miércoles, 28 de marzo de 2012

Cuando los sentimientos vencen a la razón

Una enorme ambigüedad inunda mi razón. Me siento mal, realmente mal. Llevo más de dos años amontonando palabras y argumentos. Ya hace un tiempo largo que me dedico a discutir con cualquiera que lo desee acerca del éxodo de los grandes entrenadores del fútbol argentino. Afirmo y reafirmo las veces que sea necesario que “en este país los mejores nunca sobrevivirían, porque muy pocos los entienden”. Amplío mis certezas sosteniendo que acá sólo importan los resultados; ningún dirigente y ningún hincha se fija en la trascendencia del método. Y así, doy una catarata de nombres que enfatizan mi teoría y sustentan mi ego. Pero lamentablemente hoy, después de muchos años de tener una respuesta para todo, hubo alguien que me calló la boca.
Todavía, querido lector, hay quienes continúan sin saber de quién estoy hablando. Quedan pocos, cada vez son menos. Porque la brecha entre los grandes entrenadores y el resto es cada vez mayor. Porque esa teoría absurda de que un director técnico tiene un mínimo porcentaje en la trascendencia de un equipo se está cayendo a pedazos. Porque hay estudiosos del fútbol dando vueltas por el mundo, demostrándole a la humanidad que donde hay trabajo del bueno, se consiguen enormes resultados; enormes rupturas de paradigmas estúpidos. Tal vez sea hora de terminar con uno de esos paradigmas estúpidos en Argentina: es rotundamente mentira que sólo los grandes planteles alzan copas. Tal vez sea hora de que conozcan a Gerardo Martino.
Es uno de esos amantes del oficio que cada tanto apabullan a los preconceptos y los obligan a retractarse. Así aconteció con la selección paraguaya, con la que muy pocos se sentían identificados. Hasta su llegada, cuando revolucionó el sistema, cambió su forma de pensar y terminó siendo superior a la mayoría. Concluyendo las eliminatorias en la primera posición, con momentos de fútbol de alto vuelo.
Hoy, cuando el presente argentino parece perfumado por la intrascendencia y la carencia de prestigio, llega a Newell’s, cambia esa concepto atroz de que los jugadores de prestigio siempre jugarán mejor que el resto y sale a enfrentar los problemas evitando los miedos. Prefiere la valentía de quien esquiva ese vulgar propósito de atravesar un colectivo en el área chica y limitarse a frustrar los proyectos del rival de turno. Prefiere la imaginación de quienes crean, a la perversidad de quienes destruyen. Prefiere ir a jugar contra el mejor Vélez, ganarle en posición, en solidez, en ideas y en resultado. Prefiere dormir tranquilo sabiendo que continúa por el camino largo, pero digno. Y simplemente así, cuando hace solamente un par de partidos Newell’s miraba con suspicacia la tabla de los promedios,  ahora se encuentran cuartos, repletos de esperanzas, por un título necesitado de aspirantes.
Han pasado un par de minutos y mis sensaciones han cambiado. Un intelectual del fútbol aparece en el momento justo para elevar el nivel y terminar con paradigmas absurdos. Los argumentos se me acabaron. Pero el corazón me devuelve un sentimiento único. Es la esperanza de volver a deleitarme con nuestro fútbol. 

lunes, 26 de marzo de 2012

La sinergía de La Candela


Lunes funesto, otra vez. La patrona protesta por esa garúa monótona que no le permite colgar la ropa que quedó del fin de semana. El viejo reprocha desde su oxidado sillón en la vereda que “fútbol era el de antes”. Los mocosos malcriados, que regresan con sus blancos guardapolvos ya un poco magullados del picado del recreo, le hacen una mueca de burla y continúan organizando el fulbito de la siesta. El mediodía más otoñal del año reclama sus primeros rayos de sol, pero la naturaleza contesta con otro nubarrón oscuro. La pelota parece dormida en los laureles de los recuerdos. El presente trasciende entre el descenso de los impensados y la nostalgia de lo que algún día fue. Eso que algún día fue y que el optimismo ratifica que también algún día volverá a ser. Para eso se trabaja en La Candela: para volver a ser.


Ni la pista de atletismo de 800 metros, ni las cuatro canchas en perfecto estado, ni la de césped sintético, ni el gimnasio, no los consultorios, ni la arena para los arqueros. Nada asegura que las consecuencias del proceso sean fructíferas. Todo eso es parte de la mejor infraestructura que se consigue en Argentina para un entrenamiento de élite. Todo eso se llama La Candela, un predio de primera categoría mundial, que hoy vuelve a albergar a las inferiores de Boca Juniors.

