martes, 27 de septiembre de 2011

Mourinho, los motivos de un entrenador distinto

¿Por qué tanta diferencia entre unos y otros? ¿Por qué, con los mismos jugadores, algunos tienen éxito y otros fracasan? Rachas, inspiración, motivación, suerte, etcétera, etcétera. El fútbol da lugar a mil teorías, sin embargo ellos, los distintos, se aferran siempre a la misma. La denominan trabajo, aunque, si fuera tan sencillo, existiría un millar de entrenadores dispuestos a triunfar sacrificando su sudor. Se requiere un poco más que eso. Con José Mourinho como inspiración y con esa manía incansable por explorar más allá de lo habitual, cuatro jóvenes españoles escribieron el libro “Mourinho, ¿Por qué tantas victorias?”. Si bien la respuesta se presenta en unas 177 hojas, trataremos de argumentarla en unas cuantas líneas menos.

“Se juega como se entrena”, sentencia la primera página del atrapante tomo. Lógica pura. Los mejores equipos del mundo entrenan diferente al resto. Allí está la primera clave, los entrenadores distintos puede que trabajen un poco más que los demás, sin embargo, el secreto está en que trabajan distinto a los demás.

Es una escalera hacia la consolidación de un equipo. El primer paso, indudable, establecer un estilo de juego, saber de qué manera se pretende jugar. Claro, el primer escalón es fácil de superar. Ya lo hizo Sergio Batista asegurando que quería jugar como el Barcelona. Sin embargo, todos quedan allí, donde el discurso es protagonista y el hecho un mero espectador.

El segundo paso parece ser la fórmula que todos miran, pero que muy pocos son capaces de ver. Se trata de subordinar la metodología de entrenamiento a la forma de jugar que se pretende. Desde este escenario, queda más que claro que el entrenamiento nace desde el juego y para el juego, algo tan evidente como inexistente en la mayoría de los clubes. Allí está la diferencia de los grandes directores técnicos. Ellos no hacen nada porque sí. Es decir, no entrenan el uno versus uno si no quieren que en su modelo de juego se emplee ése recurso. Entonces, en la simpleza del método de entrenamiento se exhibe la complejidad de los mejores equipos.

“Hoy, en Argentina, no hay ningún equipo que amolde su manera de trabajar a su forma de jugar”, aseguró un ex delantero, próximamente técnico argentino. Teniendo claro ese concepto y observando el método de trabajo de los mejores entrenadores del mundo será difícil que fracase.

¿Por qué tantas victorias? Se cuestiona la tapa del libro que alude a José Mourinho. Después de una leída exhaustiva queda más que manifiesto: el portugués trabaja absolutamente todo lo que pretende hacer en el partido. Los jugadores del Real Madrid no van al gimnasio. La fuerza se "contextualiza" con una situación propia de un partido a diferencia de un trabajo en el gimnasio con press de piernas de 100 kilos. No hay pasadas, ni trabajos físicos sin pelota. Todos los ejercicios tienen un argumento en su modelo de juego y eso, a él y a otros pocos, los hace diferentes del resto.



lunes, 26 de septiembre de 2011

El fútbol y una discusión cotidiana

Eterno, como el deporte, el debate cruza los límites habituales. Los antagonismos se acrecientan a medida que el tiempo pasa. Los argumentos que para algunos se presentan como certeros, para otros son totalmente absurdos. Paridad y calidad. Para algunos funcionan como sinónimos, para otros no tienen vínculo alguno. Por eso es tan lindo el fútbol, porque te une y te desune en cuestión de minutos, porque te enfrenta con Dios y te asocia con el diablo, porque te abre la puerta y te dice analizá.

El fútbol argentino cambia todo el tiempo, como el viento. Los que ayer gozaban de los beneficios de buenos resultados hoy sufren, temerosos ante la tabla de abajo. Banfield, Argentinos Juniors y Estudiantes. Denominador común del ayer: campeones de los últimos tres años en el fútbol argentino. Denominador común del hoy: se codean en los tres últimos lugares del torneo argentino. “Eso es muy bueno”, garantiza un avezado periodista,  deduciendo que si el fútbol cambia hay paridad y, si hay paridad, hay calidad. 

Discutible. Si la paridad sería sinónimo de buen espectáculo, entonces, un 0 a 0 adormecedor, sería sinónimo de buen fútbol. La teoría dura lo que un estornudo, pero deja mil hectáreas de campo a la argumentación.

