viernes, 22 de junio de 2012
http://cambialadefrente.com.ar/
La cambiamos de frente y esperemos que esto siga significando progresos. Vení, acompañá.
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martes, 12 de junio de 2012
Messi, el que inspira
No, no y no. El fútbol no nos ha llevado hasta aquí. Hasta
este cúmulo de arrogancia que hoy nos atrae sólo problemas. Porque eso de creer
que somos y que tenemos lo mejor es para puro disgusto. Basta con cruzar la
frontera para comprender el rechazo que genera esta soberbia generalizada. Y,
tal vez sí, el fútbol nos pueda salvar. O mejor dicho una porción del fútbol nos
pueda salvar. O quizá el fútbol en su máximo sentido nos salve. Porque Lionel
Messi es eso: fútbol en su máximo sentido; de estética, de arte, de eficacia.
Y, por sobre todas las cosas y como antagonismo de un país egocéntrico, de humildad.
Nunca un gesto. Nunca una palabra de más que lo arruine
todo. Messi ostenta una imagen de austeridad, a pesar de ser la persona con
mayor riqueza dentro del verde césped. Y afuera, cuando el tumulto de los
flashes podrían encandilarlo, sigue siendo Leo, quien tranquilamente pasaría
por estudiante de psicología de cuarto año, si no fuera por el cardumen de
gente que gira a su alrededor.
Y cuánto bien nos hace que el mejor de todos se mantenga con
este perfil. Es una prueba de fuego para aquellos altaneros que creen que el
poder de su orgullo los llevó a donde están. Y no comprenden que sin ese
orgullo, hasta sus propias capacidades se multiplicarían. Si el pillo supiera
de las ventajas de ser humilde, de puro pillo se volvería humilde. Porque allí
se sitúa Messi y aprende de todos. De los que están a su favor y los que no.
Si no fuera por esos regates a una velocidad inhumana, o por
esos pases filtrados e indescifrables, o por esa definición infalible, Messi
también sería un distinto. Porque para este fútbol, un distinto es alguien que no le protesta a
los árbitros, alguien que sacrifica una amarilla del rival por un par de
segundos más con ese objeto preciado al que tanto venera, alguien que resigna la confrontación con el
contrario por seguir dando el máximo en el juego y evita cualquier otra
cuestión que estén exentas de ello. Todo eso no solamente lo vuelve un
distinto, también lo hace el mejor. Porque por más sencillo que parezca, estas
cuestiones inciden enormemente en el rendimiento.
Y tal vez estas palabras se puedan volver anónimas y
olvidadas, como tantas otras. Pero, también, como tantas otras cosas anónimas y
olvidadas, es necesario realizarlas igual. Porque un empresario, un carpintero
o un taxista pueden salir inspirados. Solamente humildad y enfoque en el
verdadero objetivo. Y quizás Messi y el fútbol nos salven de seguir equivocando
el camino.
jueves, 7 de junio de 2012
Una ceguera nacional
Una mujer ciega y sola en casa. Tres delincuentes
despiadados la asaltan para hacerse con un objeto preciado. ¿Qué puede hacer,
indefensa y frágil, ante el peligro cierto? Desde su inferioridad busca y
rebusca el punto débil de sus asaltantes y encuentra lo único que puede
igualarlos: la ausencia de luz, la oscuridad. Rompe lámparas, corre persianas y
cierra ventanas. Es la pluma de Audrey Hepburn. Es “Sola en la Oscuridad”.
Allí, a oscuras, vence ella.
La Selección Argentina
no está ciega, pero le falta poco. El sábado habrá un partido amistoso en
Estados Unidos, frente a un Brasil sin ensayos. Y un océano de preconceptos
siguen hiriendo de muerte al conjunto nacional. ¿Acaso sirve de algo volver con
un triunfo cualquiera sea el precio? ¿No es mejor respetar un proceso de
formación de un estilo, en vez de ganarle a Brasil, en un amistoso y “como
sea”?
Ese “como sea” no
significa que alguien del cuerpo técnico o algún jugador haya pronunciado la frase
nociva y déspota. Sin embargo, las ideas que promueve Sabella exhiben que una
victoria a cualquier precio es más fructífera
que una derrota coherente con el proceso. Ese proceso: el que tiene como
objetivo encontrar un modelo de juego, un sistema, los nombres acordes y una
conclusión cohesiva al Mundial de Brasil 2014.
Del 4-3-3 tácitamente
ofensivo frente a Ecuador, a este 5-3-2, con Mascherano como líbero, con los
dos centrales como stoppers. Cambio de estilo del equipo de un encuentro a
otro. De la búsqueda de rasgos de progreso mediante la posesión, a un equipo
replegado y repleto de trazos defensivos. Frente a Ecuador, intentando generar
espacios y, el sábado, frente a Brasil, buscando limitarlos y con la idea fija
de romper las lámparas para que Brasil quede en igualdad de condiciones con el
fútbol albiceleste.
El error en la comparación entre el cuento de
Hepburn y el presente argentino, es que aquella era una señora que debía
defender un objeto preciado. Y hoy Argentina no tiene un objeto preciado que
valga más que su propia vida. Porque no
hay una pertenencia con mayor significado que ella. ¿Cuál puede ser el robo?
¿Acaso un mal resultado en un amistoso en New Jersey? Aunque la pasión y el
exitismo sagaz aseguren que un resultado positivo lo es todo; a la larga, como
siempre, no será nada.
