martes, 1 de noviembre de 2011

El precio de un hogar bien valuado

La catástrofe golpeaba la puerta a patadas, intentando derribarla. Se escuchaban gritos, amenazas y topetazos. En el medio del desenfreno, una voz clara y conocida intimidó: “si no hay un plan b, van a tener que desalojar el lugar”. En ese momento, al “lugar” lo habitaba Julio César Falcioni, quien de la noche a la mañana pasó de ser huésped a caudillo. Del maltrato al agasajo, vaya uno a saber por qué.

Si el fútbol argentino precisara de un símbolo obsecuente, éste seguramente sería el de un electrocardiograma en marcha. Un instante en decadencia y, en fracciones de segundo, en lo más alto del dibujo. Así es un electrocardiograma y así es el fútbol argentino: brusco y despiadado, misterioso y letal.

 Si alguien hubiera preguntado por Julio Falcioni hace dos meses atrás, nadie hubiera dudado en decir que se encontraba en la parte baja del gráfico. Los medios de comunicación hacían referencia a otro entrenador más devorado por el sistema nacional, repentino y cruel. Los dirigentes procuraban no caer en el mismo precipicio y le exigían al DT un “plan b”, como si a la hora de la contratación no hubieran examinado el “plan a” lo suficiente como para confiar en él.

 Pasaron diez semanas, toda una vida en nuestro fútbol. Alguna vez un gran entrenador aclaró: “no soy un inútil cuando pierdo, ni el mejor de todos cuando gano”. Falcioni hoy, para la mayoría, es el mejor. El Boca de hace diez semanas no era tan distinto del actual. Tenía verticalidad, posesión, amplitud y varios recursos de un equipo con trabajo. Pero claro, ése Boca no tenía eficacia. Entonces, aquel Falcioni era el peor o, al menos, lo suficientemente nocivo para echarlo del club.

 Fue el mismo día. Todavía acechaban las heladas de invierno, pero nada movía a la catástrofe de la puerta del hogar. Era 15 de agosto, día de destierro, de despedida. Todos imaginaban el fin de la era Falcioni. Sin embargo, así por así, todo cambió en un par de minutos y el que parecía un intruso, se convirtió en el capataz del lugar. De eso se trata, los resultados hacen y deshacen a su antojo. Y, muy de vez en cuando, ofician de justicieros.  

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