jueves, 31 de mayo de 2012

La Pasión



Está, siempre está. Es como un humo que te nubla y te impide ver un poquito más allá. Es como una pared, a veces invisible y otras veces bien visible, que no te permite ingresar a lugares tan hermosos como el análisis o la subjetividad desinteresada por hablar de algo, desde lo más profundo de la esencia de la opinión. Pero igualmente, está, la pasión siempre está.

¿Cuántos  se han percatado, en algún momento u otro, de que sus frases hirientes, como hiere un Tramontina, estaban impulsadas por un frenético amor a algo? De eso se trata la pasión. De amar, de defender maniáticamente una idea, de hacer conjeturas macabras que dejen bien parado a sus colores y de convencerse a sí mismo de lo que ni sus propias consciencias se esfuerzan en decirles: “la realidad no se ve influenciada por la pasión, por supuesto”.

Falso. La realidad que resulta de tu cerebro inestable está absolutamente delimitada por la pasión ¿Y cómo puede ser, entonces, que varias personas visualicen un mismo partido y unos vean mejor a uno y los otros a los rivales? Vieron exactamente las mismas jugadas, sin embargo unos ven penal y los otros juran y perjuran que se tiró a la pileta.

¿Y hay alguna manera de modificar esta postura? En algún momento de mi adolescencia me hice ese cuestionamiento, al que hoy veo verdaderamente estúpido y vacío. “Cada acción en la vida debe estar signada por objetivos”, enseñan, tenaces, los más eficientes entre las personas eficientes. ¿Y en qué ayuda modificar esta postura apasionada característica en la Argentina? ¿Acaso es realmente útil que un hincha de Independiente entre en razones con uno de Racing sobre aquella jugada dudosa? ¿Hay algún beneficio en que un boquense se junte a comer asado con uno de River, y juntos, interpreten con coherencia lo que quedó del fin de semana?

Nada. Nada. No beneficia en nada. En cambio, la pasión sí. Es como esa nafta cara y de calidad que sólo se consigue en un par de lugares. Así, esta nafta se consigue solamente acá. Y el motor del fútbol anda como si fuera una Ferrari. Aunque sabemos que acá carecemos de Ferraris. Pero no hay otra explicación para que las canchas estén repletas un domingo de otoño a la tardecita, cuando seguramente haya habido más problemas que soluciones para presenciar  aquel partido intrascendente.

Y habrá un humo que seguirá nublando las mentes coloridas de esos fanáticos, a veces, inentendibles. Y las lágrimas seguirán acompañando sus derrotas y los alaridos exhibiendo sus festejos alocados.  Y las mujeres seguirán en la casa protestando, porque la tarde de sábado se ha vuelto una colección de sucesos esquizofrénicos.

Señora, preocupada por los actos maniáticos de su marido, le hablo a usted: déjelo ser. Muchacho intelectual que no comprende a semejantes personajes dialogando con el televisor: no juzgue lo que no comprende. Aunque ustedes no lo crean, ellos, desde el linving de su casa, son trascendentales. Son el corazón de nuestro fútbol.

lunes, 28 de mayo de 2012

Fútbol en el bar de los lunes


La patrona protesta porque alguien picoteó de la olla del locro que quedó del fin de semana. La garúa resuena en el techo del bar de la esquina.  La opinión también. Es lunes, otra vez, y el silencio se va quedando sin amigos, porque en los cafés se machacan una y otra vez con las mismas ideas. La lista de la selección argentina deteriora el ánimo de unos cuantos. Los boquenses invitan otra ronda de cortados con una sonrisa que se percibe desde el lugar más lejano en el mundo. Las medias lunas saladas no evolucionan el estado de ánimo de los comensales. La promoción descompone a unos cuantos, los promedios originan algún que otro atracón y a los amantes del buen juego no les queda más que saturar la angustia oral con masitas, porque de fútbol, poco y nada.

El presente de Newell’s acompaña a los más tempraneros. Retobado y rotundo, un hombre sin pelos habla de un glacial en los pechos rojinegros que les provocó el barullo contra San Lorenzo. Otro hombre, un poco más desmejorado en su rostro y un poco más mejorado en su léxico, le replica mencionando la escasez del plantel,  el mérito de Martino y la valía de estar bien arriba en el campeonato. Ni un camión repleto de edulcorante librará a los rosarinos de semejante amargura. Las explicaciones que se tejen, con café de por medio, tampoco.

Riquelme deleita con su fútbol y en el bar de los lunes cesan las discusiones. No hay nada para contradecir, ante tanto despliegue. Hasta que alguien nombra a Sabella y la no co,,nvocatoria del diez de Boca. El barullo se despierta de su siesta. Y la opinión los divide en dos: los que creen que deben jugar los mejores y los que consideran que deben jugar los más adecuados. El encargado chista con timidez y las voces parecen multiplicarse. Para algunos, Riquelme es un excelente jugador, pero no condice con la propuesta de juego que pretende transmitir Sabella. El resto le encuentra menos ciencia al asunto: si Román es el mejor de Argentina, tiene que jugar, y punto.

Llega un burlón conocido y su primer dardo molesto va dirigido a un bielsista ferviente. Lo saluda al apodo de fracasado y con una sonrisa le pregunta al mozo si hay café vasco. Luego se pone serio y asume que es una lástima lo de Bielsa. Y, ya en la mesa de siempre, sueña con el entrenador rosarino de vuelta en el banco de la selección. 