Entonces, es mejor abrir las ventanas. Que entre la luz. Tal vez
este sábado a Argentina le puedan robar algún que otro objeto de valor -el
orgullo, la satisfacción-. Sin embargo, el objeto más preciado no está ni
siquiera construido. Porque el modelo de juego del equipo no se consigue de un
día para el otro. Y esto es sencillamente un simulacro de robo. El verdadero
asunto vendrá en junio de 2014. Evitemos llegar ciegos.
martes, 5 de junio de 2012
Aprendiendo con El Enano Franco
Sus ojos puros repletos de esperanza, su mano diestra
embarrada y fría y su cara inocente y llena de marcas de vida habían enseñado
tanto en tan poco. Esos gestos y muchos
otros gestos desnudan la esencia del Enano
Franco. Esos 147 centímetros y esos 13 años de vida, abrigan los corazones
de cualquier insensible que ande dando vueltas. De cualquier hincha del buen
fútbol que se crea el apoderado moral para sentenciar que tal o cual resultado
es o no es justo. El Enano Franco y
otros 22 chicos de alrededor de su misma edad residen en el Hospital Psiquiátrico Tobar García. El Enano Franco y otros 22 chicos
aguardan por la esperanza de una familia que los adopte y los reinserte en la
vida real, de la que nunca formaron parte. Mientras tanto, sus alegrías están
marcadas por la situación de sus equipos.
Hasta este domingo me creía con la potestad para reclamar
que un resultado fuera justo o deje de serlo. Hasta este domingo estaba
convencido de que había marcadores que beneficiarían a nuestro fútbol, y otros
dejarían de hacerlo.
Cuando el relator radial hizo estallar sus cuerdas vocales
luego del penal de Matías Caruzzo, un gesto de rechazo invadió mis venas. Lejos
de ser opositor a una camiseta, mi
malestar pasaba por las actitudes venideras. Por una sobrevaloración de un
triunfo frente a Merlo, por penales. Por una ceguera contagiosa de exitismo
hacia las falencias del juego. Por la famosa “triple corona” otorgada a un
fútbol que identifica a unos pocos. Por el preconcepto erróneo de que “los
colores ganan partidos”. Por la absurda manera de inmunizar los disparates con
títulos.
“Boca es Boca”, dice el relator, haciendo referencia a un
equipo que gana con el porte de su escudo. Ya se ha demostrado en cuantiosas
ocasiones, que ni aquí ni en ningún lugar del planeta, sirve únicamente la
precisa utilización de un nombre para lograr un éxito.
“Boca es Boca” repite, y ya no genera malestar adentro mío.
Porque pueden haber 40 millones de personas habitando en los letargos
prolongados que produce el exitismo. No importa. Porque la sonrisa del Enano Franco, cuando le conté del
triunfo de Boca, valió mucho más que eso.
Esos 147 centímetros, de pies a cabeza, transmiten alegría.
Alegría por un triunfo de sus colores. Alegría por la esperanza de volver a ver
un partido de Boca. Feliz. Y tal vez en familia.
jueves, 31 de mayo de 2012
La Pasión
Está, siempre está. Es como un humo que te nubla y te impide
ver un poquito más allá. Es como una pared, a veces invisible y otras veces
bien visible, que no te permite ingresar a lugares tan hermosos como el
análisis o la subjetividad desinteresada por hablar de algo, desde lo más
profundo de la esencia de la opinión. Pero igualmente, está, la pasión siempre
está.
¿Cuántos se han percatado, en algún momento u
otro, de que sus frases hirientes, como hiere un Tramontina, estaban impulsadas
por un frenético amor a algo? De eso se trata la pasión. De amar, de defender
maniáticamente una idea, de hacer conjeturas macabras que dejen bien parado a
sus colores y de convencerse a sí mismo de lo que ni sus propias consciencias
se esfuerzan en decirles: “la realidad no se ve influenciada por la pasión, por
supuesto”.
Falso. La realidad que resulta de tu cerebro inestable está
absolutamente delimitada por la pasión ¿Y cómo puede ser, entonces, que varias
personas visualicen un mismo partido y unos vean mejor a uno y los otros a los
rivales? Vieron exactamente las mismas jugadas, sin embargo unos ven penal y
los otros juran y perjuran que se tiró a
la pileta.
¿Y hay alguna manera de modificar esta postura? En algún
momento de mi adolescencia me hice ese cuestionamiento, al que hoy veo verdaderamente
estúpido y vacío. “Cada acción en la vida debe estar signada por objetivos”,
enseñan, tenaces, los más eficientes entre las personas eficientes. ¿Y en qué
ayuda modificar esta postura apasionada característica en la Argentina? ¿Acaso
es realmente útil que un hincha de Independiente entre en razones con uno de
Racing sobre aquella jugada dudosa? ¿Hay algún beneficio en que un boquense se
junte a comer asado con uno de River, y juntos, interpreten con coherencia lo
que quedó del fin de semana?
Nada. Nada. No beneficia en nada. En cambio, la pasión sí.
Es como esa nafta cara y de calidad que sólo se consigue en un par de lugares.
Así, esta nafta se consigue solamente acá. Y el motor del fútbol anda como si
fuera una Ferrari. Aunque sabemos que acá carecemos de Ferraris. Pero no hay
otra explicación para que las canchas estén repletas un domingo de otoño a la
tardecita, cuando seguramente haya habido más problemas que soluciones para
presenciar aquel partido intrascendente.
Y habrá un humo que seguirá nublando las mentes coloridas de
esos fanáticos, a veces, inentendibles. Y las lágrimas seguirán acompañando sus
derrotas y los alaridos exhibiendo sus festejos alocados. Y las mujeres seguirán en la casa protestando,
porque la tarde de sábado se ha vuelto una colección de sucesos
esquizofrénicos.
Señora, preocupada por los actos maniáticos de su marido, le
hablo a usted: déjelo ser. Muchacho intelectual que no comprende a semejantes
personajes dialogando con el televisor: no juzgue lo que no comprende. Aunque
ustedes no lo crean, ellos, desde el linving de su casa, son trascendentales.