Nada te garantiza resultados, pero algunos métodos te acercan a ellos más que otros. Por eso las capacitaciones de los entrenadores de Boca en España provocan una efímera ilusión. Y la idea de la institución boquense de que las inferiores sean una sucesión de procesos coherentes que concluyan en primera división extiende el optimismo.

En la última década, varios entrenadores y coordinadores de inferiores de Argentina han ido a capacitarse al continente europeo en búsqueda de respuestas a la falta de resultados a mediano plazo. Las instituciones enviaban a sus empleados y estos venían con ideas renovadoras y productivas que aparentemente traerían grandes resultados. Sin embargo, cada uno la interpretaba a su manera y, entonces, todos regresaban a trabajar con métodos similares pero no congruentes entre ellos.

Si  hubiera una palabra que defina a los mejores proyectos de la historia, debería ser sinergía.  Esto es, exactamente, cuando el todo es mayor que la suma de las partes. Cuando se suman una determinada cantidad de personas por un objetivo común se obtienen resultados inconmensurables. Boca debió firmar un convenio con el Barcelona para entender este legado; para dejar la teoría del “sálvese quien pueda” y prevalecer en el período de formación una idea global y uniforme.

Hay un libro del escritor estadounidense Stephen Covey denominado “La 3era alternativa” que desarrolla con profundidad el sentido de la sinergía. Entre tantas maneras de explicar el concepto, se toma de un ejemplo físico para dejarlo claro:
Uno más uno es igual a dos… excepto en una situación sinérgica. Por ejemplo, una máquina capaz de ejercer una fuerza de 42.000 kg/m2 sobre una barra de acero, la romperá. Una barra de cromo del mismo tamaño se romperá con una presión de 49.000 kg/m2. Y una de níquel se romperá a los 56.000 kg/m2. Si lo sumamos, son 147.000 kg/m2.Por lo tanto, si fabricáramos una barra con una aleación de hierro, de cromo y de níquel, tendría que soportar 147.000 kg/m2.
No. Equivocado. Si mezclamos  los tres componentes la barra soportará 211.000 kg/m2. De eso se trata la sinergía, de adiciones ilimitadas.

Y de eso también se trata La Candela: de trabajar de manera homogénea, de lograr resultados ilimitados. Y, tal vez, de descubrir un fútbol que nunca fue.

jueves, 22 de marzo de 2012

No es necesario que lean este artículo

¿Por qué lo leen? Les aclaré que no era necesario. Seguramente varias de las ideas que encuadre hoy me quitarán la posibilidad de seguir contando con su presencia y su curiosidad. Porque este texto se trata del indiscutible Messi al que muchos discuten. También se trata del indefendible fútbol argentino al que muchos defienden. Este escrito va a refutar a todos aquellos que suelen sentenciar que Messi no sería Messi si jugara en el torneo local. Basta, enserio, no leerán lo que en realidad desean. No sigan.

“En España no te marca nadie. Habría que verlo acá, con defensores duros, de verdad”, sostienen, escépticos, aquellos fútboleros que nunca cederán su verdad. Nunca reconocerán que un jovencito sin demasiada lengua ni gestualidad les ha devastado su teoría con hechos. Es una de esas personas que ves por primera vez y podés jurar que dentro de una cancha de fútbol no sabe ni adónde pararse. Y es que los prejuicios son parte de la cotidianeidad y, de vez en cuando, también forman parte de las lecciones de la vida. 

Sin embargo siguen vigentes quienes no se atreven a cambiar radicalmente de parecer. Porque su orgullo es más valioso que un jugador inestimable que seguramente quedará impreso en varios libros históricos. Y por eso sostienen que “si jugara en el fútbol argentino todo sería diferente”. Hay algunas maneras de desestimar con argumentos ese terraplén de conceptos impuesto por los argentinos: “Acá se marca mejor, en Europa son muy blanditos”.

