Monótono, uniforme, imperialista. La pelota gira y gira, encantada por el concierto de pases del Barcelona y seducida por el vértigo propuesto por el Real Madrid. El 11 a 0, repartido entre los seis goles del conjunto merengue y los cinco de los catalanes en la primera fecha de la liga, estimuló la polémica. Está claro, el fútbol mundial atraviesa un duopolio propio de dos potencias casi inquebrantables. ¿Tanta supremacía desigual perjudica al deporte más popular del mundo?
Si alguien tuviera la bola de cristal seguramente hoy podríamos hablar de certezas. Pero no. El mundo, entre otras cosas, está hecho de varios supuestos. Entre ellos, qué pasará el día de mañana si continúan estos dos camicaces adueñándose del único objeto que siempre perteneció a todos. Lo protegen muy bien, por cierto.
Olvidémonos que existe un mañana. Estamos ante la presencia de dos equipos históricos. Sí, son parte del presente, pero también ya son parte de la historia. Deleitémonos ante un Barcelona utópico que evoca como nadie lo más preciado del espíritu amateur. Gocemos de un Madrid deslumbrante, que cada día expone con fundamentos que las velocidades en el juego han cambiado. De eso se trata, apreciar la revolución como tal. Porque como todo cambio transformador, viene adjunto con millares de discípulos que intentan aferrarse a los progresos. Aunque parezca una quimera querer tener el estilo barcelonista o la agresividad de los Merengues, hay infinitos casos de conjuntos que han interiorizado ciertos recursos; con éxito.
Por eso, disfrutémoslo: analicemos sus imposibles, intentemos emular sus recursos por más que sepamos las absolutas diferencias. Sufrámoslo: padezcamos ser hinchas de un equipo que todos los fines de semana acaba un partido con menos del 20 por ciento de los pases concretados. No los comparemos.
“O cambia o matamos el fútbol”, manifestó el presidente del Sevilla José María Del Nido. No señor Del Nido. Morirá la disputa, morirán los hinchas del resto de los equipos que cada vez perderán más adeptos y hasta morirá ese ensañamiento porque algún día el mejor pierda. Será monótono, uniforme e imperialista, pero mientras estos dos equipos sigan existiendo, el fútbol nunca morirá.