Son el corazón de nuestro fútbol.
lunes, 28 de mayo de 2012
Fútbol en el bar de los lunes
La patrona protesta porque alguien picoteó de la olla del
locro que quedó del fin de semana. La garúa resuena en el techo del bar de la
esquina. La opinión también. Es lunes,
otra vez, y el silencio se va quedando sin amigos, porque en los cafés se
machacan una y otra vez con las mismas ideas. La lista de la selección
argentina deteriora el ánimo de unos cuantos. Los boquenses invitan otra ronda
de cortados con una sonrisa que se percibe desde el lugar más lejano en el mundo.
Las medias lunas saladas no evolucionan el estado de ánimo de los comensales.
La promoción descompone a unos cuantos, los promedios originan algún que otro
atracón y a los amantes del buen juego no les queda más que saturar la angustia
oral con masitas, porque de fútbol, poco y nada.
El presente de Newell’s acompaña a los más tempraneros.
Retobado y rotundo, un hombre sin pelos habla de un glacial en los pechos
rojinegros que les provocó el barullo contra San Lorenzo. Otro hombre, un poco
más desmejorado en su rostro y un poco más mejorado en su léxico, le replica
mencionando la escasez del plantel, el
mérito de Martino y la valía de estar bien arriba en el campeonato. Ni un
camión repleto de edulcorante librará a los rosarinos de semejante amargura.
Las explicaciones que se tejen, con café de por medio, tampoco.
Riquelme deleita con su fútbol y en el bar de los lunes
cesan las discusiones. No hay nada para contradecir, ante tanto despliegue.
Hasta que alguien nombra a Sabella y la no co,,nvocatoria del diez de Boca. El
barullo se despierta de su siesta. Y la opinión los divide en dos: los que
creen que deben jugar los mejores y los que consideran que deben jugar los más
adecuados. El encargado chista con timidez y las voces parecen multiplicarse.
Para algunos, Riquelme es un excelente jugador, pero no condice con la
propuesta de juego que pretende transmitir Sabella. El resto le encuentra menos
ciencia al asunto: si Román es el mejor de Argentina, tiene que jugar, y punto.
Llega un burlón conocido y su primer dardo molesto va
dirigido a un bielsista ferviente. Lo saluda al apodo de fracasado y con una
sonrisa le pregunta al mozo si hay café vasco. Luego se pone serio y asume que
es una lástima lo de Bielsa. Y, ya en la mesa de siempre, sueña con el
entrenador rosarino de vuelta en el banco de la selección.
Hay aroma a salsa en el bar de los lunes. Es el olor de otra
mañana que se acaba. Antes, alguien lee la tapa de un diario masivo: “Tragedia,
otra vez”. Todos discuten la situación del hincha de Lanús fallecido. Y en un
rincón del bar alguien prefiere callarse. Calla, porque alguna vez le enseñaron
que solamente deben ser utilizadas las palabras que valen más que un silencio.
Y, mientras el resto prefiere seguir narrando mentiras que dicen verdades, él
calla. Porque otra muerte sacuda al fútbol y ya se dijo todo en el bar de los
lunes. Se dijo todo y no se hizo nada.
lunes, 21 de mayo de 2012
Fútbol sin champagne, pero con Copa
Parece imposible argumentar con palabras el gusto amargo que dejó, para la mayoría, la final de la Champions League. Es como uno de esos remedios feos, que algún día alguien determinó que debían tener gustos asquerosos, pero, igualmente deben existir por pura necesidad, para que alguna parte de algunas vidas se vuelvan largas e indoloras. El fútbol también necesita ser perdurable. Y por eso también precisa de estos remedios amargos, a pesar de que los ideales cohíban la posibilidad de pensar de esta manera rara, casi mediocre. Pero la colección de improvistos que andan dando vuelta por el universo futbolístico, lo convierten en el deporte más apasionante del mundo. Por eso, estos Chelsea, decorosos campeones maltratados, son extremadamente necesarios. Son esos remedios que se repudian, pero que acaban dejando un repertorio de enseñanzas.
El triunfo del débil no precisamente signifique el triunfo de la indecencia. Pero así se ven desde los ojos de un purista. Ese purista: el que defiende los ideales del que mejor lo identifica, el que no entiende razones más allá del estilo que lo cautiva, el que acecha contra todo aquel que lo atraigan otras maneras de pensar y de llevar a la práctica el fútbol. Por favor, puristas, eviten la intolerancia desmedida en los siguientes párrafos de este texto y, si pueden, propónganse mirar con otros lentes al nuevo campeón de Champions.
El Chelsea no puede cambiar todas sus formas para jugar una final de finales solamente porque la mayoría pretende que lo haga. Si hubo una forma de ser y de actuar que lo caracterizó a Di Matteo, fue la del repliegue y la eficacia. No está bien, ni tampoco está mal. Nadie puede decir que una victoria sin posesión es una victoria indigna. O, acaso, como dice el entrenador Ángel Cappa cuando le consultan el por qué de tanto empeño por la idea de jugar bien: “¿Y de qué sirve ser feliz?”. ¿Será quizá que el entrenador o los hinchas o los propios jugadores del Chelsea no son felices con el título de campeones en sus corazones? No es esta (o al menos no intenta serlo) una manera implícita de justificar a un estilo tacaño, sino una forma de entender a un técnico interino, a un equipo contrariado y a una gran expresión defensiva.
Porque el Chelsea no fue solamente dos líneas de 4 que se avocaron en resguardarse en su propio terreno y en negar pases interiores. Fue muchísimo más que eso. ¿O acaso alguien discute el festín que se hubieran hecho Robben y Ribery si el Chelsea hubiera salido a producir un juego que nunca trabajó? Hubiera habido espacios por todos lados. Los laterales en ataque, los mediocentros adelantados y la mesa servida para el Bayern: los extremos jugando como y donde quisieran y otorgándole a Mario Gómez tantas pelotas claras como fueran necesarias.
