miércoles, 30 de noviembre de 2011

Votame que no te boto



La tía Elvira se considera apolítica. Asegura que la política no sirve para nada, que son todos unos estafadores y que no le interesa en absoluto lo que suceda en ese ámbito detestable. Posiblemente la tía no tenga la capacidad suficiente para entender que ella no es apolítica sino apartidaría. Que la política es una cuestión que nos pertenece a todos y que no debería funcionar como una mala palabra. Por más que el pasado desapruebe cualquier intento de amparo, la política y el deporte pueden funcionar como aliados. Aunque la historia repruebe el argumento y el presente siga dando muestras de una cuestión olvidada.

En estos días, varios clubes de primera división elegirán a sus futuros presidentes. La situación se repite: un conjunto de astutas personalidades bien trajeadas que garantizan algo nuevo y distinto. Mientras tanto, los millares de socios prestan atención y se inclinan por el discurso que se percibe más honesto.

¿Qué debería tener un presidente ideal para un club argentino? Es evidente, por más que se creen varios espejismos, aquí siempre terminan reinando los resultados. Por eso, un líder ideal debería conjugar la inteligencia de invertir en lo que a nadie le importa (inferiores, educación, entrenadores juveniles, infraestructura, pensión) y, al mismo tiempo, contar con la fortuna de que al equipo de primera se le estén dando los resultados deseados. De esa manera  el presente traerá satisfacciones y en el futuro se podrán cosechar los frutos de un trabajo eficiente y duradero.

Mientras la pasión continúe soslayando a la razón, el fútbol seguirá exigiendo efectos. Y las causas seguirán relegadas, hasta que el cortoplacismo sea interrumpido por una política contracultural. Una manera diferente de ver las cosas, donde se acaben los parches y dominen las planificaciones. Pero, nuevamente, mientras no haya resultados no habrá calma. Y mientras no haya calma no se podrá dejarle de prestar atención a los parches.

En esta realidad estereotipada, Boca, Racing, Independiente y Banfield eligen presidente en los próximos días. Con distintas realidades, los líderes políticos luchan por una misma causa: gobernar sus clubes e intentar sacarlos adelante, en un presente argentino tan crítico como su fútbol. Aunque, tal vez, ellos también estén concentrando sus energías en el lugar equivocado. Tal vez deban pensar cómo hacer que el deporte vuelva a ser aliado de la política. Y que la tía Elvira vuelva a confiar en ellos. 

lunes, 21 de noviembre de 2011

La explicación de los milagros



“¡Milagro! el Athletic vence en Mestalla tras 18 años”. El desenfreno del periodista partidario traspasaba la emisora radial. Perforaba también los oídos del puñado de seguidores fieles que acompañaban al equipo a través de su voz; de sus expresiones conmovedoras que resonaban en lo más profundo de los corazones bilbaínos. Porque nada es casualidad, ni siquiera las palabras del relator, que determinó hacer referencia a un milagro.


Seguramente ese narrador empedernido no haya conocido la primera charla entre Marcelo Bielsa y sus jugadores. Donde los atentos oídos de unos muchachos sorprendidos contemplaban a  un loco que les aseguraba hasta el hartazgo que no había motivos para perder en ninguna cancha. Asentían con la cabeza, pero no con el corazón. Como los millares de hinchas del Athletic que no se animaban a creer. Como toda España y como los entusiastas del fútbol en el mundo entero. Todos acorralados por una catarata de paradigmas que amenaza con ser eterna: intentar ganar de local y empatar de visitante; defenderse con los equipos poderosos y, si los planetas están alineados, conseguir un empate.

Pero ese loco les habló de otra cosa. Como Newton y la manzana; como Pascal y la calculadora; como Gutenberg y la imprenta. Era algo alocado, utópico y hasta ridículo. Les aseguró que pelearían por todas las copas que disputen. Les afirmó que estarían a la altura de las circunstancias y que no habría rival invencible. Que solamente necesitaba tiempo.

