viernes, 16 de diciembre de 2011

Un método diferente para un fin diferente

Analistas, cesen. Nada más erróneo que una visión errónea para querer explicar un fútbol tan superlativo como mal visto. Porque la humanidad avanza en una era comunicacional que vincula a todo con todos, sin embargo en el mundo de la pelota parece haber una división bien pronunciada: ellos y nosotros, un charco inmenso en el medio y un sinfín de diferencias que no serían tales si así no lo pensáramos. Y es que entre América y Europa existen diferencias, está claro. Pero no por ese sinfín de excusas que intentan imponernos.

Mi ilusión se ha convertido por un buen rato en realidad. Porque hace mucho que la vengo palpitando pero nunca imaginé que iba a salir tal cual lo personificaba mi cerebro. Porque yo sabía que la U de Chile tenía un equipo fuera de serie. La primera vez que lo observé ya le noté algo distinto; algo “europeo”, como le llaman ellos, los analistas que todos los días evito en la televisión.  Porque el equipo chileno demostró algo a lo que no acostumbramos, contradiciendo a los millares que sostienen hasta el hartazgo que “en Sudamérica no se puede jugar como allá”.

Y vaya si los chilenos han despedazado esa teoría. Porque con un argumento distinto, extraño, salieron a hacerle frente a los paradigmas históricos: “el fútbol sudamericano es trabado y lento”; “la final de una copa se gana metiendo”; “acá es imposible hacer un juego de posesión como en España”. Este grupo de anónimos chilenos ha ido por un camino desconocido, y le ha sacado agua a las piedras, por más que millares de personas hayan sentenciado una y mil veces que dentro de las rocas sólo se encuentra más roca.

Me sigo preguntando por esas diferencias tan marcadas entre un continente y el otro. Plata, recursos, capacidad, cultura, todo suma. Y en este momento se me viene a la mente una anécdota tan descriptiva como PRECISA: Hace poco charlé con un entrenador, esos diferentes, a “la europea”, como le llaman algunos. Él volvía de un curso de fútbol en Buenos Aires bastante reconocido. “¿Y? ¿Cómo estuvo la capacitación?”, le consulto. Me hace una mueca que me ayuda a percibir varias sensaciones y luego continúa:
-Te voy a contar lo que me pasó uno de los días- me dice y prosigue -fuimos al entrenamiento del Boca, el puntero y, sin dudas, el mejor en la actualidad. Esperaba ver algo descomunal, fuera de serie. Y finalmente fue más de lo mismo: reducidos, pasadas y remates de media distancia. Así de crudo. Cuando terminó el entrenamiento le levanté la mano al coordinador del curso (una persona muy reconocida en el medio) y le pregunté con el mayor respeto posible: “¿Esto es entrenar fuerte para usted”? Y me respondió sin dudarlo: “acá entrenamos así, es lo más fuerte que se puede en nuestro medio”.

Y ahí encontré la respuesta a todas mis preguntas. En Sudamérica no conocen -o no quieren conocer- una realidad distinta a la del otro lado del charco. Esa realidad que Jorge Sampaoli le hizo conocer a la U de Chile. Una realidad que los terminó haciendo diferentes al resto. Diferentes y mejores, simplemente con trabajo. Trabajo de verdad.

martes, 13 de diciembre de 2011

¿Yo o el equipo?

Allí se eleva la bandera de la sospecha, cada vez más alta y radiante. Y es que en Argentina parecen haber motivos para sospechar. Porque el fútbol, entre otras cosas, se ha convertido en una colección de galardones que se conectan con la noche. Sí sí, se entendió perfectamente. Hablar del fútbol y de la noche no tiene ninguna relación con ese picado de los jueves que empieza a eso de las nueve y termina con la última carcajada de ese grupo de amigos eternos. Lejos de eso, aquí la noche tiene un sinfín de compañeros fieles. Y entre ellos se encuentran muchos futbolistas sometidos por los encantos del alcohol y las mujeres. Sin embargo, siempre es mejor remarcar las fortalezas que profundizar en las fallas. Por eso vale la pena volver a hablar del Barcelona. De sus encantos y de sus anomalías. De un estilo que rebasa al propio fútbol y se extiende a la vida.