Pero el Chelsea fue mucho más que eso. Así como existen excelsos equipos de juego ofensivo, en los que sus jugadores parecen complementarse, cual si fuera una sinfonía, también, de la misma manera, existen los esquemas defensivos que exhiben la misma analogía. Debe haber un nivel de comunicación superior para tomar en zona durante más de dos horas. Debe haber un espíritu de grupo altísimo, para convencer a Lampard o Mata de que los relevos hoy serán más importantes que los desmarques y que habrá que correr en defensa tanto como les atrae correr en ataque. Conseguir el sacrificio de Drogba o este nuevo solidario Fernando Torres demuestra a las claras a un equipo tejido a mano con objetivos colectivos por encima de cada una de sus partes.
Nada de esto significa que el Bayern Munich deja de ser una apología a la nueva era del fútbol veloz, preciso y analizado a los más altos niveles de su posibilidad. Ni la zurda de Robben, ni la ineficacia de Gómez, ni los infortunios del juego reprimen tan espectaculares maneras de producir.
Por favor, puristas, no hay necesidad de enamorarse de un estilo que no los identifica o de un fútbol que limita sus más hermosas representaciones colectivas. Simplemente, respétenlo. Es el fútbol que hoy levanta a la más atrayente de las orejonas.
jueves, 17 de mayo de 2012
La Suerte
Ni en el Mundial 2002, cuando aquellas camisetas amarillas
furiosas se poseyeron de un recurso extraño que les blindó el arco y los
clasificó a los octavos de final del torneo, ni en esa noche funesta en el
Morumbí que un endemoniado penal le impidió a Newell’s gritar por primera y
única vez campeón de Copa Libertadores y torneo local con la misma voz, ni
aquel día en Alemania en 2006 cuando los brasileros parecían estériles ante
tanta movilidad de unos rojos anónimos,
que igualmente, y sin demasiada explicación, se quedaron sin Copa del
Mundo y sin hazaña, en una ráfaga de minutos. Ni en todos estos días, ni en ningún
otro, Marcelo Bielsa había nombrado a la palabra suerte. Esta vez sí.
Esta vez no existía la engorrosa situación de argumentar un
resultado negativo minutos después de un partido, tampoco estaban presentes los
periodistas maliciosos tratando de cosechar un título vital para sus
redacciones y mucho menos los flashes que encandilan y que generan tensión en
momentos de profundidad y de calma. Para Bielsa no existen los enojos, ni el
famoso grabador que suelen instalarse los protagonistas para evitar cualquier
repercusión polémica. Él habla desde la sinceridad, desde el arte de transmitir
un mensaje fructífero y desde la sencillez de un sabio. Pero el objetivo de
esta conferencia era bien distinto a las que suele dar el entrenador. Acá su
rol era otro: estaba como invitado de su hermano Rafael en el cierre de
campaña, para hablar sobre métodos de liderazgo y manejo de grupo. Una manera
creativa de atraer personas influyentes de todo el país.
Y aquella tarde de otoño lluviosa en el Club El Quilla, en
Santa Fe, estaba dejando un concepto tras otro. Las metáforas empapaban de
interés a los oyentes y Bielsa no dejaba de dar referencias intensas: “en el
individuo está la fortaleza de un equipo”, sostenía la idea y reflexionaba. Y
cuando la pelota parecía ubicada en un relegado segundo plano, sucumbió: “Ahora
les voy a leer lo que para mí es el fútbol: Éramos todos muy amigos, nos
gustaba jugar juntos, intentábamos hacerlo lo mejor posible, atacar mucho y
luego recuperarla con la ilusión de volver a atacar, y esperábamos la compañía
de la suerte”. La cohesión es admirable. La amistad y la alegría de jugar
juntos, se refiere a un grupo unido y a gusto. El empeño de hacerlo lo mejor posible, procura
transmitir el principal cometido de cualquier deportista: dar el máximo. Atacar
mucho y recuperarla con la ilusión de volver a hacerlo, exhibe su infinita
vocación ofensiva y una alusión casi inexistente a la fase defensiva. ¿Y la
suerte? ¿En qué parte de su vida como entrenador, como jugador y como persona
fue indispensable la suerte?
Oscurece en la tarde santafesina. El aroma a humedad que
dejó la lluvia intensa atrae nostalgia. Nostalgia por un Newell’s que se quedó
sin Copa en 1992, por doce pasos perversos. Nostalgia por una ráfaga de males
que dejaron a un país sin mundial y a un rosarino con una nueva estima: la
suerte.
lunes, 14 de mayo de 2012
Nazareno y un sueño universitario
“Bienvenido, pase”,
le exclamó cordialmente mientras la mano
zurda de aquel seguridad le indicaba la entrada al lugar. Nazareno obedeció al
pedido, mientras su cabeza creaba un tendal de conjeturas. “¿Dejarán entrar a
un oyente desconocido a la mejor universidad de Sudamérica?”. Los hechos le
demostraban que no había demasiada suspicacia ante su presencia. Su primera
impresión fue la de un lugar austero. “Tal vez me equivoqué de dirección”,
volvió a conjeturar Nazareno y una ola de sospechas le recorrió desde su cabeza
hasta sus pies. Pero una cancha sumamente prolija se apareció ante sus ojos y
una veintena de muchachos corriendo de acá para allá, dando pases y relevando,
le dibujó una sonrisa tan inmensa como sus ganas de aprender. Estaba en el
lugar indicado, donde el mayor de los valores es conocer lo que nunca se dijo:
que en Sudamérica se puede jugar un fútbol de posesión, que ser intenso no es
sinónimo de tener un juego trabado y que ser arriesgado no necesariamente significa
estar en desventaja defensiva. Nazareno estaba en la Universidad de Chile.
La vocación de entrenador de fútbol siempre había sido un
sueño para el joven Nazareno. Sin embargo, vaya a saber uno por qué, este chico
no soñaba con ser cualquier entrenador. Había una única especie que lo
cautivaba. “Para ser de los mediocres, mejor sigo el oficio de carpintero que
me enseñó mi padre”, decía, sólido, como si su camino estuviera tallado de
antemano. Nazareno quería tener un equipo que apueste al buen gusto, a la
audacia de ir siempre al frente, de mantener la coherencia de la posesión en la
cancha de su barrio o en cualquier otra cancha del planeta. Quería un equipo
que certifique a sol y a sombra que el fútbol era un cúmulo de estética, una
reivindicación al prodigioso acto de jugar. Así lo quería Nazareno y, si no, no
quería nada.