La cuestión está en confundir los atractivos. Un torneo puede ser fascinante por paridad o por juego, pero no funcionan como sinónimos. España y Argentina son claros ejemplos opuestos. Un torneo competitivo y, en muchos momentos, de poco nivel. El otro torneo tendencioso y con dos claros aspirantes al título, pero atrayente por donde se lo mire, por su nivel superlativo.

La Argentina se emociona, sufre y sonríe al unísono con las acciones en el verde césped. Promedios, copas o el título, todos, sin excepciones, siempre juegan por algo. La tabla se invierte como el globo terráqueo y nadie está exento de caer a lo más profundo. Por eso es tan apasionante. Por eso hay récords de audiencia y de concurrencia a los estadios. Por eso es uno de los mejores torneos del mundo. Por eso y no por el juego. Así como masividad no es sinónimo de prestigio, paridad no es sinónimo de buen juego. Hoy, mañana y siempre.

lunes, 19 de septiembre de 2011

La escuela que rebasa de carencias

Críticos de nuestro fútbol (me incluyo), paremos la pelota. Dejemos de criticar, por un rato, la estereotipada cultura cortoplacista y resultadista argentina. Tratemos de quitarnos los lentes y miremos por un segundo con binoculares.  Estamos  amoldados a un paradigma tan evidente como certero: los entrenadores duran poco por la manera de ser de los hinchas. Eso es una consecuencia y no la verdadera causa. Más allá de los jugadores, de los fanáticos, de los dirigentes y de los resultados, ¿Cómo se capacitan los entrenadores? Determinante para diferenciar nuestro juego del europeo. Crucial para entender los motivos de tanta negación.

Ni mejores ni peores, solamente diferentes. Está claro, en cualquier oficio de la vida, las personas que más se instruyan tendrán más herramientas a la hora de actuar.  En la Argentina, hace ya un tiempo prolongado, para poder ocupar el cargo de DT hay que hacer la carrera oficial de entrenador. Son dos años de curso. Básico. Posiblemente cualquier jugador se considere con más recursos para oficiar de técnico por su experiencia en un campo de juego que por estudiar esos 24 meses. En el primer año, se profundiza en los juveniles y en el segundo en cuestiones de equipos profesionales. Déficit absoluto, en todos los aspectos. Sin embargo, la mayor parte de los técnicos prefiere subirse al tren de la aventura -prueba y error- y no continuar con su proceso de aprendizaje.

“El fútbol no es una ciencia tan complicada. Hay que hacer más goles que el otro y punto”, aseguran algunos, esquivando cientos de factores. Coaching, liderazgo, cursos en el exterior, observar a los mejores, escucharlos. Hay millares de maneras de enriquecerse y crecer en el oficio, aunque algunos consideren al curso de entrenador en Argentina como la conclusión de su desarrollo como aprendiz.


Hace casi dos meses hubo una clínica de entrenadores en España, posiblemente la más importante del año. Disertaban Guardiola, Del Bosque y Villas Boas, entre los más populares. Sólo dos técnicos argentinos estuvieron presentes. Ninguno pertenecía a equipos afiliados a AFA. Es evidente, la gran mayoría prefiere la prueba y error. Posiblemente su paradigma no los deje darse cuenta de los desaciertos que se evitan.

“Sé que si pierdo cinco partidos consecutivos me echan en cualquier lado, acá y en el Barcelona”, manifestó un desconocido futuro entrenador, al que muchos conocen como un delantero recio. “Sin embargo, agotaré todos los recursos para dar el máximo en esos cinco partidos que tengo de margen”. Nada nuevo bajo el sol para quienes conocen a Facundo Sava. Por su apariencia, un delantero regular. Por su realidad, un infinito estudioso dispuesto a tomar otro camino. Nuevamente, ni mejor ni peor. Haberle dicho que no a media decena de propuestas de equipos argentinos para terminar de hacer sus cursos de liderazgo y psicología deportiva ya lo pinta como un distinto. Haberse ido a Europa a observar como era el método de trabajo de los mejores equipos del mundo lo perfila como un antagónico a lo habitual. Y, ocupar toda su carrera instruyéndose con inteligencia para lo que va a venir, lo decreta como un eminente.

El Porto en el mundo, Lanús en menor escala, hacen escuela de entrenadores que van escalando niveles hasta desembocar en primera división. Mourinho, Villas Boas, Domingo Paciencias.  Zubeldía y Schurrer, por ahora, de la cantera Granate.