Y así, con el tiempo como único indispensable, Bielsa fue cumpliendo con su palabra. Primero arribó un juego ofensivo que los bilbaínos no contemplaban hacía varios años. Luego, vino ese equipo excelso, que frecuentaba en un nivel supremo desde el anonimato de sus jugadores. Y, finalmente, la disputa de la posesión al mejor equipo del mundo, colocándolo al borde del precipicio, aunque el destino -o Messi- no hayan querido empujarlo a un abismo digno.

Sin embargo, como bien interpreta José Ingenieros en su obra maestra “El hombre mediocre”, "Lo que ayer fue ideal contra una rutina, será mañana rutina, a su vez, contra otro ideal". Por eso el buen juego pasó a ser parte de la rutina para el Athletic. Ya no se considera un ideal intentar atacar en territorios ajenos.

No obstante, los imposibles parecen seguir persiguiendo al conjunto bilbaíno. Como el relator, que tras el 2 a 1 de ayer, después de una racha negativa de casi dos décadas, inyectó su discurso con el rótulo de milagro. Aunque Bielsa repita una y otra vez que no existen. Y que eso se llama trabajo.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Las fases del buen juego


La opinión emerge. Los argumentos  parecen sobrar. Todos discuten. El total de los analistas cree estar en lo cierto. La disputa es clara, ¿la Selección Argentina jugó un buen segundo tiempo? Las respuestas son muchas y diversas. La realidad es una sola, aunque se mire de mil maneras.

Dicen que los paradigmas definen nuestra manera de ver el mundo. Se puede discutir durante horas, se puede revalorizar una y otra vez el vigor de un argumento. Sin embargo, hay una cuestión mucho más poderosa que definen estas controversias: los ojos con los que vemos el mundo. ¿Ve la imagen de aquí abajo? ¿Qué ve? ¿Una mujer? ¿Cuántos años tiene? ¿Qué lleva puesto?

Por supuesto, la imagen varía según el ojo del observador. Para algunos es una joven dama de clase alta y para otros es una decrépita anciana de escasos recursos. De allí debe originarse el debate de la selección nacional; sabiendo que lo que para unos es jugar bien, para otros es un mero resultado positivo.

Por eso la resonancia del encuentro frente a Colombia en los medios de comunicación reabre el eterno debate: ¿Qué es jugar bien? ¿Acaso un extremo repliegue defensivo ejecutado a la perfección no forma parte del buen juego? ¿Y un equipo intenso y eficaz pero carente de posesión no entra en ese rubro?

Tal vez, para algunos, la única verdad sean los números. Por eso consideran que Argentina hizo un buen segundo tiempo. En realidad, no hubo juego asociado, ni intensidad, ni un buen repliegue defensivo. Sin embargo el equipo hizo dos goles y no le convirtieron ninguno. Tal vez la eficacia se la única gran verdad.

 La discusión es tan inmensa como la cantidad de individuos que la piensan. La historia influye, la cultura también. Mientras unos exigen una victoria recalcando una y otra vez que los albicelestes nunca se conformaron con un empate, otros ven la igualdad con ojos de prosperidad.

Allí reside la cuestión; en los ojos. Donde unos ven un mentón, otros ven una nariz. Y donde unos ven fútbol, otros vemos una debacle.

martes, 15 de noviembre de 2011

Lo que miramos y no vemos


Miramos a una Argentina fría, mísera, vacía. Miramos a un equipo de estrellas y reiteramos sus fracasos hasta el hartazgo. Miramos y la oscuridad de un equipo repleto de carencias no nos deja ver. Miramos y no vemos que no es una cuestión de voluntades. El árbol nos priva de ver el bosque y la pasión no nos deja ver el fútbol.