Pero este joven no era uno de esos que prometen con
enfrentarse a cuanto problema haga falta para cumplir su sueño. Era una persona
muy analítica. Analizaba un centenar de veces cada acción que iba a emprender.
Y por una colección de estudios minuciosos y rotundos, Nazareno había llegado a
la conclusión de que un equipo suyo solamente podía jugar el fútbol que él
pretendía si se desarrollaba en el continente europeo. Acá en Sudamérica no
cabía lugar para su utopía sin sentido. Lo había examinado todo. El pasado
esperanzador con algunos rasgos de su postura, pero sin una certeza bien
definida. El presente nefasto y las conjeturas que podían llegar a acontecer en
el futuro, teniendo en cuenta las divisiones inferiores. Nazareno prefería
sacrificar su sueño, antes de marcharse a Europa. Porque era de esas personas
patrióticas que no abandonaban su continente ni que la humanidad se lo pidiera
de rodillas.
Nazareno prefirió continuar con el oficio de carpintero de
su padre. Aunque nunca dejó el fútbol de lado, en su totalidad. Siempre algún
que otro partido, de algún que otro equipo que le interesaba por su caprichosa
manera de ser y de atacar. Hasta que un día alguien en el taller le habló de
esta Universidad. Le dijo que eran extremadamente audaces, que demostraban en
cada segundo que se posaban sobre el césped que amaban la tarea de atacar. Y
transmitían, también, que amaban la tarea de jugar por jugar. Por puro placer.
Le enumeró los logros, le contó del prestigio que fueron ganando cada uno de
sus integrantes a pesar de ser humildes y desconocidos. Y, por último, le contó
la mejor parte: estaban en Sudamérica.
Y si pierde, ¿qué? Y si pasa justo ahora que se insinúa como
sólido candidato a ganar la Copa Libertadores, ¿qué problema hay? Ninguno.
Porque la esencia seguirá siendo la misma. Y nadie le podrá reprochar nada a
nadie. Porque nunca se defraudaron a ellos mismos. Y porque lograron las dos
cosas más maravillosas sobre la faz de la tierra: como eran una Universidad,
primero enseñaron algo nuevo y como eran un equipo, después promovieron un
sueño. Es el sueño de Nazareno de ser entrenador. Y está más vivo que nunca.
jueves, 10 de mayo de 2012
Simeone le quita el disfraz al fútbol argentino
Ningún disfraz puede durar para toda la vida. Son momentos. Sólo
momentos en los que una mentira o un espejismo esperanzador pueden teñir de claridad los lugares más
oscuros. Sin embargo en Argentina se continúa pronosticando a un equipo de
estrellas que algún día será, a un torneo competitivo que cautiva multitudes y
a una selección gloriosa que avasalla con el peso de su camiseta. Son
espejismos que desaparecen cuando la comparación se extiende al otro lado del Océano
Atlántico. Son mentiras cobardes que los verdaderos hombres del fútbol no
tardan en desenmascarar. Por fortuna, llegaron Simeone y su método. Un ejemplo
convincente de una realidad disfrazada.
No hay mejor momento que éste para desenmascarar al fútbol
argentino: la situación es perfecta, la realidad habla por sí sola. Diego
Simeone se apoderó del cuerpo técnico de Racing Club en el 2011. La actualidad
era regular. Había un plantel realmente competitivo para la categoría y una
ilusión muy grande de pelear por el título. Sin embargo el cuerpo técnico no pudo
rentabilizar las posibilidades, y el equipo terminó en un nivel promedio a la categoría. De 57 puntos
en juego, ganó 32. Concluyó segundo, en un torneo tan vulgar como sus
pretendientes. Y sin encontrar respuesta al estímulo, Simeone renunció tras
seis meses a cargo del equipo.
A los pocos días, sonó sorpresivamente fuerte en España. El
Atlético de Madrid vio en él una conjunción de esperanza y coherencia. Confió,
a pesar de su decepción inmediata con el equipo argentino. Y los frutos
llegaron realmente rápido. El equipo cambió radicalmente de idea, comenzó un
fútbol de ataque, pasó de pelear el descenso a luchar por los puestos de copas
y fue obteniendo confianza, a medida que iba superando etapas en la Europa
League.
Tal vez, las deducciones revelen la certeza de que en el
fútbol argentino hacen falta mejores jugadores. ¿Tan lejos están los futbolistas
argentinos a los que se desempeñan en Europa? No parecen haber demasiadas
diferencias entre el promedio de unos planteles y de otros. La disparidad
sustancial reside en el método. En la manera de pensar y de actuar en un lugar
y en el otro. En el resultado que obtiene un gran entrenador como Simeone en
los distintos continentes.
En el medio Argentino no se permite innovar, al menos en los
clubes donde los jugadores de jerarquía influyen excesivamente en el plantel. No
hay manera de presentar un estilo de entrenamiento nuevo y eficiente, más
intenso, donde abunden las situaciones de partido y se eviten los reducidos y
los ejercicios incongruentes con el método. En la Argentina se entrena por
inercia. Porque alguna vez alguien dijo que había que hacer pasadas, trabajos
de fuerza y remates de media distancia. Y cuando a algún entrenador de primera
división se le consulta para qué parte del estilo de su equipo se realiza ese
ejercicio, no hay una respuesta lógica que argumente el cuestionamiento. Pero
cuando un procedimiento revolucionario como el de Simeone promueve el avance,
el jugador nacional se desgana. Odia salirse de la rutina, como cualquier ser
humano.