Menos visible, pero no menos importante. Los directores técnicos, como los jugadores, también deben hacer escuela. Capacitarse. De la misma manera en la que alguna vez la mayoría de los argentinos pateó la pelota contra la pared para progresar y así llegar a primera. El técnico no debería ser sinónimo de ex jugador. Tampoco de experiencia. Pero lo es. Y hoy hablamos de cortoplacismo y exigimos resultados. Lejos estamos de exigir entrenadores capaces.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Un loco que lleva tiempo entender


Paciencia. El deporte más popular del mundo no para un segundo de exigir. Exige trabajo, exige buen juego. En realidad, no. Todo se vuelve secundario cuando el torbellino de los resultados deja saldo negativo. Allí, sin argumentos razonables que acompañen, la crítica pasa a ser la máxima protagonista.

Recio, Inexpugnable, loco. Su apodo bien lo indica, Marcelo Bielsa va contra toda la corriente: “Denle este mensaje a la gente, a los ignorantes díganle: el que pierde es un inútil porque así está planteado”. Que no se mal interprete, su argumento no intenta reprobar la valía que otorga un resultado positivo. Sólo pretende entender el juego, el trabajo y el marcador final como una realidad integral: “no veo por qué se deba jugar bien para perder. Son dos situaciones que no funcionan de manera autónoma”.

Un empate como local ante el Trabszonspor por el repechaje de la Europa League, un 1 a 1 frente al Rayo Vallecano en la primera presentación de la Liga y una caída frente al Espanyol, como visitante, impulsaron a las críticas desmedidas. Allí está Bielsa, intentando explicarle a los españoles un idioma que pocas veces escucharon en sus vidas. Tratando de que entiendan que para él, clasificarse sin jugar (como le pasó en la Europa League), es una decepción y no una alegría.

Sus ideales se bambolean ante la difícil realidad de interactuar con quienes no lo conocen. Allí reside un problema fundamental: su personalidad, su método y su estilo llevan tiempo de asimilar. En Newell’s, por más que lo conocían de las divisiones inferiores, comenzó en la Copa Libertadores con un 0-6 ante San Lorenzo, en el mismo torneo que culminó en la final perdiendo por penales frente al San Pablo.  En Vélez, con la reticencia de referentes como José Luís Chilavert, que comenzó con engorrosas disputas y terminó con Vélez campeón y un loco (Chilavert) muy amigo de otro loco (Bielsa). En la Selección Argentina estuvo plagado de resistencias, inclusive la del titular de la AFA Julio Grondona, quien después terminaría avalando su trabajo y pidiéndole que continuara.

Mientras tanto, mientras sus ideas flamean ante el recelo de millares de fanáticos, Bielsa trabaja. Los resultados por ahora no acompañan, era una posibilidad. También era predecible el rechazo de mucha gente y de la mayor parte de la prensa local. Son algunas de las escasas realidades sobre las cuales no tiene ningún tipo de influencia.

Alguna vez un hincha argentino le dedicó en una bandera una frase más que elocuente: “Un hombre con ideas nuevas es un loco hasta que sus ideas triunfan”. Alguna vez, en Sudamérica, sus ideas fueron nuevas. En Europa deberá pasar por el mismo proceso. Hoy son nuevas, mañana seguramente triunfarán. Paciencia.

jueves, 8 de septiembre de 2011

La misma disputa de siempre, con un final diferente



Partido eterno. Ganan ellos, los poderosos, hace ya unos cuantos años. Tienen bien clara su identidad: “ganar como sea”. Apretadas, conveniencias, muertes, todo sirve si al final de la jornada vuelven a salir victoriosos, como siempre. Del otro lado, está el fútbol, en este caso, habitué de las derrotas. Sin embargo, a veces la vida se apiada de los menos poderosos y le concede esa victoria que vale más que las mil decepciones.

Pasa el tiempo y las barras bravas continúan en la primera plana del diario deportivo. Le ganan al juego por goleada. Lo vencen y lo dejan debilitado. Porque esto lo perjudica. Esa mano negra de la que todos hablan pero muy pocos conocen su nombre y apellido, tiene total influencia dentro de la cancha. Influye en los entrenadores, los que siguen y los que se van. Influyen las presiones hacia los jugadores, siempre, sin excepciones, carente de toda lógica. Y también influye en la esencia del juego, que a veces renuncia a sus ideales y demuestra incongruencias graves que, siempre, benefician a quien tiene más poder.  