Hay una fábula añeja que personifica varias cuestiones de este presente opaco:
Supongamos que me encuentro en un bosque y me topo con una persona que está cortando un árbol con una sierra.
Lo observo un segundo e inicio el diálogo: -¿Qué está usted haciendo?
Me contesta ofuscado: -¿No lo ve? Intento cortar este árbol.
Continúo: -Se ve muy cansado, ¿hace cuánto tiempo que está con este árbol?
-Unas cinco horas- Me mira y prosigue con su tarea.
-¿Y por qué no se detiene un segundo a afilar la sierra?- le consulto.
-No tengo tiempo, debo terminar de cortar el árbol.  
Cuanto más pasa el tiempo, más intenciones de cortar el árbol tenemos y menos nos detenemos a afilar la sierra. Porque esa es una cuestión importante, pero no urgente. Porque invertir en las juveniles “no es una cuestión prioritaria”. Porque lo que en realidad se necesita son resultados, entonces, sólo nos enfocamos en eso. Ésa es la cuestión. Allí están las energías. Así estamos.
Mientras tanto, como una mueca del destino, en lo que más enfoque hacemos -los resultados- menos efectos tenemos. Mientras tanto, “los jugadores no sienten la camiseta”. Claro, para ellos debe ser beneficioso venir a jugar a la Argentina. Viajes, cambio horario, presiones, más entrenamiento, más problemas. Sí, debe ser beneficioso.
Y nadie habla de la falta de estilos. Reclaman eficacia, individualidad, sacrificio. Alientan a Clemente porque nos representa, repudian a Demichelis porque “sobra”. Y todo eso provoca todo esto. Cuatro entrenadores en cuatro años. Centenares de identidades en cuatro años. Millares de jugadores en cuatro años. La misma política de siempre.
Y la sierra desafilada sigue intentando cortar ese árbol frondoso. Antes las eliminatorias eran una rama sencilla, hoy son un tronco de los más robustos. Mientras tanto miramos y protestamos. Miramos y no somos capaces de ver, que la sierra se debe afilar periódicamente.  Hoy más que nunca.

jueves, 10 de noviembre de 2011

El día de los recuerdos



Era una galleta amarga. Un domingo nublado. El momento perfecto para una copla de despedida. Era, al mismo tiempo,  un día de hallazgos. El de una derecha placentera, educada siempre para acariciar, nunca para golpear. El de una apología a la belleza, un propietario de sabidurías. Era, para el placer de los novelistas, el día que se despedía Diego Armando Maradona. Era, ese mismo 10 de noviembre pero de 1996, la tarde en la que debutaba Juan Román Riquelme.

El destino a veces oficia de cineasta y le regala a la historia capítulos inolvidables. Sin embargo, en ocasiones se viste de malévolo y le arrebata a la humanidad episodios supremos. Tal es así que la felicidad se construyó en dos oportunidades. Debut y despedida. En la primera fecha del Apertura 97, se fusionaron el talento y la osadía, el lujo y el potrero, Maradona y Riquelme. Precisamente frente al Argentinos Juniors de sus raíces, en un 4 a 2 inmortal, fugaz e irrepetible. La despedida los volvió a reunir justamente en la despedida. El día que la pelota, lejos de mancharse, desprendió un lagrimón. El día que el mejor entre los mejores lloró. La tarde en que el fútbol perdió a su mejor obra de arte y la gente a un individuo casi omnipotente. Y es casi porque una señorita inofensiva le cortó las piernas. Porque se equivocó y pagó.

Seguramente todos hubieran preferidos encontrarlos durante décadas en el mismo lugar, con la misma camiseta y por una misma causa. Pero no. Las circunstancias fueron menos complacientes, aunque no menos emotivas. El último partido de Diego fue un 25 de octubre de 1997, frente a River, en el Monumental.  Aquella jornada primaveral Maradona se retiró fatigado en el entretiempo, sin saber que sería el último de los últimos. Allí ingresó un joven anónimo con cara de bueno y pies aún más solidarios. Su nombre era Juan Román Riquelme. Su atributo era contracultural: ser lento.

