lunes, 27 de junio de 2011

Crónica de un precipicio anunciado

El país mastica el sabor de la inoperancia. Las especulaciones murieron en el mismo momento que la ineptitud de las gestiones cosecharon sus frutos más palpables. El fútbol, magnífico espejo de proyectos, se cobró una nueva víctima. River se fue al descenso. No es una víctima más, es una de esas que hacen frenar la locomotora del “todo pasa”. Es una de esas que forja el inicio de un nuevo ciclo.

A pesar de faltarle a la creatividad, hablar de este presente del fútbol es reflejar una cadena de errores que llevan al descenso de uno de los clubes más prestigiosos del país. Hablar de este presente es rememorar viejos líderes hundidos en el suplicio de la incapacidad, a los que algunos prefieren llamar estafa. Hablar de este presente es pensar en subestimación, es creer que la inmunidad pasa por el dicho popular de ser uno de los equipos grandes del país: “la AFA no lo va a permitir”; cuánta torpeza en tan pocas palabras. Hablar de este presente es no morir con las botas puestas, es ceder el protagonismo dentro del rectángulo por sospechar que de esa manera se logra el éxodo de la zona roja, es infringir a la percepción.

“El éxito es deformante, engaña, relaja, nos vuelva peor”. Cuánta exactitud comprimida en una sola afirmación. Así debieron haberlo percibido los responsables de este River, que dos meses atrás se encontraba de imprevisto con la primera posición del torneo local.  Con los objetivos confusos y una gloria pasajera que aturdió a más de uno, el equipo conducido por Juan José López  prolongó su camino carente de identidad y casi sin darse cuenta aniquiló su destino promoviendo un modelo de juego superficial y cambiante. 

Entonces así, faltándole a una manera de ser que siempre enmarcó su esencia, la fulgurante banda roja cruzada se encontró en promoción. Sorpresa para los escépticos. Sobre todo luego de que entró a jugar el primer encuentro sin siquiera rasgos motivacionales, que generalmente un partido de esta característica suele propinar. Un 2 a 0 rotundo y esperado para los conocedores de la segunda categoría nacional. Un segundo cotejo inyectado por la auténtica posibilidad del descenso. Ni la efervescencia que Daniel Pasarella intentó transmitir, ni la profundidad en el mensaje tardío de Sergio Vigil, animaron a un plantel anodino y escaso de convicciones.

Lágrimas, incredulidad y descenso. Incidentes que simbolizan la degradación cultural de una parte importante del país. Reclamo: culpa y castigo para los dirigentes responsables. Represión insignificante para un plantel sufrido. Unos segundos de silencio impulsados por un replanteo multitudinario. Y luego, caer en la realidad.  Toparse de frente con una pared construida durante 110 años. Pensar en lo que viene. Cómo afrontar una categoría hostil que no sabe de prestigios e impone sus propios modales.

Allí, otra vez la vapuleada razón vuelve a entrar en acción. ¿Sigue el presidente o se va? ¿Con qué tipo de jugadores se afronta esta categoría? ¿Con qué entrenador? ¿Se acondiciona el equipo a lo que propone la divisional o se implanta una identidad patente?

Pasó un día del descenso de River. El mundo de la pelota está en pausa. En mayor o menor medida, todos se conmocionaron con el sorpresivo final.  Lo positivo: la locomotora puso un freno de manos. El fútbol comienza un nuevo ciclo con una marca favorable: ahora todos conocen el amargo sabor de la inoperancia. 




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