lunes, 13 de junio de 2011

Contrastes de un universo aparte

Fue un fin de semana atípico para el mundo del fútbol. Mientras el universo de los promedios, la nostálgica despedida de un mito viviente  y el desenlace de un torneo perfecto en Liniers enmarcaban una jornada especial, mi cabeza, mi subconsciente, vinculaba dos extrañas realidades. Por un lado, un arcaico símbolo de lo imposible: ningún equipo argentino logró consagrarse en un mismo semestre en el torneo local y la Copa Libertadores; por otro, una realidad de ensueños: un goleador que logró traspasar cualquier frontera de lo inalcanzable. Dos episodios antagónicos que realzan el valor del juego, de la vida y obviamente del fútbol.

El poder de la mente, dicen, es más fuerte que cualquiera. Así me pasó en los últimos días. Como buen fanático del fútbol y sobre todo del buen juego, me encariñé con un Vélez que revalidó ese tumor maligno que parecía estar afectando al viejo y prestigioso estilo argentino. Sólo me bastó un par de actuaciones para pensar en que el conjunto de Liniers podía ser el primero; sí, el único que pudiera consagrarse en el local y en la Libertadores de manera adyacente. Ni aquel Ñewell's de Bielsa al que un penal lo dejó sin la proeza, ni el inexpugnable Boca de Bianchi, ni este Vélez, modelo institucional, pudieron romper con la tradición. Doce pasos, un pelado lunático y la moneda de la suerte que esta vez cayó del otro lado del río. Suficientes motivos para continuar con el infinito impedimento.

Del otro lado, como un oposición que el destino cada tanto se encarga de implantar, estaba la despedida de Martín Palermo. Promovedor de utopías, homicida de imposibles, el goleador boquense le dijo adiós a La Bombonera en medio de un marco conmovedor.

Como dos polos opuestos que en el algún punto del espacio se cruzan, la cronología del fútbol argentino interpuso su historia con la de Palermo. Lo imposible frente a lo que parece imposible. La leyenda contra el tabú. El mito ante la triste realidad de lo que nunca pudo ser. Fue un fin de semana atípico para mí. La vida me demostró que lo imposible y lo posible residen en un mismo mundo. El mundo de la pelota.

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