Hoy la vida nos encuentra en otro nostálgico 10 de noviembre. El mismo día en el que diez años atrás se despidió el hombre con la mano religiosa, con la zurda de otro planeta. El mismo día en que 15 años atrás debutó el lento más rápido del mundo. Por eso la pelota está rara, contradictoria. No sabe si es un día para celebrar o sufrir. Por eso se limita simplemente a recordar.


martes, 8 de noviembre de 2011

Reclamando un estilo



Hay tardes en donde la nostalgia se pone un traje angustiante y sale a invocar viejos sucesos del pasado. Seguramente aquellos días fueron más favorables que este presente con sabor amargo.  Tal vez el viernes sea una de esas tardes, donde la memoria traiga recuerdos placenteros y la actualidad los convierta en viejos y ficticios. Quizá la Selección Argentina, ante Bolivia, recuerde aquellas jornadas memorables, donde las eliminatorias eran una circunstancia y, estos partidos, un simple trámite efímero.

Corría el mes de abril del 2001, se aproximaba otro sábado en el calendario y los planes seguían siendo los mismos: mirar fútbol y jugar al fútbol. El fin de semana ya se proyectaba y, como buen fanático de la pelota, el picado también. En eso suena el teléfono fijo, lejos estaban los celulares en aquel entonces. Del otro lado de la línea, un amigo inicia el diálogo: -“Juan, el sábado a las 16 jugamos al fútbol 5, en el club”. Ni siquiera esperó la respuesta.  Pienso un segundo y replico: -“a esa hora juega la selección, contra Bolivia ¿no lo vamos a ver?”. Del otro lado se siente una sonrisa y la contestación inminente:   -“Pero si es un trámite eso. Jugamos en el club y después vemos cuántos goles hizo el Bati”.  Aquellos días quedaron lejos. Tan lejos como la crisis económica. Tan olvidados como las clasificaciones cómodas, en las que alguna vez Argentina fue soberano.

El viernes habrá una nueva jornada eliminatoria. El conjunto albiceleste enfrenta a Bolivia. La filosofía de Alejandro Sabella todavía no está demasiado clara. Frente a Venezuela y a Chile, los planteos fueron distintos, los sistemas también.

“Por supuesto, en la selección juegan los mejores”, asegura la mayoría y reafirma Sabella con hechos. Es discutible. Los mejores no siempre son los más adecuados. Los mejores no siempre se adaptan al estilo de un entrenador. Los mejores no siempre son los mejores.

Por ideas y por acontecimientos, el conjunto nacional se bambolea en la cuerda floja hace varios años. Porque la identidad cambia, cada un par de años, al unísono con los entrenadores. Porque los jugadores no cumplen procesos. Porque se valora el fin y no el desarrollo. Porque las políticas siguen siendo las mismas. Porque la cuerda se ensancha a la par de los resultados.

Algo pasó. Los últimos años han traído malos resultados y, sobre todo, malos procesos. Sin embargo, todos reclaman. Por historia, por tradición, tal vez reclamen con razón.  La gente exige resultados. Que todo vuelva a ser un trámite, como antes. Para eso hay que empezar por el origen. Hay que reclamar un estilo.

domingo, 6 de noviembre de 2011

La revolución avanza



Llovía como si la humanidad fuera a extinguirse.  Eran las condiciones de un lugar inhóspito, extraño, distinto. El mundo acontecía otras vivencias. Sin embargo, todo se resumía allí. Hablar de un todo es esencialmente hablar de un todo: ataque, defensa, tacsisismos, verticalidad, posesión, coberturas, basculaciones, técnica, fundamentos, entrega, mística, eficacia. Athletic Bilbao y Barcelona prometían un bastante y terminaron ofreciendo un todo. Ni más ni menos que un fútbol de la nueva era.

