Ni en el Mundial 2002, cuando aquellas camisetas amarillas
furiosas se poseyeron de un recurso extraño que les blindó el arco y los
clasificó a los octavos de final del torneo, ni en esa noche funesta en el
Morumbí que un endemoniado penal le impidió a Newell’s gritar por primera y
única vez campeón de Copa Libertadores y torneo local con la misma voz, ni
aquel día en Alemania en 2006 cuando los brasileros parecían estériles ante
tanta movilidad de unos rojos anónimos,
que igualmente, y sin demasiada explicación, se quedaron sin Copa del
Mundo y sin hazaña, en una ráfaga de minutos. Ni en todos estos días, ni en ningún
otro, Marcelo Bielsa había nombrado a la palabra suerte. Esta vez sí.
Esta vez no existía la engorrosa situación de argumentar un
resultado negativo minutos después de un partido, tampoco estaban presentes los
periodistas maliciosos tratando de cosechar un título vital para sus
redacciones y mucho menos los flashes que encandilan y que generan tensión en
momentos de profundidad y de calma. Para Bielsa no existen los enojos, ni el
famoso grabador que suelen instalarse los protagonistas para evitar cualquier
repercusión polémica. Él habla desde la sinceridad, desde el arte de transmitir
un mensaje fructífero y desde la sencillez de un sabio. Pero el objetivo de
esta conferencia era bien distinto a las que suele dar el entrenador. Acá su
rol era otro: estaba como invitado de su hermano Rafael en el cierre de
campaña, para hablar sobre métodos de liderazgo y manejo de grupo. Una manera
creativa de atraer personas influyentes de todo el país.
Y aquella tarde de otoño lluviosa en el Club El Quilla, en
Santa Fe, estaba dejando un concepto tras otro. Las metáforas empapaban de
interés a los oyentes y Bielsa no dejaba de dar referencias intensas: “en el
individuo está la fortaleza de un equipo”, sostenía la idea y reflexionaba. Y
cuando la pelota parecía ubicada en un relegado segundo plano, sucumbió: “Ahora
les voy a leer lo que para mí es el fútbol: Éramos todos muy amigos, nos
gustaba jugar juntos, intentábamos hacerlo lo mejor posible, atacar mucho y
luego recuperarla con la ilusión de volver a atacar, y esperábamos la compañía
de la suerte”. La cohesión es admirable. La amistad y la alegría de jugar
juntos, se refiere a un grupo unido y a gusto. El empeño de hacerlo lo mejor posible, procura
transmitir el principal cometido de cualquier deportista: dar el máximo. Atacar
mucho y recuperarla con la ilusión de volver a hacerlo, exhibe su infinita
vocación ofensiva y una alusión casi inexistente a la fase defensiva. ¿Y la
suerte? ¿En qué parte de su vida como entrenador, como jugador y como persona
fue indispensable la suerte?
Oscurece en la tarde santafesina. El aroma a humedad que
dejó la lluvia intensa atrae nostalgia. Nostalgia por un Newell’s que se quedó
sin Copa en 1992, por doce pasos perversos. Nostalgia por una ráfaga de males
que dejaron a un país sin mundial y a un rosarino con una nueva estima: la
suerte.
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