Opaca y repleta de manchas, posiblemente, imborrables, la pelota posa en el escritorio. Otra vez, la tienen ellos, los talentosísimos propietarios de negociados implícitos y los únicos, hasta hoy, inamovibles del sistema. Toman decisiones como si hubiera un diploma que los legitime de hacerlo. Todo lo contrario, lo único a su favor es el sobrevaluado poder, que les alcanza y les sobra para moldear el fútbol a su manera, cual plastilina manipulada que en cualquier momento puede fastidiar su forma, hacerse un bollito y volverse a empezar. Hoy el fútbol sufre una nueva malformación. Podría tratarse de un cambio genuino y necesario, si no existiera la eterna casualidad de realizarse, precisamente, cuando un poderoso equipo lo precisa. Sin embargo, por más que sea una transformación positiva, la plastilina se ve agobiada. Necesita, mínimamente, cambiar de manos.
Los dirigentes proponen un nuevo sistema de torneo, donde, tras una clasificación y reclasificación, los diez mejores equipos se disputen el título y el resto se juegue la permanencia en primera, las promociones y los descensos. Notoriamente, hubo algo que no convenció al hincha (los sitios más masivos exhiben encuestas donde la negativa prevalece por diferencias abismales). ¿Fue la idea lo que fastidió a la gente? No se necesita ser un erudito para interpretar que el fútbol argentino precisa un cambio, algo que lo desplace de este presente fatal. Uno de los infinitos elementos que mejorarían las cosas, podría ser una modificación en la modalidad del torneo. Para eso no es necesario algo innovador. Eliminar los promedios, obtener un torneo largo que disminuya las decisiones inmediatas, premiar a los que tuvieron una gran temporada y castigar a los que anduvieron mal. Como en todas las mejores ligas del mundo, el fútbol debería impartir justicia por sí solo. Y no por intermedio de las calculadoras.
Entonces, ¿Qué es lo que fastidia a la gente? Si el mundo que rodea a la pelota reclama un cambio a gritos ¿no es este un buen comienzo? La voz popular dice NO. Evidentemente, las formas molestan más que los propios hechos y la memoria mantiene en sentido de alerta a todos los defensores del fútbol. Porque el pasado sólo transmite desconfianza y situaciones límites ligadas al propio beneficio de quienes deciden.
Aún así, se deberían eliminar los sentimientos para aferrarse al ejercicio de pensar. Porque mientras haya sospechas, rencores y miedos, será difícil planificar lo mejor para la pelota. Nuestra pelota. La que nos robaron y debemos recuperar.
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