Por fortuna, en Europa la innovación ya se convirtió hace
mucho tiempo en hábito. Y el fútbol ha logrado desenmascarar varias mentiras establecidas.
Los espejismos se van acabando en Sudamérica. Porque existen personas como
Sampaoli o Martino que los aniquilan día a día.
El botín de la pierna zurda de Falcao García deslumbra a la
Argentina con un gol enorme y letal. Ese botín de Falcao encandila a los ojos
de quienes intentan analizarlo. Ese botín de Falcao no representa solamente la
magia de un jugador magnífico, también es el producto de un trabajo coherente
de su entrenador, Diego Simeone. Ese botín y esa cabeza de Falcao no se
consiguen en Argentina. Aquí seguimos disfrazando la realidad.
martes, 8 de mayo de 2012
Crónica de otro sueño en Bucarest
Lisandro entendió enseguida que, ni la voz segura y cordial
del otro lado de la línea, ni el horario extraño de la llamada, podían formar
parte de una broma jocosa. Lisandro era, además de preceptor e incondicional al
trabajo, entrenador de fútbol. Primero los oídos, luego el corazón, más tarde
las retinas repletas de lágrimas y por último la razón, le avisaron a Lisandro
que la llamada provenía del estandarte de todas sus ideas y de la mayoría de
sus locuras. El joven de pueblo, el DT de un equipo amateur, el primer devoto
del estilo, en este momento está escuchando la voz de su sueño supremo del otro
lado del teléfono:
-¿Lisandro? Mucho gusto, le habla Marcelo Bielsa.
El silencio hace proseguir a Bielsa: - Recibí su carta
caballero, y me interesaría que se presentara en mi quinta de Máximo Paz a
estudiar, analizar y debatir sobre fútbol. El único problema es la inmediatez
de su respuesta. Lo requiero aquí desde mañana, a primera hora. ¿Podrá?”.
Un “sí” tartamudo finaliza la charla.
Unos cuantos otoños antes de este otoño, Lisandro se había
hecho discípulo de Marcelo Bielsa. Cuando las eliminatorias con Argentina
exhibían a un equipo vertical y con un estilo patente, cuando la eliminación
prematura en el Mundial 2002 sacudió al fútbol albiceleste, cuando la selección
chilena se reencontró con su dignidad seis años más tarde. Lisandro siempre fue
defensor acérrimo. Más allá de la adulación de algunos periodistas en los
momentos gloriosos, más allá de las críticas extremas en las derrotas
sorpresivas. La idolatría de Lisandro se basaba en el método y no en el
resultado. En valores y no en anécdotas. En principios que trascendían a un
gran entrenador.
Por eso la valía suprema del llamado, el llanto de los
momentos posteriores, la emoción de los familiares, la incertidumbre del futuro
inmediato y los sueños tan intactos como el día en que fueron gestados.
Eran las 8 de la mañana de un viernes, día posterior a la
invitación. Lisandro transpira. Transpira y no tiene tiempo para emociones.
Porque llega a una quinta en las afueras de Santa Fe, saluda a un par de asistentes
que solamente quitan la mirada de su computadora por puro respeto. Vuelven de
inmediato a lo suyo. Llega Bielsa. Le extiende la mano y le asigna tarea. Lisandro
tarda. Tarda porque son métodos avanzados a los que no está acostumbrado. Tarda
porque creyó que sabía mucho del método, hasta que le explicaron la manera en
que analizaban allí los partidos.
Pasan los días en Máximo Paz. Fuera de la quinta, el
periodismo habla de la llegada de Bielsa a un equipo español, más precisamente
al Athletic Bilbao. Dentro de la quinta, las conjeturas se vuelven hechos. Y
Bielsa no para un segundo de exigir. Ven 48 partidos enteros del equipo en la
última temporada, más de dos veces. Crean
planillas con los sistemas utilizados, con la cantidad de minutos por puesto de
cada jugador, con compactos de cada integrante del equipo, con un análisis
riguroso de las instalaciones, de cada miembro del cuerpo técnico con el que se
encontrarán en Bilbao. Se trabajan 12
horas por día. Lisandro tiene los ojos tan grandes como las convicciones.
Trabaja y trabaja. No piensa demasiado en lo que vendrá.
Se cumplen 7 días de su estadía en la quinta. La noticia
corre como pan caliente entre los trabajadores del lugar: el Athletic Bilbao
tiene nuevo entrenador. Lisandro regresa a su pueblo fascinado, tras una
experiencia trascendental en su vida, que puede funcionar como una llave hacia
el candado de su sueño máximo.
Al mes, decide ir a España, a trabajar ad honorem para
Bielsa y el equipo. No se hace nada fácil: Bielsa tiene una exagerada
admiración por la palabra exigir. Lisandro trabaja 16 horas diarias y no cobra
ni un centavo. Ocupa los ahorros de toda
una vida para subsistir. Son los ahorros que pagan el mejor de los sueños.
Cuando faltaba nada más que un día para emprender el vuelo
de regreso a la Argentina, una voz fuerte y convincente vocifera su nombre,
desde la oficina contigua al vestuario. Era la oficina de Marcelo Bielsa. Eran
un papel, una birome y el contrato que siempre soñó.
Mañana, el Athletic Bilbao de Bielsa puede consagrarse
campeón de la Europa League. Lisandro está dentro de ese cuerpo técnico
inconmensurable que tal vez pase a formar parte de la historia. Aunque no lo necesita. Porque Lisandro ya es un campeón. Ganó la mejor estrella de todas. La
de los sueños que se cumplen. La de un corazón tranquilo, de quien lucha y triunfa.
jueves, 3 de mayo de 2012
Atila el campeón
Atila fue un gran líder, tal vez el mejor. Ni Ayer, ni hoy,
ni mañana, quizás nunca sabremos quién ha sido el mejor en qué cosa. Todo se
corresponde con los objetivos planteados. La humanidad difícilmente distinga a “un
mejor”. Sin embargo, Atila, en lo que hacía, era verdaderamente el mejor. Fue
el último y más poderoso caudillo de los Hunos, una de las tribus más
importantes de la historia. Fue un líder absolutamente influyente. Su mayor
capacidad era la eficacia: lo que se prometía como objetivo, lo terminaba
logrando, tarde o temprano. El problema de Atila era la manera de llegar a esos
objetivos. Tenía muchos enemigos porque sus métodos eran algo provocadores.
