viernes, 22 de junio de 2012

martes, 12 de junio de 2012

Messi, el que inspira



No, no y no. El fútbol no nos ha llevado hasta aquí. Hasta este cúmulo de arrogancia que hoy nos atrae sólo problemas. Porque eso de creer que somos y que tenemos lo mejor es para puro disgusto. Basta con cruzar la frontera para comprender el rechazo que genera esta soberbia generalizada. Y, tal vez sí, el fútbol nos pueda salvar. O mejor dicho una porción del fútbol nos pueda salvar. O quizá el fútbol en su máximo sentido nos salve. Porque Lionel Messi es eso: fútbol en su máximo sentido; de estética, de arte, de eficacia. Y, por sobre todas las cosas y como antagonismo de un país egocéntrico,  de humildad.

Nunca un gesto. Nunca una palabra de más que lo arruine todo. Messi ostenta una imagen de austeridad, a pesar de ser la persona con mayor riqueza dentro del verde césped. Y afuera, cuando el tumulto de los flashes podrían encandilarlo, sigue siendo Leo, quien tranquilamente pasaría por estudiante de psicología de cuarto año, si no fuera por el cardumen de gente que gira a su alrededor.

Y cuánto bien nos hace que el mejor de todos se mantenga con este perfil. Es una prueba de fuego para aquellos altaneros que creen que el poder de su orgullo los llevó a donde están. Y no comprenden que sin ese orgullo, hasta sus propias capacidades se multiplicarían. Si el pillo supiera de las ventajas de ser humilde, de puro pillo se volvería humilde. Porque allí se sitúa Messi y aprende de todos. De los que están a su favor y los que no.

Si no fuera por esos regates a una velocidad inhumana, o por esos pases filtrados e indescifrables, o por esa definición infalible, Messi también sería un distinto. Porque para este fútbol,  un distinto es alguien que no le protesta a los árbitros, alguien que sacrifica una amarilla del rival por un par de segundos más con ese objeto preciado al que tanto venera,  alguien que resigna la confrontación con el contrario por seguir dando el máximo en el juego y evita cualquier otra cuestión que estén exentas de ello. Todo eso no solamente lo vuelve un distinto, también lo hace el mejor. Porque por más sencillo que parezca, estas cuestiones inciden enormemente en el rendimiento.

Y tal vez estas palabras se puedan volver anónimas y olvidadas, como tantas otras. Pero, también, como tantas otras cosas anónimas y olvidadas, es necesario realizarlas igual. Porque un empresario, un carpintero o un taxista pueden salir inspirados. Solamente humildad y enfoque en el verdadero objetivo. Y quizás Messi y el fútbol nos salven de seguir equivocando el camino.

jueves, 7 de junio de 2012

Una ceguera nacional


Una mujer ciega y sola en casa. Tres delincuentes despiadados la asaltan para hacerse con un objeto preciado. ¿Qué puede hacer, indefensa y frágil, ante el peligro cierto? Desde su inferioridad busca y rebusca el punto débil de sus asaltantes y encuentra lo único que puede igualarlos: la ausencia de luz, la oscuridad. Rompe lámparas, corre persianas y cierra ventanas. Es la pluma de Audrey Hepburn. Es “Sola en la Oscuridad”. Allí, a oscuras, vence ella.

La Selección Argentina no está ciega, pero le falta poco. El sábado habrá un partido amistoso en Estados Unidos, frente a un Brasil sin ensayos. Y un océano de preconceptos siguen hiriendo de muerte al conjunto nacional. ¿Acaso sirve de algo volver con un triunfo cualquiera sea el precio? ¿No es mejor respetar un proceso de formación de un estilo, en vez de ganarle a Brasil, en un amistoso y “como sea”?

Ese “como sea” no significa que alguien del cuerpo técnico o algún jugador haya pronunciado la frase nociva y déspota. Sin embargo, las ideas que promueve Sabella exhiben que una victoria a cualquier precio es más fructífera  que una derrota coherente con el proceso. Ese proceso: el que tiene como objetivo encontrar un modelo de juego, un sistema, los nombres acordes y una conclusión cohesiva al Mundial de Brasil 2014.

