lunes, 19 de septiembre de 2011

La escuela que rebasa de carencias

Críticos de nuestro fútbol (me incluyo), paremos la pelota. Dejemos de criticar, por un rato, la estereotipada cultura cortoplacista y resultadista argentina. Tratemos de quitarnos los lentes y miremos por un segundo con binoculares.  Estamos  amoldados a un paradigma tan evidente como certero: los entrenadores duran poco por la manera de ser de los hinchas. Eso es una consecuencia y no la verdadera causa. Más allá de los jugadores, de los fanáticos, de los dirigentes y de los resultados, ¿Cómo se capacitan los entrenadores? Determinante para diferenciar nuestro juego del europeo. Crucial para entender los motivos de tanta negación.

Ni mejores ni peores, solamente diferentes. Está claro, en cualquier oficio de la vida, las personas que más se instruyan tendrán más herramientas a la hora de actuar.  En la Argentina, hace ya un tiempo prolongado, para poder ocupar el cargo de DT hay que hacer la carrera oficial de entrenador. Son dos años de curso. Básico. Posiblemente cualquier jugador se considere con más recursos para oficiar de técnico por su experiencia en un campo de juego que por estudiar esos 24 meses. En el primer año, se profundiza en los juveniles y en el segundo en cuestiones de equipos profesionales. Déficit absoluto, en todos los aspectos. Sin embargo, la mayor parte de los técnicos prefiere subirse al tren de la aventura -prueba y error- y no continuar con su proceso de aprendizaje.

“El fútbol no es una ciencia tan complicada. Hay que hacer más goles que el otro y punto”, aseguran algunos, esquivando cientos de factores. Coaching, liderazgo, cursos en el exterior, observar a los mejores, escucharlos. Hay millares de maneras de enriquecerse y crecer en el oficio, aunque algunos consideren al curso de entrenador en Argentina como la conclusión de su desarrollo como aprendiz.


Hace casi dos meses hubo una clínica de entrenadores en España, posiblemente la más importante del año. Disertaban Guardiola, Del Bosque y Villas Boas, entre los más populares. Sólo dos técnicos argentinos estuvieron presentes. Ninguno pertenecía a equipos afiliados a AFA. Es evidente, la gran mayoría prefiere la prueba y error. Posiblemente su paradigma no los deje darse cuenta de los desaciertos que se evitan.

“Sé que si pierdo cinco partidos consecutivos me echan en cualquier lado, acá y en el Barcelona”, manifestó un desconocido futuro entrenador, al que muchos conocen como un delantero recio. “Sin embargo, agotaré todos los recursos para dar el máximo en esos cinco partidos que tengo de margen”. Nada nuevo bajo el sol para quienes conocen a Facundo Sava. Por su apariencia, un delantero regular. Por su realidad, un infinito estudioso dispuesto a tomar otro camino. Nuevamente, ni mejor ni peor. Haberle dicho que no a media decena de propuestas de equipos argentinos para terminar de hacer sus cursos de liderazgo y psicología deportiva ya lo pinta como un distinto. Haberse ido a Europa a observar como era el método de trabajo de los mejores equipos del mundo lo perfila como un antagónico a lo habitual. Y, ocupar toda su carrera instruyéndose con inteligencia para lo que va a venir, lo decreta como un eminente.

El Porto en el mundo, Lanús en menor escala, hacen escuela de entrenadores que van escalando niveles hasta desembocar en primera división. Mourinho, Villas Boas, Domingo Paciencias.  Zubeldía y Schurrer, por ahora, de la cantera Granate.

Menos visible, pero no menos importante. Los directores técnicos, como los jugadores, también deben hacer escuela. Capacitarse. De la misma manera en la que alguna vez la mayoría de los argentinos pateó la pelota contra la pared para progresar y así llegar a primera. El técnico no debería ser sinónimo de ex jugador. Tampoco de experiencia. Pero lo es. Y hoy hablamos de cortoplacismo y exigimos resultados. Lejos estamos de exigir entrenadores capaces.

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