El concepto viene acompañado siempre de la misma prueba: “La única vez que el Barcelona se enfrentó con un equipo de acá, fue contra el Estudiantes de Sabella. Y ahí sí que Iniesta, Xavi y Messi se encontraron con una buena defensa”. Posiblemente sea cierto y los españoles se hayan encontrado con una defensa sólida y un equipo tácticamente sublime. El análisis se vuelve erróneo cuando aquellos escépticos intentan detallar el proceder de ese Estudiantes. Porque hablan de dureza, de partido trabado y de jugadores agresivos. Cuando en realidad, esos defensores y ese equipo lo había planificado todo: a quién dejar recibir, a quién no, a quién orientarlo hacia afuera, a quién dejarlo conducir, a quién negarle líneas de pases. Todo eso sumado a una eficacia extrema de Boselli en el área rival, hizo que el mundo del fútbol iniciara este debate: si Messi y el Barça jugaran en Sudamérica, ¿qué pasaría?

Hay quienes continúan sosteniendo que el recio estilo defensivo sudamericano le inhibe a Messi la posibilidad de actuar como en España. Lo que no tienen en cuenta esas teorías, es que en España ingresa a la cancha con las mismas personas hace más de diez años. Con quienes entrenó y cumplió un millar de procesos que derivaron en este excelso equipo que sólo conoce un idioma. Con el seleccionado, mientras tanto, cambia de entrenadores y de compañeros cada año y medio y su manera de actuar refleja la difícil realidad que atraviesa el fútbol nacional: en ataque, casi todo es improvisado.

El concepto parece no tener fecha de caducidad. Mientras haya recortes de diarios que aseguren que el Barcelona le empató a Estudiantes en el último minuto y le ganó en el alargue, habrá incondicionales que seguirán sosteniendo que el equipo español no hubiera sido tal si se habría enfrentado al agresivo estilo sudamericano. Tal vez, esos recortes también deberían decir que los blaugranas tuvieron un 74 por ciento de posesión y que Albil atajó cuatro pelotas claras de gol y otras dos se fueron a centímetros de su arco.

Es evidente, no se defiende del mismo modo de un lado del océano que del otro. Sin embargo, también debería ser evidente que agresividad y efectividad no funcionan como sinónimos. Es decir, cuanto más agresiva actúa una defensa, no significa que tendrá mayores resultados. Todos los desajustes defensivos y las transiciones tardías que se exhiben a diario en el fútbol argentino, son claro ejemplo de ello; mientras que del otro lado del océano esos mismos errores son, categóricamente, aislados. Por lo tanto, simplemente se deben comparar la diferencia de intensidades entre un fútbol y el otro para comprender que es prácticamente imposible que algún día se igualen. Más allá de que Messi los supere como conos de entrenamientos, de que Cristiano Ronaldo avance como si estuviera en una pasarela o que Iniesta filtre pases como si estuviera jugando en el fondo de su casa. Más allá de todo, el fútbol europeo, por dedicación y no por capacidades, sigue siendo muy superior al sudamericano. Y Messi  será el mejor del mundo donde haya una pelota.

Les avisé: no era necesario que continuaran. Aunque a veces es bueno romper con los esquemas tradicionales. Actuar más allá de lo que se impone. Ser libre, en ideas y en acciones. Para eso es obligatorio leer cualquier cosa. Aunque el propio texto ordene lo contrario.

martes, 20 de marzo de 2012

Los errores que no progresan

En mi cabeza dan vuelta un centenar de teorías. ¿Será necesario pasar otra vez por lo mismo? ¿Alguna vez aprenderán del error? Faltan un par de meses para que termine la temporada. Sin embargo todo parece encaminarse por el mismo camino: clubes grandes en quiebra, los descensos a la vuelta de la esquina y los parches que simplemente patean el problema para unos días más adelante. Mientras tanto, la realidad sigue siendo auténtica con el pasado y el fútbol condena a los equipos por sus decisiones. Nadie quiere ser River, pero todos imitan su fórmula letal.

Las gestiones dirigenciales avanzan por una ruta oscura y desconocida. Los jugadores se venden por fortunas, las canchas suelen estar repletas, pero las calculadoras siguen otorgando saldos negativos. Pocas veces los balances públicos esclarecen las cosas. Simplemente funcionan como decorado y como una manera políticamente correcta de atribuirle las deudas a la comisión anterior. Entonces, simplemente queda pensar lo peor: los negocios por debajo de la mesa hieren de muerte al fútbol. Alguna vez, un entrenador con tintes de filósofo expresó: “si el pillo supiera de los resultados que se obtienen siendo honesto, de puro pillo se volvería honesto”. Tal vez los encargados de los clubes todavía no entendieron esto. Capacitar a nuevos líderes, fomentar la participación y los cursos promueve el avance y le concede ganancias a todos; al club y a cada una de sus partes.