“No soy policía, a las 10 de la noche estoy durmiendo y no tengo ganas de controlar a mis futbolistas. Por eso prefiero que estén en casa con sus familias y no en un hotel, encerados, sin nada que hacer”.  Guardiola habla y el mundo queda desconcertado. Y es que realmente es un contracultural. ¿Por qué aquí se concentra con dos días de anticipación al partido y en el Barcelona prefieren que cada cual duerma donde se le dé la gana? ¿Es por eso que son los mejores?

Ya lo dije el excelso Phil Jackson: “Los buenos equipos acaban por ser grandes equipos cuando sus integrantes confían los unos en los otros lo suficiente para renunciar al ‘yo’ por el ‘nosotros’”. Y es así de sencillo. El Barcelona ha creado el proyecto perfecto. Eso se consigue cuando la estructura vale más que cualquiera de sus piezas. Cuando nadie es imprescindible. Ni el propio entrenador, ni el mejor jugador del mundo. Todos entienden que los objetivos del grupo favorecen a las individualidades. Entonces, viven por y para el grupo. Tienen un sentido de pertenencia supremo y se rehúsan a defraudarlo.

Mientras tanto aquí, del otro lado del charco, los beneficios personales le ganan por goleada a los grupos. Aunque pocos tienen la capacidad de entender que los grupos alimentan más que cualquiera a los beneficios personales. 

domingo, 11 de diciembre de 2011

Los medios del mejor de la historia

Salir jugando desde el fondo pudo haber significado el primero y más importantes de los fracasos en la era Guardiola. Porque significaban seis puntos de diferencia. Suponía la primera derrota en un derbi, por la liga. Promovía la confianza de su eterno rival. Y, sobre todo, ponía en amenaza a lo que nunca estuvo: el estilo.

Quique Wolff, esta vez en el papel de comentarista, anonadado como cualquiera, garantizó que “estos goles tempraneros rompen el libreto original. Te obligan a cambiar de planes”. Por supuesto, Quique. Acá, en la China y en Bangladesh un gol a los 30 segundos tal vez lo modifique todo. Pero estamos hablando del Barcelona; el único que en la adversidad se aferra a su idea como su única salvación.

Pasaban los minutos, la filarmónica desafinaba un poco más de lo normal, pero continuaba intentando tocar su partitura clásica. Y así por así, cuando la obra transitaba en un bache desalentador, apareció el mejor de los solistas y con cuatro o cinco solfeos le terminó sirviendo a un compañero la conclusión de una pieza maestra. El mejor de los finales, gol de Alexis Sánchez. Uno a uno y nada nuevo bajo el sol: las caras de Mou, los alaridos de Guardiola, un centenar de toques continuos del Barça y contragolpes del Real Madrid que superaban al propio Usaín Bolt y sus 100 metros más veloces que cualquier otro.

Volvió la filarmónica, tan bella y radiante, a ser la misma de siempre. La que toca once partituras distintas que suenan de manera espléndida en soledad y que, juntas, forman parte de una sinfonía perfecta. Por más que enfrente tengan a su eterno rival, que, a su manera, también se asemeja a la perfección. Por más que haya imprevistos que te obliguen a cambiar de planes. Siempre hay un motivo para seguir oficiando de artista.

Y nuevamente así por así, en unos de esos momentos que le llaman casualidades aunque formen parte de las causalidades, el Barcelona volvió a inflar la red, con una de esas carambolas que cada tanto hacen justicia. Y el Real Madrid tuvo profundidad pero careció de eficacia, el as de espada que siempre enriquece a los equipos de Mourinho. Entonces, sin eficacia blanca y con la catarata de pases blaugrana, el tres a uno se cayó de maduro, de un árbol que al nacer suponía una cosa y terminó siendo otra muy distina.

