En mi cabeza dan vuelta un centenar de teorías. ¿Será necesario pasar otra vez por lo mismo? ¿Alguna vez aprenderán del error? Faltan un par de meses para que termine la temporada. Sin embargo todo parece encaminarse por el mismo camino: clubes grandes en quiebra, los descensos a la vuelta de la esquina y los parches que simplemente patean el problema para unos días más adelante. Mientras tanto, la realidad sigue siendo auténtica con el pasado y el fútbol condena a los equipos por sus decisiones. Nadie quiere ser River, pero todos imitan su fórmula letal.
Las gestiones dirigenciales avanzan por una ruta oscura y desconocida. Los jugadores se venden por fortunas, las canchas suelen estar repletas, pero las calculadoras siguen otorgando saldos negativos. Pocas veces los balances públicos esclarecen las cosas. Simplemente funcionan como decorado y como una manera políticamente correcta de atribuirle las deudas a la comisión anterior. Entonces, simplemente queda pensar lo peor: los negocios por debajo de la mesa hieren de muerte al fútbol. Alguna vez, un entrenador con tintes de filósofo expresó: “si el pillo supiera de los resultados que se obtienen siendo honesto, de puro pillo se volvería honesto”. Tal vez los encargados de los clubes todavía no entendieron esto. Capacitar a nuevos líderes, fomentar la participación y los cursos promueve el avance y le concede ganancias a todos; al club y a cada una de sus partes.
Las divisiones inferiores prolongan la incapacidad. Cada entrenador tiene como objetivo obtener resultados que lo hagan inmune a las críticas y los despidos, y que aumenten su prestigio en el entorno de la pelota. Mientras tanto, queda en un alejado segundo plano la verdadera esencia del fútbol base: crear un modelo de juego homogéneo en todas las categorías, obtener un sentido de pertenencia único que se identifique con el club y lograr una sucesión de procesos que tenga como cumbre la primera división. Pero claro, acá lo más importante es el fin y no los medios. Por eso se inculca el “ganar como sea”, por eso hay internalizado un evidente miedo al error.
Más allá de las formas, el contexto sigue siendo el mismo. El torneo dura escandalosas 19 fechas. Los promedios siguen caracterizando una realidad impune (el que comete el error casi nunca los paga) y las deudas casi siempre terminan condenando a quien no debían. Entonces la ineptitud se convierte en una bola de nieve imposible de parar. Todos suman un poquito. Y el desenlace termina siendo una avalancha capaz de devastar a un país futbolero.
Mi cabeza se sigue consumiendo en hipótesis macabras. ¿Será necesario que otro equipo grande descienda? Tal vez con esto sí se acabe la incompetencia y de una vez por todas se invierta tiempo en las cuestiones importantes pero no urgentes. Parece utópico.
El fútbol sigue malherido y nada ha cambiado desde el suceso de River. La pelota sigue llena de parches. Ojalá no sea necesario pasar por otro descenso.
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