Las divisiones inferiores prolongan la incapacidad. Cada entrenador tiene como objetivo obtener resultados que lo hagan inmune a las críticas y los despidos, y que aumenten su prestigio en el entorno de la pelota. Mientras tanto, queda en un alejado segundo plano la verdadera esencia del fútbol base: crear un modelo de juego homogéneo en todas las categorías, obtener un sentido de pertenencia único que se identifique con el club y lograr una sucesión de procesos que tenga como cumbre la primera división. Pero claro, acá lo más importante es el fin y no los medios. Por eso se inculca el “ganar como sea”, por eso hay internalizado un evidente miedo al error.

Más allá de las formas, el contexto sigue siendo el mismo. El torneo dura escandalosas 19 fechas. Los promedios siguen caracterizando una realidad impune (el que comete el error casi nunca los paga) y las deudas casi siempre terminan condenando a quien no debían. Entonces la ineptitud se convierte en una bola de nieve imposible de parar. Todos suman un poquito. Y el desenlace termina siendo una avalancha capaz de devastar a un país futbolero.

Mi cabeza se sigue consumiendo en hipótesis macabras. ¿Será necesario que otro equipo grande descienda? Tal vez con esto sí se acabe la incompetencia y de una vez por todas se invierta tiempo en las cuestiones importantes pero no urgentes. Parece utópico.

El fútbol sigue malherido y nada ha cambiado desde el suceso de River. La pelota sigue llena de parches. Ojalá no sea necesario pasar por otro descenso.





jueves, 15 de marzo de 2012

El tiempo que no tuvimos los argentinos

Es extraño, casi patético. Cada vez que pisamos tierras extranjeras nos machacan con el mismo discurso: “Ustedes los argentinos son buena gente, pero se creen que se las saben todas”. Dura realidad, creer y concretar la vida completamente seguros de que vamos por el camino correcto, sin siquiera dudarlo. “No hay nada que dudar, o es blanco o es negro”, pensamos y continuamos, caminando a paso firme, como si de eso se tratara la vida: de no dudar. Y así, a cada paso, vamos sembrando errores que difícilmente tengan retorno. Así es que nos quedamos sin fútbol. Nos ha vencido el cáncer cortoplacista.

“El triunfo bendice los recursos utilizados, el éxito los maldice. Y ese creo que es la síntesis del país, no importa el tránsito sino el logro”. Y fue simplemente así, con las energías agotadas, que Marcelo Bielsa decidió dejar de trabajar en nuestro país. Porque por más que lo intentó, no pudo cambiar un paradigma eterno. Luchó contra el logro, pero no le alcanzó con el tránsito. La mayoría de los argentinos creyeron que ésa era una manera elegante de describir el fracaso. Son los mismos argentinos que hoy sostienen que hace falta un Bielsa  en la Selección.

Es entendible, el enojo del momento exhibía los dolorosos sentimientos de millones de argentinos. Delineaba un presente angustiante, en el que la Copa del Mundo del 2002 parecía ganada sin jugarse. Así lo indicaba el proceso. Nunca nadie había visto a un seleccionado albiceleste jugar de esa manera. Nunca una eliminatoria había sido tan atractiva. Pues claro, ese equipo empapaba de sentido de pertenencia hasta al más escéptico hincha nacional. Por eso la temprana eliminación fue lacerante. Era como si el más fácil de los trámites hubiera acabado con los proyectos de toda una vida. Era, justamente, la primera ronda de un Mundial estropeada por el mejor equipo de todos.

Y allí las críticas. Testarudas e incesantes críticas. Porque había algo que no tenía defensa, no existía escapatoria: perder en la primera ronda de un Mundial. “Era el único objetivo”, sostenía un país repleto de fiscales. Repleto de personas que pedía a gritos la destitución del entrenador. Esas personas consideraban que si no se cumplía el objetivo, todo el proceso estaba arruinado; nada importaba. Posiblemente, el Athletic Bilbao haya reivindicado sus posturas. No importa, ya es tarde.

Nostálgica sensación de los grandes amantes del fútbol al contemplar al equipo bilbaíno. Porque ellos mismos fueron testigos hace una decena de años, de cómo la Selección Argentina era el Athletic en Old Trafford; de cómo la Selección Argentina eran los rojiblancos frente al mejor equipo del mundo; de cómo la Selección Argentina deleitaba los ojos en cualquier cancha y frente a cualquier rival, al igual que este equipo español.