Pero no dejaban de ser los más eficientes de la época. Como Mourinho. Como su
Real Madrid campeón de la liga española. Como la esencia de un líder tan
perfecto y tan reprobado como Atila.
Ni tan aceptado, ni tan estético, ni tan cautivador, el
juego del Real Madrid de Mourinho pasaba por otro lado. Fue tan revolucionario
como las posesiones infinitas del Barcelona, aunque la gente lo perciba de otra
manera. Fue lo más eficiente que existió sobre la geografía futbolística terrestre.
Fue, seguramente, una colección de aciertos que concluyeron en la liga más
elevada del planeta: la española.
Dicen que para neutralizar un gran modelo de juego (como el
del Barcelona) existen tres caminos posibles: mantener tu estilo más allá de la
superioridad rival, tratar de imitar el estilo rival o improvisar una manera
nueva que evite el desastre. Mourinho encontró un cuarto camino, aún más eficaz
que los tres anteriores: planificó un estilo nuevo y mejorado, que le atrajo
enormes resultados frente al Barça y frente a grandes equipos europeos.
Encontró un balance perfecto entre velocidad y ejecución, entre repliegues y presiones
y entre coberturas y desorden. El resultado fue una especie de revolución. Un
fútbol pocas veces visto. Con recursos nuevos y desconocidos.
Sin embargo, la opinión popular entrega un rechazo tras
otro. Son los rasgos de un equipo tan perfecto como fanfarrón. Son aquellos de
camiseta brillante, con los que nunca nadie se siente identificado. Son los
poderosos, los adinerados. Son los que, desde el inicio de la humanidad, generan malestar. A pesar de todo, el fútbol
puede entregar una injusticia tras otra, pero finalmente termina triunfando la
verdad. Y la verdad hoy es que este equipo fue el más eficiente. El que mejor
interpretó el modelo de juego que prevaleció. El que menos errores cometió.
Mourinho gana. Otra vez gana. Su método siempre gana. Y en
su figura circula la imagen de Atila: eficiente, líder, vencedor. Y rechazado.
miércoles, 2 de mayo de 2012
Míster, vuelva pronto
En los días funestos en los que un resultado negativo
desautorizaba a cualquier intento de justificación, y en las charlas técnicas
aburridas donde mil y una palabras no servían para convencer a jugadores
desgastados, y en las mañanas frías en las que los ejercicios largos y
aburridos parecían innecesarios, la única palabra acreditada seguía siendo la
del Míster. El Míster, en España, es sinónimo del entrenador. Porque hace más de
medio siglo, los técnicos británicos dejaron un legado enorme en un país, y un
término honorable en un oficio. Míster significa hombre. Y hombre seguramente
signifique Jósep Guardiola.
Tal vez haya un millar de definiciones y un millón de
ejemplos para graficar la palabra hombre. Pero para este momento de la historia
no hay mejor manera que hablando de Guardiola. No tiene ninguna relación con la
cantidad de trofeos que atesoren sus vitrinas, ni con su presente iluminado por
el foco de los flashes. Guardiola es un hombre porque algún día soñó. Soñó con
formar parte de algo grande. Soñó con cambiar algo de este mundo y con dejar un
legado que exceda a su nombre. Guardiola es un hombre porque cumplió.
Nadie mejor que su equipo para representar su forma de andar
por el mundo. La planificación y la espontaneidad fusionadas en una misma
geografía, delineadas por valores elevados y principios rotundos. Así jugaba el
Barça. Así le demostró a una humanidad vacía que podía ser. Encantador y real,
revolucionario y sencillo. Así, también así, juega Guardiola por la vida.
Es una certeza: dentro de un puñado de décadas aparecerán
los posters añejos con un regate de Inesta, una pirueta de Messi o, tal vez,
simplemente con el cuadro del equipo completo. Seguramente allí aparecerá un
cárdigan tan brillante como los ojos de su dueño. Son los ojos de un señor. Un
señor que dejó un legado en nuestro fútbol y en nuestras vidas. Un señor que,
esperemos, vuelva pronto.
jueves, 26 de abril de 2012
Una tarde con el tío Pascual
El tío Pascual siempre fue un necio, no es ninguna novedad.
Reticente a los estudiosos, devoto de los hechos y eterno analista sin
fundamentos. Pascual es Pascual, porque su pequeño mundillo lo deja ser. Lo
deja opinar, hablar por hablar. El fútbol es su pasión y la crítica es su ancho
de espadas. “Equipo que gana no se critica”, dice, mientras evoca uno por uno a
los técnicos perdedores. Pascual habla de Bielsa. Habla y se enoja “porque el
fútbol no es ninguna ciencia”. Hoy, por esa colección de casualidades que de
vez en cuando la vida se encarga de propinar, tuve que ver Athletic Bilbao -
Sporting Lisboa con Pascual. Trataré de relatar lo acontecido.
Salen los equipos a la cancha. Le hablo de que tácticamente
el Sporting Lisboa es excepcional. Sólido en defensa, aprovecha los laterales,
se repliega con facilidad y utiliza los extremos como nadie. El tío Pascual me
pide que “no ponga excusas para defender a Bielsa, a este Lisboa no lo conoce
nadie”. Asiento con el silencio. Le comento de los logros del Athletic desde la
llegada de Bielsa: revolucionó España. Juega en todas las canchas como un equipo
de primera categoría. Aumentó la capacidad de un plantel al que verdaderamente
lo conocían muy pocos. Hay seis jugadores que hasta el año pasado eran
suplentes y hoy son pretendidos por Real Madrid, Inter, Milan, Chelsea y
Mánchester City”. Pascual me calla. Le gusta escuchar el comentario del de la
tele.