Del 4-3-3 tácitamente ofensivo frente a Ecuador, a este 5-3-2, con Mascherano como líbero, con los dos centrales como stoppers. Cambio de estilo del equipo de un encuentro a otro. De la búsqueda de rasgos de progreso mediante la posesión, a un equipo replegado y repleto de trazos defensivos. Frente a Ecuador, intentando generar espacios y, el sábado, frente a Brasil, buscando limitarlos y con la idea fija de romper las lámparas para que Brasil quede en igualdad de condiciones con el fútbol albiceleste.

 El error en la comparación entre el cuento de Hepburn y el presente argentino, es que aquella era una señora que debía defender un objeto preciado. Y hoy Argentina no tiene un objeto preciado que valga más que su propia vida.   Porque no hay una pertenencia con mayor significado que ella. ¿Cuál puede ser el robo? ¿Acaso un mal resultado en un amistoso en New Jersey? Aunque la pasión y el exitismo sagaz aseguren que un resultado positivo lo es todo; a la larga, como siempre, no será nada.

Entonces, es mejor abrir las ventanas. Que entre la luz. Tal vez este sábado a Argentina le puedan robar algún que otro objeto de valor -el orgullo, la satisfacción-. Sin embargo, el objeto más preciado no está ni siquiera construido. Porque el modelo de juego del equipo no se consigue de un día para el otro. Y esto es sencillamente un simulacro de robo. El verdadero asunto vendrá en junio de 2014. Evitemos llegar ciegos.

martes, 5 de junio de 2012

Aprendiendo con El Enano Franco


Sus ojos puros repletos de esperanza, su mano diestra embarrada y fría y su cara inocente y llena de marcas de vida habían enseñado tanto en tan poco.  Esos gestos y muchos otros gestos desnudan la esencia del Enano Franco. Esos 147 centímetros y esos 13 años de vida, abrigan los corazones de cualquier insensible que ande dando vueltas. De cualquier hincha del buen fútbol que se crea el apoderado moral para sentenciar que tal o cual resultado es o no es justo. El Enano Franco y otros 22 chicos de alrededor de su misma edad residen en el Hospital Psiquiátrico Tobar García. El Enano Franco y otros 22 chicos aguardan por la esperanza de una familia que los adopte y los reinserte en la vida real, de la que nunca formaron parte. Mientras tanto, sus alegrías están marcadas por la situación de sus equipos.

Hasta este domingo me creía con la potestad para reclamar que un resultado fuera justo o deje de serlo. Hasta este domingo estaba convencido de que había marcadores que beneficiarían a nuestro fútbol, y otros dejarían de hacerlo.

Cuando el relator radial hizo estallar sus cuerdas vocales luego del penal de Matías Caruzzo, un gesto de rechazo invadió mis venas. Lejos de ser opositor a una camiseta, mi malestar pasaba por las actitudes venideras. Por una sobrevaloración de un triunfo frente a Merlo, por penales. Por una ceguera contagiosa de exitismo hacia las falencias del juego. Por la famosa “triple corona” otorgada a un fútbol que identifica a unos pocos. Por el preconcepto erróneo de que “los colores ganan partidos”. Por la absurda manera de inmunizar los disparates con títulos.

“Boca es Boca”, dice el relator, haciendo referencia a un equipo que gana con el porte de su escudo. Ya se ha demostrado en cuantiosas ocasiones, que ni aquí ni en ningún lugar del planeta, sirve únicamente la precisa utilización de un nombre para lograr un éxito.

“Boca es Boca” repite, y ya no genera malestar adentro mío. Porque pueden haber 40 millones de personas habitando en los letargos prolongados que produce el exitismo. No importa. Porque la sonrisa del Enano Franco, cuando le conté del triunfo de Boca, valió mucho más que eso.

Esos 147 centímetros, de pies a cabeza, transmiten alegría. Alegría por un triunfo de sus colores. Alegría por la esperanza de volver a ver un partido de Boca. Feliz. Y tal vez en familia.