Un Día, en el inicio del 2003, mientras en Argentina todavía sonaban los ecos de una crisis devastadora y el fútbol hacía equilibrio tras el peor resultado histórico en un Mundial, un grupo de jóvenes se atrevió a colgar una bandera, que seguramente ocupará mañana la primera plana de varios suplementos deportivos. “BIELSA, EL TIEMPO TE DARÁ LA RAZÓN”, garantizaba, en plena época de reproches. Cuanto más pasan los días, más inflan sus pechos aquellos audaces fanáticos. El tiempo le demostró a los argentinos que no todo es blanco o negro, que a veces es necesario dudar. Y que las derrotas son parte del proceso hacia el éxito. Por más que sea en la primera ronda de un Mundial y con el mejor equipo del mundo.


                                                


martes, 13 de marzo de 2012

El juego en los despachos

Opaca y repleta de manchas, posiblemente, imborrables, la pelota posa en el escritorio. Otra vez, la tienen ellos, los talentosísimos propietarios de negociados implícitos y los únicos, hasta hoy, inamovibles del sistema. Toman decisiones como si hubiera un diploma que los legitime de hacerlo. Todo lo contrario, lo único a su favor es el sobrevaluado poder, que les alcanza y les sobra para moldear el fútbol a su manera, cual plastilina manipulada que en cualquier momento puede fastidiar su forma, hacerse un bollito y volverse a empezar. Hoy el fútbol sufre una nueva malformación. Podría tratarse de un cambio genuino y necesario, si no existiera la eterna casualidad de realizarse, precisamente, cuando un poderoso equipo lo precisa. Sin embargo, por más que sea una transformación positiva, la plastilina se ve agobiada. Necesita, mínimamente, cambiar de manos.

Los dirigentes proponen un nuevo sistema de torneo, donde, tras una clasificación y reclasificación, los diez mejores equipos se disputen el título y el resto se juegue la permanencia en primera, las promociones y los descensos. Notoriamente, hubo algo que no convenció al hincha (los sitios más masivos exhiben encuestas donde la negativa prevalece por diferencias abismales). ¿Fue la idea lo que fastidió a la gente? No se necesita ser un erudito para interpretar que el fútbol argentino precisa un cambio, algo que lo desplace de este presente fatal. Uno de los infinitos elementos que mejorarían las cosas, podría ser una modificación en la modalidad del torneo. Para eso no es necesario algo innovador. Eliminar los promedios, obtener un torneo largo que disminuya las decisiones inmediatas, premiar a los que tuvieron una gran temporada y castigar a los que anduvieron mal. Como en todas las mejores ligas del mundo, el fútbol debería impartir justicia por sí solo. Y no por intermedio de las calculadoras.

Entonces, ¿Qué es lo que fastidia a la gente? Si el mundo que rodea a la pelota reclama un cambio a gritos ¿no es este un buen comienzo? La voz popular dice NO. Evidentemente, las formas molestan más que los propios hechos y la memoria mantiene en sentido de alerta a todos los defensores del fútbol.  Porque el pasado sólo transmite desconfianza y situaciones límites ligadas al propio beneficio de quienes deciden.

Aún así, se deberían eliminar los sentimientos para aferrarse al ejercicio de pensar. Porque mientras haya sospechas, rencores y miedos, será difícil planificar lo mejor para la pelota. Nuestra pelota. La que nos robaron y debemos recuperar. 

lunes, 12 de marzo de 2012

Lunes de otros tiempos

El inicio de la semana es un hecho. Los relojes despiadados marcan el amanecer de otro lunes doloroso. El cielo, sin embargo, delinea con su oscuridad la nostálgica sensación de que el fin de semana continúa, al menos, hasta que los primeros destellos de sol estropeen la ilusión. Por algún motivo, nadie quiere darle fin a esa jornada dominguera. Será, quizá, que así también se acaba el fútbol. O lo que queda de ello.

La anomalía domina la escena. Generalmente, el mal tiempo viene acompañado de mala cara, a pesar de que el refrán demande lo contrario. Pero hoy no. Hoy hubo semblantes relajados, como si el día de descanso hubiera alcanzado para saciar sus almas sedientas de ocio. Claramente, Boca e Independiente fueron responsables directo de tanto entusiasmo concedido.

Importó poco, realmente poco, que en dos goles Xeneizes ninguna camiseta roja esté atenta a la segunda pelota; menos aún, que un Orión excelso se haya anticipado a dar el paso que lo condenó en el tiro libre; ni tampoco que la fatiga haya sido la causa infalible para que Schiavi fallara en el tiempo y la distancia de la pelota que terminó colmando de gloria al olvidado Ernesto Tecla Farías.