Ya lo había dicho Marcelo Bielsa cuando le preguntaron acerca de Guardiola: “su fútbol es contracultural”. Nada nuevo bajo el sol. El entrenador y el conjunto blaugrana marcaron una revolución en la pelota. Cambiaron la manera de pensar. Rompieron con los paradigmas más profundos del juego y descubrieron un espacio del mundo que nunca había tenido comensales. Su filosofía se fue impregnando y se convirtió en un ideal. Algo lejano a lo que hay que aspirar o, al menos,  sentirse identificado.

Sin embargo el destino ha querido que la historia se construya de a varios. Por eso existen los rivales. Por eso la vida los vuelve a dividir. Y ahí están los que intentan adaptarse a la revolución y el resto, los que quedan en el camino. Allí aparece el Real Madrid de Mourinho, su adaptación al sistema y su estilo ultra vertiginoso. Hoy la revolución dio un nuevo paso, de la mano de un Athletic tan chiflado como su entrenador.

Se sabe, el clásico Real Madrid-Barcelona reúne a los que posiblemente sean los mejores 22 jugadores del mundo. Por eso comparar al Bilbao con los madrileños sería un error conceptual. Por eso la actuación de los bilbaínos promueve el progreso. Porque se trata de jugadores de segundo nivel. Se trata de un equipo humilde, como tantos otros, que no se ha quedado con la idea masoquista de entregarle la pelota al equipo de Guardiola e implorar por un empate. Eran nombres desconocidos los del conjunto rallado, hasta que un loco un poco menos loco que sus ideas les aseguró que podían ser mejores que cualquiera, en juego y en resultados.

Para ese propósito demencial primero deberían interiorizar varios recursos. Fueron cuatro meses de trabajo casi inhumano. No fue fácil comprender que en este nuevo ciclo necesitarían perseguir la pared hasta el hartazgo, olvidarse de los repliegues y aumentar -hasta la perfección- la eficacia en los relevos. Tampoco fue sencillo promover el físico a un nivel superior, donde el futbolista y el atleta se encentren en la punta de la pirámide. Además, se necesitó de una velocidad nunca antes experimentada, una técnica suprema y un avance intelectual en la toma de decisiones.

Barcelona y Athletic exhibieron un juego atestado de fundamentos; tácticos y de los otros. Cuando la humanidad suponía imposible plantearle al Barça un estilo ofensivo, el Bilbao fue coherente con sus ideales y salió a hacerle frente a la utopía. Le jugó y le ganó por goleada.

Atrás quedó el gol sobre la hora de Messi, el 2 a 2 de las mil sensaciones y el fin del récord de Valdás.  Hoy pasó algo más que eso, la revolución avanzó. La lluvia, los sentimientos y los protagonistas mostraron algo nunca antes visto. Tal vez haya parecido algo de otro planeta. Pero fue, ni más ni menos, que el fútbol de la nueva era.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Crónica de un reencuentro

Puede que aquella noche Guardiola no haya dormido. Seguramente el interrogatorio lo haya inquietado más de lo habitual. Tal vez la duda haya sido la jactancia de aquellos intelectuales. O tal vez no. Lo cierto es que indagaron e indagaron y nunca se encontraron con la madre de las verdades. Aunque, en el intento, llegaron a varias conclusiones.  

Corría el 20 de octubre del 2006. Una misteriosa visita a la Argentina de Jósep Guardiola alteraba aquellos días primaverales. Junto a él estaba su amigo, el prestigioso cineasta, David Trueba. El viaje estaba pautado hacía un tiempo; más aún el destino final: Máximo Paz, en un campo, el de los suegros de Marcelo Bielsa, más precisamente.

Fue una jornada intensa. Los argumentos iban y volvían, tan dinámicos como sus equipos suelen actuar. Bielsa ponía en constante estado de alerta a un aspirante a la primera línea de entrenadores. Compartían conceptos, discutían actitudes, revalorizaban una y otra vez el arte de pensar.