Empieza el partido. Sacan del medio los de rojo y blanco y
realizan una posesión de 2 minutos 14 segundos. El Bilbao es una máquina de
atacar. Pascual me pregunta “si siempre este equipo, el Sporting Lisboa, se
cualga del travesaño”. Le digo que es mérito del Athletic. Le hablo de los
desmarques de ruptura. De que Bielsa llega a un club y entrena la pared como si
fueran nenes de diez años: paredes horizontales, verticales, falsas paredes, rectas,
obtusas, largas, cortas. Por segunda vez en la tarde solicita mi silencio. No
le gusta eso del trabajo en la semana. “El que es bueno juega bien igual, más
allá de todo”, dice y sigue mirando.
Ataca y ataca el Athletic y luego de una asociación
fructífera y una descarga llega al primer gol. Ni me inmuto por miedo a
Pascual. Él atina a preguntarme si ese Llorente es el mismo que fue a Sudáfrica.
Afirmo con la cabeza y le explico que en el último tiempo antes de la llegada
de Bielsa estaba bajo de confianza. Que nadie podía rentabilizar sus
capacidades. Le pido que lo siga un ratito. Cómo hace diagonales, cómo
descarga, cómo se lleva las marcas y cómo ayuda en defensa. A todo esto, el
Lisboa empata. Pascual me mira y sonríe. Le explico que “a este equipo español
siempre le cuesta la segunda pelota defensiva. Es un error…”. Me interrumpe con
una chistada violenta. Obedezco.
Todo marcha igual. El Athletic se adueña de la posesión y el
Sporting molesta de contra. Lo veo más metido que nunca a Pascual. Me comenta
que “parecen más rápidos los jugadores que acá en Argentina”. Le explico de que
allá se entrenan las transiciones en la semana, se busca la mayor precisión en
el menor tiempo y se considera a la intensidad como una marca registrada de un
gran equipo. Ahora parece interesarle todo esto.
El tiempo se acaba y todo indica un alargue. El Athletic pierde
una decena de ocasiones. Pascual me repite una frase añeja y certera: “los
goles no se merecen, se hacen”. Los bilbaínos no renuncian nunca al ataque y
siempre de manera organizada y nítida. Pelota cruzada y gol de Llorente.
Sonrío. Sonríe.
El Athletic a la final. Carcajada de Pascual. - ¿Ahora estás
contento, tío? Sos un oportunista que festeja un simple resultado- Lo ataco. Se
defiende: -Es la primera vez que no me preocupa haberme equivocado. Este equipo
me devolvió las ganas de ver fútbol, más allá de que ganó.
Una copa para Bielsa sería una reivindicación ante los
resultadistas. Ante Pascual ya no.
lunes, 23 de abril de 2012
No digan que no les avisé
Era un martes tan intrascendente como la mayoría de los
martes en el barrio de Caballito. La rutina empapaba de tranquilidad el
entrenamiento de Ferro Carril Oeste. El silbato del profe, las duchas, el
bolsito y a casa a almorzar. Todo era normal hasta que el entrenador de aquel
entonces, Carlos Timoteo Griguol, decidió sembrar una semilla de curiosidad en
una de las jóvenes promesas del club: “Escuchame pibe, vos tenés pasta para
esto de ser director técnico. Entonces a partir de ahora, anotá todo lo que
veas, los ejercicios, los charlas, todo lo que te pueda servir para el futuro”.
Y aquel joven de 19 años le hizo caso: transitó su carrera de jugador
proyectando y aprendiendo de todo y de todos, con la obsesión de ser un gran
entrenador. El mejor. Aquel pibe era
Facundo Sava. Y hoy su libreta se muda a San Juan.
Los prejuicios nos someten a pensar mal. Porque la realidad
indica que Sava fue un delantero recio, un goleador por ráfagas, un jugador
argentino que no superaba la media. Entonces, allí aparecen los preconceptos,
porque un jugador mediocre aparentemente también será un entrenador mediocre.
Falso. A Facundo Sava le espera una maravillosa carrera como entrenador. Es una
certeza y no un pronóstico. Porque en el fútbol y en la vida hay pocas verdades
absolutas, aunque una de ellas es bien nítida: quien más se sacrifica y más se
prepara, obtendrá enormes resultados. Y allí reside su secreto. Cuando muchos
se conforman con el rótulo de buen jugador y el curso mezquino que se dicta en
Argentina, él prefirió la carrera de psicología social, los viajes a Europa
para observar el método de los mejores del mundo, los cursos de liderazgo y la
incansable búsqueda de la verdad.
Anotando lo bueno y lo malo, lo divertido, lo efectivo, lo
emotivo y lo innecesario según su visión. La libreta pasó por varios estadíos,
sumó apéndices, conoció a grandes líderes, algunos métodos exitosos, algunas
charlas técnicas insoportables y algunos trabajos físicos innecesarios.
Hace más de dos años, cuando su carrera transitaba por su última
etapa como jugador, accedió a una charla para más de 400 jóvenes estudiantes de
periodismo. Y sin demasiadas vueltas confesó: “mi sueño es ser el entrenador de
la selección argentina”. Una carcajada unánime invadió la sala Pablo Picasso
del Paseo La Plaza. Porque un paradigma somete las ideas de todos los amantes
del fútbol argentino. Aparentemente, se necesita un título de buen jugador para
poder llegar a ser buen entrenador.
Sava debuta este fin de semana en el banco de San Martín de
San Juan, un equipo en descenso directo y con aspiraciones limitadas. Falta cada
vez menos para que todos estos paradigmas dejen de existir. Porque el
sacrificio da sus frutos y el fútbol premia a quienes realmente lo entienden. Después
no digan que no les avisé.
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