miércoles, 13 de abril de 2011

El mundo leproso fusionado por un mito viviente

Dichosas las generaciones que aquel 22 de diciembre del 2009 se emocionaban al unísono por una misma causa. Abuelo, padre e hijo dialogaban eufóricos sobre ese equipo de gladiadores y su entrenador que en 1990 transitó por toda América hambriento de gloria. El estadio cambiaba de nombre y todos estaban allí por una misma razón. Devoción para un ser que demostró durante toda una vida que Newell’s Old Boys de Rosario lo era simplemente todo. Reverencia para un hincha que supo, desde su locura en el oficio, llevar al leproso al primer plano continental durante su paso. Marcelo Bielsa, ése 22 de diciembre -el loco, como no podía ser de otra manera-, dejó de ser un emblema en la vida de Newell’s, para transformarse en un mito viviente.

Ese mismo 22 de diciembre, pero 19 años antes, el escenario era otro; la cancha auxiliar del estadio de Ferro se transformó por un momento en santuario. Un hombro recio caminaba solitario, como un león enjaulado, rezando por lo bajo, escapándole a tanta ansiedad. Los seis minutos de diferencia entre el partido que Newell’s había disputado ante Ferro y el encuentro que jugaban San Lorenzo y River lo adjudicaban todo. Un gol del equipo millonario dejaba a los rosarinos sin título y al hombre recio sin motivos por los cuales seguir viviendo. La radio portátil del ayudante de campo Carlos Picerni envió una última señal y el estadio explotó de satisfacción. El equipo leproso era campeón. A lo lejos aparecía el hombre que de recio ya no le quedaba nada. Se fundía en un abrazo con todos y cada uno como un hincha más. Con los ojos de cristal, debelaba una consagración histórica. Y, con una expresión conmovedora, exclamó un grito que pasó a formar parte de la inmortalidad, de cientos de banderas, de un símbolo que sintetiza la historia del equipo leproso: “¡Newell’s carajo, Newell's!”.

Apasionado en el oficio, con una coherencia admirable entre lo que dice y lo que hace, Bielsa es un asiduo promovedor de los sentimientos. Así lo dejó demostrado en una conferencia en Chile donde le preguntaron si alguna vez se podría esperar en él una reacción como aquella en Rosario, donde se lo vio tan eufórico; con un sutil gesto de melancolía, respondió con su habitual sinceridad: “difícilmente quiera a otra camiseta como quiero a la de Newell’s”.

La mirada, vigorosa, se mantuvo inalterable desde la niñez. Desde el mismísimo día en que, cuando todavía era un púber, le comunicaba a su familia que se iba a vivir a la pensión del club. La misma mirada inmutable que con 24 años y pocos partidos en primera anunciaba su retiro del fútbol. Los mismos ojos se mantuvieron intactos cuando ante ochenta mil personas, en el estadio Morumbí, los corajudos hombres de rojo y negro fueron derrotados por penales en la final de la Copa Libertadores ante el San Pablo, bisagra en la historia del club. Las pupilas nunca se dilataron por más que su ciclo como entrenador leproso denotó fecha de vencimiento o su regreso al banco del Coloso, esta vez al visitante, como DT de Vélez, exhibió una extraña sensación.

La posibilidad de que Marcelo Bielsa volviera a la escuadra rosarina, en los últimos días, mantuvo en vela a todo un país futbolero. En Rosario, centenares de personas se movilizaron al Monumento a la Bandera y a la propia casa del astro. En Buenos Aires, también un puñado de fanáticos apoyó la cuestión marchando al obelisco. Sin embargo, en la tarde de ayer el presidente del club entregaba un comunicado que manifestaba la respuesta negativa de entrenador.

Desconsuelo, angustia, desazón, todo se resumía en la respuesta del DT.  Las memorables generaciones soñaban con reencontrarse, una vez más, por una misma causa. Desilusionados deberán seguir esperando. Habrá que aguantar un tiempo más para rememorar aquel grito emblemático de las entrañas del loco; porque, como bien dijo el presidente de Newell’s Guillermo Llorente en el comunicado, “Marcelo, otra vez será”.


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