de los venezolanos. Luego las confusiones, en el estilo y en el sistema. Y lo de siempre. Los que hace cuatro días celebraban el inicio de una nueva era, hoy critican, se irritan y destrozan. Sin argumentos, aunque sobren.

¿Tanta diferencia existe entre un rival y otro? ¿Cuánto influye la localía? ¿Y el calor exasperante? Todos factores considerables, pero secundarios. El fútbol no es una ciencia exacta, pero siempre deja argumentos clarificadores. Chile y Venezuela no presentan grandes diferencias en cuanto a prestigio, pero sí en sus estilos de juego. Eso fue fundamental en la actuación argentina.

Frente a los trasandinos, Sabella plantó a un equipo velocista que manejó el contragolpe a la perfección, utilizó las tres calles de ataque y usufructuó del estilo chileno (jugar en cualquier sector y buscar siempre el protagonismo). Presión, intercepciones cercanas al arco de Bravo y eficacia. Los goles fueron los frutos de una propuesta correcta y, a la vista, de un error de Claudio Borghi: difícilmente se pueda conjugar eficazmente la idea de tres defensores y tres mediocampistas.

Los venezolanos, en cambio, fueron congruentes con la historia y salieron con el propósito de un repliegue total. Con dos puntas inteligentes que dejaban al descubierto a una línea de tres poco trabajada, que carecía de relevos y evidenciaba reiterados desajustes. Sin embargo, Argentina escaseó de todo tipo de recursos para mantener la posesión (movilidad, precisión en los pases, cultura del juego asociado) y un 1 a 0 barato ubicó a Venezuela por encima de los albicelestes en el marcador, por primera vez en la historia.

Del desenfreno a la decepción. Del amor al odio. De la virtud a la torpeza. La Argentina sube y baja, como una hamaca que nunca termina de estabilizarse. Como una planta que todavía se adapta a las fuertes correntadas. Como un seleccionado que aún no sabe a qué aspirar.   

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