¿Suspicacia ante el error? Nunca. Guardiola habló tras el partido y fue coherente con el equipo que presenta: “o eres valiente o muy valiente”.  Valdés prefirió ser muy valiente. Porque de eso se trata la vida y también de eso se construye el fútbol: nunca traicionar tus ideales. Y de eso también se trata la era Pep: no le temas al fracaso y siempre, sin excepciones, salí jugando desde el fondo. Aunque el mundo entero hubiese hecho lo contrario. Tal vez por eso son el Barcelona.



miércoles, 7 de diciembre de 2011

Homenaje al silbato más agradable de la historia


Eterno propietario de improperios. Dueño del oficio más maltratado del mundo: el que se equivoca consigue el peor de los castigos, el que acierta sigue siendo anónimo y magullado. Sopla y vuelve a soplar. Con una bocanada de amor por la tarea que resiste a un estadio repleto insultando a su vieja. Con tal de pertenecer, a ese espacio verde sagrado que reúne a los agraciados. Así es la vida del árbitro. Y un poco menos así, fue la de Héctor Baldassi.

Dijo adiós, colgó las tarjetas. El único silbato que contestaba con risas a las puteadas. El sentenciador menos discutible del país. La persona que desterró la idea de que amistad y arbitraje no podían conjugarse en un mismo planeta. Y además, dicen, el que mejor juzgaba.

Y así por así, de un día para el otro, 22 estrellas se quedaron sin risas, sin absurdos. Porque la figura de un árbitro a carcajadas con un jugador generaba eso, un absurdo. Era como ver a un unitario sonriendo con un federal o a David divirtiéndose con Goliat.

Galeano le dedicó un poema a esa figura tan precisada y detestada al mismo tiempo. “Única unanimidad del fútbol: todos los odian”, sentenció. Ya no, Eduardo. Hubo alguien que destrozó su sentencia. Alguien que innovó el oficio de árbitro. Alguien que el domingo colgó su silbato jovial. El único silbato que mereció este pequeño homenaje.

lunes, 5 de diciembre de 2011

El nivel del campeón


“Boca fue el mejor”, repetían una y otra vez los protagonistas, cuando le consultaban los motivos de un título risueño. Parecía un discurso ensayado. Una repetición casi sistemática de algo indiscutible: un campeón tan abultado es, sin dudas, el mejor. Alguna vez un pensador dijo que “la duda es la jactancia de los intelectuales”. Tal vez, en este caso, sea conveniente dudar. Dudar hasta el hartazgo o hasta que algo -o alguien- sentencie la aparición de una única verdad. Dudar hasta que Boca sea considerado “el mejor” o haya pruebas que dictaminen lo contrario.

El fin de semana, como es habitual, miré casi una decena de partidos de fútbol. Sin embargo mi análisis estuvo centrado en dos. Uno de ellos fue Boca-Banfield, el puntero frente al último, el éxito ante la frustración. El otro fue Racing-Villarreal, fútbol español; el 15º contra el 18º. A simple vista, una conjunción de carencias.

Antes de la observación intenté dilucidar qué significa, en mi consideración, que un equipo juegue mejor que otro. Llegué a la conclusión que el mejor era, para mí, quien construía oportunidades mediante una posesión sólida y vertiginosa. Además, el equipo más intenso, en defensa y en ataque. Y, por último, el que mayor precisión denotaba entre lo que hacía y lo que intentaba hacer.

Por supuesto, cuando uno elimina los paradigmas afloran las sorpresas. Porque el Racing y el Villarreal mantuvieron mayores posesiones que el propio Boca, aunque se haya medido con el último del certamen. Porque, a simple vista, los equipos españoles tuvieron mayor intensidad. Un jugador del conjunto Xeneize llegó a tener la tenencia de la pelota por nueve segundos, como máximo. Mientras que en Santander, quien más tiempo la tuvo no superó los cuatro. Eso no resuelve a un “mejor”, pero sí esclarece la diferencia de velocidades.

Si Boca hubiera formado parte del torneo español ¿en qué posición culminaría? Es una pregunta sin respuesta. Es probable que el torneo argentino deteriore a los buenos equipos. Porque uno suele mimetizarse con el nivel de la competencia que disputa. Tal vez por eso el décimo octavo equipo español exhiba mayor intensidad que el primero argentino. Tal vez Boca fue, el mejor de Argentina. O tal vez haya sido el menos peor.