“Dígame usted, ¿por qué yo le debo dar una nota a un poderoso multimedio y negársela a una pequeña emisora del interior? Eso es un despropósito que no estoy dispuesto a afrontar”. Bielsa explicaba los motivos de su exclusiva  aparición en conferencias de prensa. La misma actitud que al poco tiempo Guardiola dispuso en uno de los clubes más prestigiosos del mundo.

Los ojos de Pep se agrandaban con el correr de las horas. La atenta vigía de Trueba no se perdía detalle alguno. Las cintas y los dibujos dominaban la escena futbolera. En eso, Bielsa vuelve a embestir: “¿Por qué decide ser entrenador? ¿no conoció aún toda la basura del fútbol como jugador? ¿tanto le gusta la sangre?”.

Está claro, ambas personalidades comparten una identidad similar en estilos. Los dos se proclaman devotos del Ajax de Van Gaal, aunque interpreten el juego de manera diferente. Los dos aman la amplitud, el orden táctico y la presión extrema. Los dos adoran el protagonismo, aunque lo ejecutan desde lugares distintos: Guardiola desde la posesión y Bielsa desde la verticalidad.

El rosarino, insistente, vuelve a indagar: “¿Tanto le gusta la sangre?”. Pep afirma: “esa sangre es una necesidad para mí”. El domingo, por primera vez en la historia, el fútbol los encontrará en una misma cancha. De un lado el Athletic de Bilbao, del otro el poderoso Barcelona. Y, tal vez, haya sangre de por medio, pero de otro tipo. La que seguramente hubiera pretendido Van Gaal. La que proviene de la posesión o de la verticalidad. La que Bielsa y Guardiola suelen provocar.

martes, 1 de noviembre de 2011

El precio de un hogar bien valuado

La catástrofe golpeaba la puerta a patadas, intentando derribarla. Se escuchaban gritos, amenazas y topetazos. En el medio del desenfreno, una voz clara y conocida intimidó: “si no hay un plan b, van a tener que desalojar el lugar”. En ese momento, al “lugar” lo habitaba Julio César Falcioni, quien de la noche a la mañana pasó de ser huésped a caudillo. Del maltrato al agasajo, vaya uno a saber por qué.

Si el fútbol argentino precisara de un símbolo obsecuente, éste seguramente sería el de un electrocardiograma en marcha. Un instante en decadencia y, en fracciones de segundo, en lo más alto del dibujo. Así es un electrocardiograma y así es el fútbol argentino: brusco y despiadado, misterioso y letal.

 Si alguien hubiera preguntado por Julio Falcioni hace dos meses atrás, nadie hubiera dudado en decir que se encontraba en la parte baja del gráfico. Los medios de comunicación hacían referencia a otro entrenador más devorado por el sistema nacional, repentino y cruel. Los dirigentes procuraban no caer en el mismo precipicio y le exigían al DT un “plan b”, como si a la hora de la contratación no hubieran examinado el “plan a” lo suficiente como para confiar en él.

 Pasaron diez semanas, toda una vida en nuestro fútbol. Alguna vez un gran entrenador aclaró: “no soy un inútil cuando pierdo, ni el mejor de todos cuando gano”. Falcioni hoy, para la mayoría, es el mejor. El Boca de hace diez semanas no era tan distinto del actual. Tenía verticalidad, posesión, amplitud y varios recursos de un equipo con trabajo. Pero claro, ése Boca no tenía eficacia. Entonces, aquel Falcioni era el peor o, al menos, lo suficientemente nocivo para echarlo del club.

 Fue el mismo día. Todavía acechaban las heladas de invierno, pero nada movía a la catástrofe de la puerta del hogar. Era 15 de agosto, día de destierro, de despedida. Todos imaginaban el fin de la era Falcioni. Sin embargo, así por así, todo cambió en un par de minutos y el que parecía un intruso, se convirtió en el capataz del lugar. De eso se trata, los resultados hacen y deshacen a su antojo. Y, muy de vez en cuando, ofician de justicieros.