Por favor, cambiemos de tema. Mientras el mundo irradia esa manera de ser obscena que caracteriza a José Mourinho, la pelota sigue girando, cada vez más bella y radiante, producto de un sinfín de recursos propuestos por esta nueva revolución del fútbol. Fue otro Barcelona-Real Madrid, otra apología a lo que todos los soñadores del fútbol desean en cualquier momento, pero ninguno transforma en realidad. Ellos sí. Ellos, como nadie, afloran esa compleja combinación de recursos que acaricia la perfección. Sin embargo, no alcanza. Nada puede vencer a esa devoción por lo inmoral, por el gesto procaz de Messi o las canalladas de Mourinho. Excedamos: hablemos de fútbol.
Históricamente, el clásico más importante de España fue sinónimo de emoción y vertiginosidad. En los últimos años, el Barça expandió su proyecto a una cultura futbolística mundial y, sin darse cuenta, a la manera de observar este choque de potencias en el resto de la humanidad. Últimamente, y más aún con la llegada de Mourinho al banco madrileño, el análisis era muy claro: el Barcelona intentando construir, como siempre, desde la posesión y el Real Madrid adaptándose a ese estilo, intentando romper los circuitos de circulación y, sobre todas las cosas, apostando a la dinámica y el contragolpe.
La Supercopa de España dejó un sinfín de nuevas certezas. Entre ellas, que un alto porcentaje del mundo del fútbol prefiere la riña extra futbolística, antes que el choque de identidades dentro del campo de juego. Por otra parte, y mucho más ostentoso para los amantes del juego, tanto la final de ida como la de vuelta marcaron una excéntrica realidad: la hegemonía del Barcelona ya no es la misma, el Real Madrid se puso a tono con la historia y garantiza en la cancha una temporada con la supremacía mucho más disputada.
¿Qué cambió en tres meses para que clásico español tenga esta mutación sustancial, siempre en tren de mejora? El equipo madrileño trabajó sobre una nueva identidad. Con la misma vertiginosidad, pero con mayores pretensiones por la tenencia de la pelota, es el primer equipo que pone en jaque al Barça, ejerciendo presión total. Eso se consigue con un consistente trabajo de pretemporada, que procure profundizar en el método de entrenamiento, congruentemente con la esencia que se pretende inculcar en el equipo. Entonces, con mucha intensidad en toda la cancha al momento de marcar, con una vehemente movilidad que aumente las posibilidades de pase para la continuidad de la posesión y con la misma verticalidad de siempre a la hora de profundizar, el Real cosechó los frutos de la laboriosidad; los ostentó en el juego, pero no en el resultado.
El Barcelona sigue exponiendo con superávit de motivos su rótulo de mejor de la historia. Esta vez, como nunca, enfrentó a un equipo que le propinó algunas de sus propias medicinas. Sin embargo, como una de las millares de virtudes que ostenta este equipo, apareció la eficacia. Y con ese insaciable hambre de gloria, el Barça sigue cosechando títulos.
Está claro, la final de la Supercopa española ratificó algunas certezas y refutó unas cuantas otras. El Barcelona de Guardiola levantó otra copa, ya no es noticia. Hubo un equipo que le jugó de igual a igual y, por momentos, mejor; eso sí es noticia. Y, por último, el dedo de Mourinho en el ojo de Vilanova admite muchas más repercusiones que el propio análisis del mejor clásico del mundo. A esta altura, no se sabe si eso sigue siendo una novedad.
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