El fútbol evoca a los errores cuando no hay ningún espectáculo que los supere. Sin embargo, esta vez, hubieron goles, en cantidad, que asediaron a cualquier intento de crítica. Independiente y Boca parecieron divorciados de su pasado inmediato. Para desconsuelos de unos y satisfacciones de otros, no hubo defensa inexpugnable, ni invictos eternos, ni cansadores 90 minutos de descoordinaciones. Hubo, solamente, goles.

Rutinario aroma a café expreso en el bar de los lunes. Un viejo posa su mirada en el diario deportivo de la jornada y sonríe. Un joven un poco menos distraído que el resto de los jóvenes le consulta si su felicidad se vincula a una buena actuación en el inicio del Gran DT. Las arrugas del anciano vuelven a arquearse con otra sonrisa extrema, y enseguida contesta: -“No, pibe. Es que este 5 a 4 me trae recuerdos. Muchos recuerdos”. El joven escucha y sueña. Sueña con los Bochini, los Bertoni, los Lorenzo y los Rojas que nunca tuvo la posibilidad de ver. Sueña con el fútbol ofensivo de aquel entonces. Sueña con un juego sin miedo al fracaso. Sueña con un lunes como este, con rayos y sin sol, pero repletos de sonrisas futboleras.

jueves, 8 de marzo de 2012

Paradigma de locos



Hace algunos meses tuve un profesor que me enseñó a pensar el mundo desde un lugar diferente. Recalcaba una y otra vez que había que cuestionarse hasta las verdades más establecidas en la sociedad.  Me dio muchos recursos técnicos y de los otros, los que sirven para la vida. Dentro de estos, me quedó uno bien acentuado: “cada vez que digas o escribas algo, tratá de cambiar un pedacito del mundo”. Por eso hoy, por primera vez, voy a dirigirme al lector de manera frontal; ni literatura, ni recursos que embellezcan el texto. Solamente quiero que quede claro el pedacito del mundo que estoy dispuesto a modificar: un paradigma inútil.

“Sorpresa, locura, monstruosidad”. Serán, seguramente, algunos de los argumentos que florecerán en las próximas horas en todos los diarios argentinos y del mundo. Porque la lógica (lo que opina la mayoría) aseguraba que el Mánchester United debía dominar las acciones en Inglaterra y, posiblemente, sacar un resultado a su favor. Sin embargo, la mayoría de los periodistas dirá que hubo algo ilógico, algo fuera de lo normal. Posiblemente argumenten la cuestión elogiando a Marcelo Bielsa y resaltando las virtudes de un loco que va dejando rastros por el mundo. Nada de eso parece erróneo, basándonos en lo que opina la mayoría.

El epicentro de la discusión no debería centrarse en cuestiones secundarias (personalidad, gestos, anécdotas) que describen a Marcelo Bielsa.  Eso no lo hace el gran entrenador que es, ni siquiera hace mella en sus equipos. Solamente promueve el mito e incrementa, sin intención, el culto hacia su persona.

Marcelo Bielsa consigue ser un gran entrenador cuando se apodera de equipos inferiores a la media y el fruto de su trabajo consigue prevalecer en la competencia que dispute y, muchas veces, también concluye siendo superior al propio torneo (Newell’s Torneo Clausura 92; Vélez Sarsfield Torneo Clausura 98; Selección argentina Eliminatorias 2002; Selección chilena Eliminatorias 2010).

Perdón, me fui por las ramas. Voy a ser directo y conciso. A esta altura me importa muy poco que el texto logre ser atractivo por la narración. Sólo quiero cumplir mi objetivo: cambiar un pedacito del mundo. ¿Que qué quiero cambiar? Por favor, basta de considerar que porque Athletic gana en Inglaterra es considerado una sorpresa.

¿No puede ser el mejor presionando un equipo de segundo nivel? ¿Tampoco puede hacer posesiones inmensas con jugadores limitados? Basta de eso. Como les gusta decir a la gente que opina: en el fútbol, dos más dos es cuatro. Esa es la misma gente que cree que esto es una sorpresa. Un equipo que trabaja para ser el mejor presionando y para ser el mejor haciendo posesión, difícilmente dé una sorpresa. La rareza hubiese sido si este Athletic hubiera jugado ataque directo o hubiera realizado un repliegue, por decisión.

