lunes, 23 de abril de 2012

No digan que no les avisé



Era un martes tan intrascendente como la mayoría de los martes en el barrio de Caballito. La rutina empapaba de tranquilidad el entrenamiento de Ferro Carril Oeste. El silbato del profe, las duchas, el bolsito y a casa a almorzar. Todo era normal hasta que el entrenador de aquel entonces, Carlos Timoteo Griguol, decidió sembrar una semilla de curiosidad en una de las jóvenes promesas del club: “Escuchame pibe, vos tenés pasta para esto de ser director técnico. Entonces a partir de ahora, anotá todo lo que veas, los ejercicios, los charlas, todo lo que te pueda servir para el futuro”. Y aquel joven de 19 años le hizo caso: transitó su carrera de jugador proyectando y aprendiendo de todo y de todos, con la obsesión de ser un gran entrenador. El mejor.  Aquel pibe era Facundo Sava. Y hoy su libreta se muda a San Juan.

Los prejuicios nos someten a pensar mal. Porque la realidad indica que Sava fue un delantero recio, un goleador por ráfagas, un jugador argentino que no superaba la media. Entonces, allí aparecen los preconceptos, porque un jugador mediocre aparentemente también será un entrenador mediocre. Falso. A Facundo Sava le espera una maravillosa carrera como entrenador. Es una certeza y no un pronóstico. Porque en el fútbol y en la vida hay pocas verdades absolutas, aunque una de ellas es bien nítida: quien más se sacrifica y más se prepara, obtendrá enormes resultados. Y allí reside su secreto. Cuando muchos se conforman con el rótulo de buen jugador y el curso mezquino que se dicta en Argentina, él prefirió la carrera de psicología social, los viajes a Europa para observar el método de los mejores del mundo, los cursos de liderazgo y la incansable búsqueda de la verdad.

Anotando lo bueno y lo malo, lo divertido, lo efectivo, lo emotivo y lo innecesario según su visión. La libreta pasó por varios estadíos, sumó apéndices, conoció a grandes líderes, algunos métodos exitosos, algunas charlas técnicas insoportables y algunos trabajos físicos innecesarios.

Hace más de dos años, cuando su carrera transitaba por su última etapa como jugador, accedió a una charla para más de 400 jóvenes estudiantes de periodismo. Y sin demasiadas vueltas confesó: “mi sueño es ser el entrenador de la selección argentina”. Una carcajada unánime invadió la sala Pablo Picasso del Paseo La Plaza. Porque un paradigma somete las ideas de todos los amantes del fútbol argentino. Aparentemente, se necesita un título de buen jugador para poder llegar a ser buen entrenador.

Sava debuta este fin de semana en el banco de San Martín de San Juan, un equipo en descenso directo y con aspiraciones limitadas. Falta cada vez menos para que todos estos paradigmas dejen de existir. Porque el sacrificio da sus frutos y el fútbol premia a quienes realmente lo entienden. Después no digan que no les avisé.

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