Salir jugando desde el fondo pudo haber significado el primero y más importantes de los fracasos en la era Guardiola. Porque significaban seis puntos de diferencia. Suponía la primera derrota en un derbi, por la liga. Promovía la confianza de su eterno rival. Y, sobre todo, ponía en amenaza a lo que nunca estuvo: el estilo.
Quique Wolff, esta vez en el papel de comentarista, anonadado como cualquiera, garantizó que “estos goles tempraneros rompen el libreto original. Te obligan a cambiar de planes”. Por supuesto, Quique. Acá, en la China y en Bangladesh un gol a los 30 segundos tal vez lo modifique todo. Pero estamos hablando del Barcelona; el único que en la adversidad se aferra a su idea como su única salvación.
Pasaban los minutos, la filarmónica desafinaba un poco más de lo normal, pero continuaba intentando tocar su partitura clásica. Y así por así, cuando la obra transitaba en un bache desalentador, apareció el mejor de los solistas y con cuatro o cinco solfeos le terminó sirviendo a un compañero la conclusión de una pieza maestra. El mejor de los finales, gol de Alexis Sánchez. Uno a uno y nada nuevo bajo el sol: las caras de Mou, los alaridos de Guardiola, un centenar de toques continuos del Barça y contragolpes del Real Madrid que superaban al propio Usaín Bolt y sus 100 metros más veloces que cualquier otro.
Volvió la filarmónica, tan bella y radiante, a ser la misma de siempre. La que toca once partituras distintas que suenan de manera espléndida en soledad y que, juntas, forman parte de una sinfonía perfecta. Por más que enfrente tengan a su eterno rival, que, a su manera, también se asemeja a la perfección. Por más que haya imprevistos que te obliguen a cambiar de planes. Siempre hay un motivo para seguir oficiando de artista.
Y nuevamente así por así, en unos de esos momentos que le llaman casualidades aunque formen parte de las causalidades, el Barcelona volvió a inflar la red, con una de esas carambolas que cada tanto hacen justicia. Y el Real Madrid tuvo profundidad pero careció de eficacia, el as de espada que siempre enriquece a los equipos de Mourinho. Entonces, sin eficacia blanca y con la catarata de pases blaugrana, el tres a uno se cayó de maduro, de un árbol que al nacer suponía una cosa y terminó siendo otra muy distina.
¿Suspicacia ante el error? Nunca. Guardiola habló tras el partido y fue coherente con el equipo que presenta: “o eres valiente o muy valiente”. Valdés prefirió ser muy valiente. Porque de eso se trata la vida y también de eso se construye el fútbol: nunca traicionar tus ideales. Y de eso también se trata la era Pep: no le temas al fracaso y siempre, sin excepciones, salí jugando desde el fondo. Aunque el mundo entero hubiese hecho lo contrario. Tal vez por eso son el Barcelona.
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