Donde hay trabajo no hay sorpresas. Donde hay grandes jugadores y poco entrenamiento, tampoco las hay. Por eso este Athletic avasallador, de nombres anónimos, hizo algo lógico. Le ganó a un Mánchester en baja, 3 a 2, como visitante. Ojalá todos podamos pensar el mundo desde un lugar diferente. El fútbol también.

martes, 6 de marzo de 2012

Crónica del día D



Aquel acontecimiento había representado algo nunca visto. Una especie de valor. Algo que daba sentido de pertenencia para con la ciudad. Esa ciudad: Concordia, propietaria de centenares de miles de historias desconocidas y una historia aún más desconocida que las demás. Porque así lo querían sus habitantes. Era un secreto. No importaba ser mujer o varón, de clase alta o baja, había que vivir literalmente dentro de un frasco para no conocer aquello. Los habitantes de la ciudad lo conocían todos. Sin embargo, bastaba con salir un par de kilómetros para comprender la valía del secreto. Era un hermetismo absoluto. Nadie mencionaba siquiera una palabra. Era todo cuestión de tiempo.

Por momentos era difícil hablar de fútbol con gente de otras ciudades. En el interior, es muy habitual alardear con los jugadores coterráneos que terminan triunfando en primera división.  Pero cuando nos preguntaban a nosotros, los de Concordia, debíamos camuflar la situación explicando que en nuestra ciudad vivía el El Gringo José Berta (ídolo de Boca en la década del 80), quien, por cierto, había nacido en Corrientes, pero vivía hace muchos años acá. También recalcábamos a Bruno Urribarri como una promesa a punto de explotar. Sin embargo, en realidad, era todo una historia pensada y ejecutada para que nunca se pase por la cabeza sacar a relucir el secreto. Nadie necesitaba vanagloriarse con algo que, años más o años menos, pasaría a estar en boca de todos. Y eso sí que iba a hacer patrimonio concordiense.

El tema se puso difícil, cuando hace unos años, un equipo concordiense llegó a las etapas finales del Argentino B con un 4-4-1-1 prácticamente invencible. Y es que ese único delantero era, exactamente, el secreto. Y por más que inventábamos una y mil historias para que no se corriera el rumor de un barrilete cósmico concordiense, no hubo más remedio: debimos pasar a compartir la confidencia con Paraná. Todo quedaba en la provincia, pero sabíamos que se estaba acercando el día D.

El viernes pasado, en una cena familiar, alguien dijo que el domingo podría ser el gran día. Me imaginé de qué se trataba y solamente me empeñé en esperar. Como cada último día de la semana, aquella jornada la tomé como una más: asado y cancha. Sin embargo no fue una más. En el medio del partido, con unas 35 personas en la tribuna, un señor con la radio adherida a su hombro derecho festejó efusivamente un gol. Era raro, ese día solamente había partido en esa cancha. “Debe ser un hincha de un equipo de primera divisón que se le habrá ocurrido venir a la cancha y escuchar a su cuadro por radio”, pensé. No me animaba a pensar lo otro. Hasta que suena mi celular y veo la característica de Buenos Aires; muy raro. Atiendo. Es Mariano, un amante del torneo argentino que no deja pasar un partido. No me deja siquiera saludarlo: -­Che Juan, escuchame, estoy mirando Colón-Unión y hay un crack que juega para los Tatengues que  dicen que es de Concordia ¿Puede ser?

Por fin sonreí. Era el día D. El día en que a Diego Jara lo empezó a conocer el país. Todo es cuestión de tiempo.

lunes, 5 de marzo de 2012

Pensando en el fútbol argentino

La aguja del reloj aterriza en el siete. La noche comienza a darle batalla al sol del domingo. El relator anuncia el final de la transmisión de su programa radial: “Nos despedimos, hasta la próxima. Sin sorpresas: el invicto sigue invicto y no hay nada más para decir”. La seguridad del periodista representa a gran parte de la actualidad futbolística argentina: Boca gana. Boca gana y no pierde. Hace 36 transmisiones que no pierde. Por lo tanto, ya queda poco para decir. O, según el relator, nada.

Amanece el lunes y los diarios compiten por esa cuota de originalidad que los hace diferentes. Uno titula “Boca, el invencible” y gana por hoy la batalla de innovaciones. Por estos días, el límite está cada vez más difuso en las redacciones. Lo importante es atraer, el resto significa poco y nada. “Invencible” suena extraño, pero atrae. Los diarios en el mundo difunden lo que sostienen los argentinos: “Boca y un récord histórico, un campeón insuperable”. Todo es admisible en el mundo de los opiniones, excepto dejar de pensar. Por eso el relator radial, en su afán por amontonar palabras, engañó a sus oyentes: “No hay nada más para decir”.

