Una enorme ambigüedad inunda mi razón. Me siento mal, realmente mal. Llevo más de dos años amontonando palabras y argumentos. Ya hace un tiempo largo que me dedico a discutir con cualquiera que lo desee acerca del éxodo de los grandes entrenadores del fútbol argentino. Afirmo y reafirmo las veces que sea necesario que “en este país los mejores nunca sobrevivirían, porque muy pocos los entienden”. Amplío mis certezas sosteniendo que acá sólo importan los resultados; ningún dirigente y ningún hincha se fija en la trascendencia del método. Y así, doy una catarata de nombres que enfatizan mi teoría y sustentan mi ego. Pero lamentablemente hoy, después de muchos años de tener una respuesta para todo, hubo alguien que me calló la boca.
Todavía, querido lector, hay quienes continúan sin saber de quién estoy hablando. Quedan pocos, cada vez son menos. Porque la brecha entre los grandes entrenadores y el resto es cada vez mayor. Porque esa teoría absurda de que un director técnico tiene un mínimo porcentaje en la trascendencia de un equipo se está cayendo a pedazos. Porque hay estudiosos del fútbol dando vueltas por el mundo, demostrándole a la humanidad que donde hay trabajo del bueno, se consiguen enormes resultados; enormes rupturas de paradigmas estúpidos. Tal vez sea hora de terminar con uno de esos paradigmas estúpidos en Argentina: es rotundamente mentira que sólo los grandes planteles alzan copas. Tal vez sea hora de que conozcan a Gerardo Martino.
Es uno de esos amantes del oficio que cada tanto apabullan a los preconceptos y los obligan a retractarse. Así aconteció con la selección paraguaya, con la que muy pocos se sentían identificados. Hasta su llegada, cuando revolucionó el sistema, cambió su forma de pensar y terminó siendo superior a la mayoría. Concluyendo las eliminatorias en la primera posición, con momentos de fútbol de alto vuelo.
Hoy, cuando el presente argentino parece perfumado por la intrascendencia y la carencia de prestigio, llega a Newell’s, cambia esa concepto atroz de que los jugadores de prestigio siempre jugarán mejor que el resto y sale a enfrentar los problemas evitando los miedos. Prefiere la valentía de quien esquiva ese vulgar propósito de atravesar un colectivo en el área chica y limitarse a frustrar los proyectos del rival de turno. Prefiere la imaginación de quienes crean, a la perversidad de quienes destruyen. Prefiere ir a jugar contra el mejor Vélez, ganarle en posición, en solidez, en ideas y en resultado. Prefiere dormir tranquilo sabiendo que continúa por el camino largo, pero digno. Y simplemente así, cuando hace solamente un par de partidos Newell’s miraba con suspicacia la tabla de los promedios, ahora se encuentran cuartos, repletos de esperanzas, por un título necesitado de aspirantes.
Han pasado un par de minutos y mis sensaciones han cambiado. Un intelectual del fútbol aparece en el momento justo para elevar el nivel y terminar con paradigmas absurdos. Los argumentos se me acabaron. Pero el corazón me devuelve un sentimiento único. Es la esperanza de volver a deleitarme con nuestro fútbol.