lunes, 30 de mayo de 2011

Destino final: éxito

“Éxito: resultado natural de la íntima satisfacción lograda al saber que usted hizo lo mejor que pudo para transformarse en lo mejor que usted es capaz de ser”. John Wooden fue un entrenador de básquetbol estadounidense, considerado el mejor en el entorno universitario. Sus diez campeonatos conseguidos en la NCAA (Asociación Nacional Atlética Colegial) y su sublime estilo de liderazgo lo posicionaron en la cumbre de la historia del deporte. Con vivencias superlativas y una capacidad que atrajo a millares de discípulos, Wooden creó una pirámide que personifica lo esencial para acceder al éxito. Parece una utopía reencarnar al pie de la letra los cimientos que definen a esta escalera a la cumbre. A 60 años de la creación del erudito estadounidense, hubo un equipo que logró resucitarla.

Retomar el análisis del modelo de juego del Barcelona sería poco original y un desafío a la creatividad que ya parece truncada ante tanta profundidad de un estilo que no necesita atributos. Por eso, la exhibición de once galácticos con una sencillez superior precisaba un análisis supremo  que justificara semejante arribo a la cumbre, excediendo a una manera de jugar que aúna los extremos de belleza.

Allí aparece John Wooden, un entrenador que medio siglo atrás pasaba en limpio los axiomas básicos que un equipo necesita para llegar al éxito máximo. No quedan dudas, el Barça de Guardiola logró acometer cada ladrillo que hace a la perfección de un grupo de trabajo.



 Pensar en cada uno de estos cimientos es resucitar el proyecto Barcelona. La aspiración de desbordar un nombre pasó a ser cotidiano. Suena imposible poder observar la obra maestra de Wooden y no imaginar aquella postal en Wembley de decenas de personas (psicólogos, jugadores, asistentes, entrenadores, médicos, etcétera) infundadas en un abrazo eterno con un mensaje evidente: “todos juntos lo logramos”. No fue una imagen insulsa, influenciada por un título tan importante que enmienda cualquier aspereza. En los momentos más difíciles, todos estuvieron allí.

“Había jugadores en mejores condiciones que yo”. El capitán del que posiblemente sea el mejor equipo de la historia, Charles Puyol, da otra cátedra de espíritu de equipo. Sin peros, sin objeciones, se suma a un engranaje perfecto de lealtad y cooperación y deja de lado cualquier ego implícito.

Por último, una demostración más del motor del modelo, Jósep Guardiola, quien cumple a rajatabla la definición del entrenador estadounidense de dar constantemente el máximo: “Jugando como en 2009 quizá no ganemos”. Terminante, inalterable a una cultura innata, el director técnico exhibe una ejemplar capacidad de progreso. Otra marca registrada de un equipo que, lejos de contemplar rivales, basa su modo de existir en la auto superación constante.

De pie señores, el FC Barcelona es campeón de Europa. Como si no hubiera sido suficiente con semejante estímulo a la vida, el capitán Puyol le sede la recepción de la copa a Eric Abidal, protagonista de una historia llena de obstáculos y discriminación.  El universo se arrodilla a sus pies. Wooden estaba en lo cierto: esa pirámide es el mejor camino hacia el éxito

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