“No harán muy grandes cosas los vacilantes que dudan de la seguridad”, aseguró Thomas Eliot. Acotados los momentos, a lo largo de su cronología, en los que Sergio Batista logró exceder la frase del poeta inglés. Su paso por la selección se destaca por una total discordancia entre sus palabras y sus hechos. El equipo tiene una inmensa demanda de juego, sin embargo la oferta dentro del campo es irrisoria. Así lo demostró en el debut del viernes con Bolivia; la subestimación, la carencia de ideas y las contradicciones marcaron el camino de un conjunto que asegura estar yendo por la gloria máxima, aunque parece tener el mapa equivocado.
Desmarques de ruptura, precisión, pases filtrados, transiciones rápidas, repliegues oportunos. Algunos de los ítems que determinan una victoria frente a Bolivia, por más que el subconsciente afirme una y otra vez que con la calidad de jugadores alcanza. Grave error. El rival fue superior y con un planteo táctico sublime estuvo a muy poco de conseguir la victoria.
Lo cierto es que el partido -la Copa en realidad-para Argentina, empezó en desventaja desde el momento que el líder (Batista) comenzó a poner en juego su confianza en el grupo. Carlos Tevez hizo méritos suficientes para estar en el equipo, posiblemente sea uno de los mejores jugadores del país. Pero si el modelo de juego que requiere el entrenador no se adecúa a las infinitas habilidades del delantero, es totalmente legítimo que no lo tenga en cuenta, por más que la identificación del jugador con el pueblo genere tantas satisfacciones. Entonces, allí, donde confiar en los ideales sobrevalua el camino, falló Batista. La aceptación del pueblo fue más fuerte y hoy padece las consecuencias.
Los problemas visibles arribaron al equipo albiceleste, el mismo día que el primer partido oficial golpeó la puerta. Allí estaba el equipo argentino, plagado de estrellas mundiales que tapan la realidad: para llegar al éxito se necesita de un largo proceso y muchas horas de trabajo en el camino. No alcanza con imitar otro estilo. No alcanza teniendo a los mejores, ni explicándoles, una y otra vez, la manera de jugar que se desea. No existen las fórmulas salvadoras, sólo hay que apostar al entrenamiento metódico.
Los emparches son tan conocidos como la carencia de identidad. En los fracasos todo se acentúa, es evidente. También es evidente el racimo de ineptitudes que se sucedieron en los últimos años en el seleccionado nacional.
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