Era una galleta amarga. Un domingo nublado. El momento perfecto para una copla de despedida. Era, al mismo tiempo, un día de hallazgos. El de una derecha placentera, educada siempre para acariciar, nunca para golpear. El de una apología a la belleza, un propietario de sabidurías. Era, para el placer de los novelistas, el día que se despedía Diego Armando Maradona. Era, ese mismo 10 de noviembre pero de 1996, la tarde en la que debutaba Juan Román Riquelme.
El destino a veces oficia de cineasta y le regala a la historia capítulos inolvidables. Sin embargo, en ocasiones se viste de malévolo y le arrebata a la humanidad episodios supremos. Tal es así que la felicidad se construyó en dos oportunidades. Debut y despedida. En la primera fecha del Apertura 97, se fusionaron el talento y la osadía, el lujo y el potrero, Maradona y Riquelme. Precisamente frente al Argentinos Juniors de sus raíces, en un 4 a 2 inmortal, fugaz e irrepetible. La despedida los volvió a reunir justamente en la despedida. El día que la pelota, lejos de mancharse, desprendió un lagrimón. El día que el mejor entre los mejores lloró. La tarde en que el fútbol perdió a su mejor obra de arte y la gente a un individuo casi omnipotente. Y es casi porque una señorita inofensiva le cortó las piernas. Porque se equivocó y pagó.
Seguramente todos hubieran preferidos encontrarlos durante décadas en el mismo lugar, con la misma camiseta y por una misma causa. Pero no. Las circunstancias fueron menos complacientes, aunque no menos emotivas. El último partido de Diego fue un 25 de octubre de 1997, frente a River, en el Monumental. Aquella jornada primaveral Maradona se retiró fatigado en el entretiempo, sin saber que sería el último de los últimos. Allí ingresó un joven anónimo con cara de bueno y pies aún más solidarios. Su nombre era Juan Román Riquelme. Su atributo era contracultural: ser lento.
Hoy la vida nos encuentra en otro nostálgico 10 de noviembre. El mismo día en el que diez años atrás se despidió el hombre con la mano religiosa, con la zurda de otro planeta. El mismo día en que 15 años atrás debutó el lento más rápido del mundo. Por eso la pelota está rara, contradictoria. No sabe si es un día para celebrar o sufrir. Por eso se limita simplemente a recordar.
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