Esta etapa que atraviesa el fútbol argentino invita a pensar más de lo habitual. Emergen preguntas como cataratas: ¿Por qué Boca es el mejor? ¿Se juega tan mal como se dice? ¿Por qué va tanta gente a la cancha si se juega mal?  ¿Por qué un equipo que gana no debería discutirse?

Es cierto, hace 36 partidos que un equipo no pierde. Tratar de explicarle a alguien que no sigue el torneo argentino que Boca no coincide con los cánones estéticos que cautivan a la mayoría sería un absurdo. Aunque, simplemente, bastaría con que haya mirado algo de fútbol alguna vez, para comprender (mirando un partido del Xeneize) que Falcioni desplaza cuestiones mucho más importante que la estética.

Alguna vez un gran entrenador aseguró que “un buen equipo intenta ganar el torneo, mientras que un gran equipo no se limita simplemente a la competencia que disputa”. El entrenador boquense, aparentemente, se conforma con tener un buen equipo que haga historia. Porque su escuadra se acondiciona a la realidad del resto y, en ese contexto desolador, los avasalla.

No le interesa ser más intenso, ni más ofensivo, ni más audaz, ni más diligente. Mimetizado por un entorno paupérrimo, Boca es invencible, simplemente, con algunas ideas claras y una eficacia espléndida.

La tarde de lunes fastidia a las nubes. Llueve nostalgia en Buenos Aires, mientras los niños de brillantes delantales empapados de dilemas regresan a las clases. “Todo cumple su ciclo”, alecciona un padre a su hijo; a ese jovencito fanático de Boca que solamente le preocupa la discusión futbolera en el aula. ¿Acaso bastará con llevar 36 partidos invictos? No importa, es necesario ir bien preparado para resistir las críticas que vengan y refutar con argumentos bien pensados.  Porque siempre hay algo más para decir. O, al menos, para pensar.

jueves, 1 de marzo de 2012

Messi gambetea las palabras

Caen uno a uno, como muñecos. Muñecos con ideas deterioradas por un sistema que amenaza con devorarlo todo. El mismo sistema que todos los días se cobra una nueva víctima y que contamina a lo poco que queda del fútbol. Allí, más vivaz que todas las críticas y que todos los castigos, machacando con regates la opinión, Lionel Messi sigue eludiendo palabras.  Esas palabras que cada vez reciben más goles.

“En Argentina hay 40 millones de entrenadores”, sostiene una frase célebre aunque, tal vez, errónea. Porque en Argentina hay 40 millones de personas que opinan de fútbol. Hay 40 millones de almas talentosas que consideran que entienden el juego mejor que los que lo estudian. Hay 40 millones de analistas que flaquean ante la posibilidad de sentarse en un banco. En fin, hay 40 millones de personas. Al principio, gran parte de esa gente consideraba a Messi un “pecho frío” porque no rendía en la selección de la misma manera que lo hacía en su club. “Porque no le pagaban lo mismo”; “porque le falta huevo”; “porque acá viene de vacaciones”. Un terraplén de conceptos que amenazaban con acabar con cualquier intento de lógica.

De a poco, esa concepción se fue modificando. A algunos, con una inyección de coherencia les alcanzó para ver otra realidad. Otros necesitaron de la devastadora estadística del joven delantero para empezar a confiar en sus capacidades. Y hay quienes todavía no entienden por qué el diez blaugrana no se asemeja en lo más mínimo al diez albiceleste. Es claro: el Barcelona subordinó su estilo de juego a la metodología de entrenamiento que Messi y todos sus compañeros vienen absorbiendo hace más de una década. En Argentina, en cambio, hay un par de semanas al año, con suerte, con un mismo entrenador. Por lo tanto la improvisación se termina apoderando del ataque del seleccionado.

Así, también así, improvisando, Messi profundiza mejor que cualquiera. Rompe esquemas: gambetas, pases filtrados, desmarques, apoyos. Todos recursos que desacoplan a cualquier defensa. Y mucho más a la defensa suiza, que se llevó relevos a Marzo y sufrió el hattrick del rosarino; el primero con Argentina.

Como siempre, cuando los números hablan por sí solos, la opinión se ve sometida por una realidad inalterable. Y los criterios ya ni siquiera callan. Prefieren dar un giro y estar a favor de Messi. Como muñecos.