Ayer, el partido continuó en cancha de Independiente. El fútbol parecía volver a ser vapuleado por un conjunto de enérgicos muchachos escasos de ética. Como la semana pasada, el mes pasado y el año pasado, otra vez ellos como máximos protagonistas. Otra vez el  juego en un relegado segundo plano y sufriendo, claramente, serios deterioros. Pero no.

Ayer el estadio de Avellaneda fue escenario de una tradicional trama de película de acción: cuando “el bueno” parece acabado, se presente un segundo súper héroe dispuesto a luchar hasta el final por una causa honesta. Hace poco un reconocido entrenador recién iniciado garantizó: “la revolución empieza por el hincha común”. Le hicieron caso. Ése súper héroe anónimo es el verdadero hincha. El que no tiene conveniencias. El que se enoja cuando no se siente identificado con su equipo o cuando sus dirigentes perjudican a sus colores.

Independiente 2 – San Martin de San Juan 1. No ganó el fútbol, pero hubo un tercer personaje dispuesto a oficiar de salvador. Lo logró. Ayer ganó la gente, ganó el hincha común.


martes, 6 de septiembre de 2011

Messi y el país de los distintos

Los argentinos somos distintos a todos, lo demostramos todos los días, en la vida y en el fútbol. Como hablar de la vida sería un terraplén filosófico que no estoy dispuesto a afrontar, me limito a hablar de fútbol, donde la coherencia, por momentos, se ve agobiada por un sinfín de contradicciones que amenazan con destruirlo todo. Aquí, dónde el deporte más popular del mundo es apabullado por los paradójicos analistas -o eso creen ellos-, concebimos a Lionel Messi. No nos importa que sea una pieza fundamental del mejor equipo de todos los tiempos, tampoco que pasme al mundo entero con esos regates que parecen físicamente imposibles. Acá lo vapuleamos como si fuera el máximo responsable de este deterioro crónico.

Por inercia o porque las antiguas tradiciones así lo disponen, consideramos antipatria a quien no canta el himno. No importa que sus cualidades disimulen, por momentos, nuestras falencias graves, tampoco tiene validez que sea considerado uno de los mejores de la historia. Si no canta el himno está condenado a formar parte de los traidores. En este contexto, tolerando un considerable grupo de insólitos que se atreven a criticarlo, Messi se calza la celeste y blanca. Es decir que, sin siquiera tocar una pelota, ya forma parte de las críticas.

Suena el silbato y los antagonismos con lo que le sucede a Lio del otro lado del charco empiezan a pronunciarse. Se sabe, querer parecerse al Barcelona es aún más difícil que intentar ganarle. Sin embargo, la Argentina no sólo que no se parece en lo más mínimo, sino que demuestra varias actitudes propias del polo opuesto.

El Barça de Messi juega, se divierte, disfruta. La Argentina de Leo sufre las presiones, carece de todo sentido del juego y se decepciona regularmente. En el Barça forma parte de un grupo de amigos que prevalecen el todo, por encima de cualquier estrella. En la selección le demuestran cada vez que pueden su etiqueta de astro, por encima del resto. Acá le reclaman que “ponga huevos”, como si él no fuera consciente de cuál es el camino hacia el éxito. Allá no pone huevos y, sin embargo, está colmado de títulos, hace más goles que un goleador y disfruta de los elogios de todos (madrilistas y barcelonistas). Posiblemente los que le exigen “huevos”, pretendan intensidad, presión constante y señales de juego asociado. Posiblemente ellos no sepan que el Barcelona subordinó su metodología de entrenamiento a la forma de jugar que hoy los conserva en la cumbre.  

Entonces así, adorado por todos, repudiado por nosotros, la selección sufre la presencia de semejante ídolo mundial. La sufre y no la sabe utilizar. Mientras la coherencia reclama duplicar esfuerzos para proporcionarle al mejor jugador del mundo un equipo a su nivel, la realidad muestra a un seleccionado que ve en una estrella la absoluta salvación. Pero no. Para nosotros Lionel Messi es un antipatria, un definitivo fanfarrón que viene a defender los colores por obligación. Tal vez aquí no juega como en el Barcelona porque no hay el mismo dinero en juego. Probablemente la humanidad está equivocada. Nosotros, nunca.