Hay aroma a salsa en el bar de los lunes. Es el olor de otra mañana que se acaba. Antes, alguien lee la tapa de un diario masivo: “Tragedia, otra vez”. Todos discuten la situación del hincha de Lanús fallecido. Y en un rincón del bar alguien prefiere callarse. Calla, porque alguna vez le enseñaron que solamente deben ser utilizadas las palabras que valen más que un silencio. Y, mientras el resto prefiere seguir narrando mentiras que dicen verdades, él calla. Porque otra muerte sacuda al fútbol y ya se dijo todo en el bar de los lunes. Se dijo todo y no se hizo nada.
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lunes, 21 de mayo de 2012

Fútbol sin champagne, pero con Copa


Parece imposible argumentar con palabras el gusto amargo que dejó, para la mayoría, la final de la Champions League. Es como uno de esos remedios feos, que algún día alguien determinó que debían tener gustos asquerosos, pero, igualmente deben existir por pura necesidad, para que alguna parte de algunas vidas se vuelvan largas e indoloras. El fútbol también necesita ser perdurable. Y por eso también precisa de estos remedios amargos, a pesar de que los ideales cohíban la posibilidad de pensar de esta manera rara, casi mediocre. Pero la colección de improvistos que andan dando vuelta por el universo futbolístico, lo convierten en el deporte más apasionante del mundo. Por eso, estos Chelsea, decorosos campeones maltratados, son extremadamente necesarios. Son esos remedios que se repudian, pero que acaban dejando un repertorio de enseñanzas.

El triunfo del débil no precisamente signifique el triunfo de la indecencia. Pero así se ven desde los ojos de un purista. Ese purista: el que defiende los ideales del que mejor lo identifica, el que no entiende razones más allá del estilo que lo cautiva, el que acecha contra todo aquel que lo atraigan otras maneras de pensar y de llevar a la práctica el fútbol.  Por favor, puristas, eviten la intolerancia desmedida en los siguientes párrafos de este texto y, si pueden, propónganse mirar con otros lentes al nuevo campeón de Champions.

El Chelsea no puede cambiar todas sus formas para jugar una final de finales solamente porque la mayoría pretende que lo haga. Si hubo una forma de ser y de actuar que lo caracterizó a Di Matteo, fue la del repliegue y la eficacia. No está bien, ni tampoco está mal. Nadie puede decir que una victoria sin posesión es una victoria indigna. O, acaso, como dice el entrenador Ángel Cappa cuando le consultan el por qué de tanto empeño por la idea de jugar bien: “¿Y de qué sirve ser feliz?”. ¿Será quizá que el entrenador o los hinchas o los propios jugadores del Chelsea no son felices con el título de campeones en sus corazones? No es esta (o al menos no intenta serlo) una manera implícita de justificar a un estilo tacaño, sino una forma de entender a un técnico interino, a un equipo contrariado y a una gran expresión defensiva.

Porque el Chelsea no fue solamente dos líneas de 4 que se avocaron en resguardarse en su propio terreno y en negar pases interiores. Fue muchísimo más que eso. ¿O acaso alguien discute el festín que se hubieran hecho Robben y Ribery si el Chelsea hubiera salido a producir un juego que nunca trabajó? Hubiera habido espacios por todos lados. Los laterales en ataque, los mediocentros adelantados y la mesa servida para el Bayern: los extremos jugando como y donde quisieran y otorgándole a Mario Gómez tantas pelotas claras como fueran necesarias.

Pero el Chelsea fue mucho más que eso. Así como existen excelsos equipos de juego ofensivo, en los que sus jugadores parecen complementarse, cual si fuera una sinfonía, también, de la misma manera, existen los esquemas defensivos que exhiben la misma analogía. Debe haber un nivel de comunicación superior para tomar en zona durante más de dos horas. Debe haber un espíritu de grupo altísimo, para convencer a Lampard o Mata de que los relevos hoy serán más importantes que los desmarques y que habrá que correr en defensa tanto como les atrae correr en ataque. Conseguir el sacrificio de Drogba o este nuevo solidario Fernando Torres demuestra a las claras a un equipo tejido a mano con objetivos colectivos por encima de cada una de sus partes.

Nada de esto significa que el Bayern Munich deja de ser una apología a la nueva era del fútbol veloz, preciso y analizado a los más altos niveles de su posibilidad. Ni la zurda de Robben, ni la ineficacia de Gómez, ni los infortunios del juego reprimen tan espectaculares maneras de producir.

Por favor, puristas, no hay necesidad de enamorarse de un estilo que no los identifica o de un fútbol que limita sus más hermosas representaciones colectivas. Simplemente, respétenlo. Es el fútbol que hoy levanta a la más atrayente de las orejonas. 

jueves, 17 de mayo de 2012

La Suerte


Ni en el Mundial 2002, cuando aquellas camisetas amarillas furiosas se poseyeron de un recurso extraño que les blindó el arco y los clasificó a los octavos de final del torneo, ni en esa noche funesta en el Morumbí que un endemoniado penal le impidió a Newell’s gritar por primera y única vez campeón de Copa Libertadores y torneo local con la misma voz, ni aquel día en Alemania en 2006 cuando los brasileros parecían estériles ante tanta movilidad de unos rojos anónimos,  que igualmente, y sin demasiada explicación, se quedaron sin Copa del Mundo y sin hazaña, en una ráfaga de minutos. Ni en todos estos días, ni en ningún otro, Marcelo Bielsa había nombrado a la palabra suerte. Esta vez sí.

Esta vez no existía la engorrosa situación de argumentar un resultado negativo minutos después de un partido, tampoco estaban presentes los periodistas maliciosos tratando de cosechar un título vital para sus redacciones y mucho menos los flashes que encandilan y que generan tensión en momentos de profundidad y de calma. Para Bielsa no existen los enojos, ni el famoso grabador que suelen instalarse los protagonistas para evitar cualquier repercusión polémica. Él habla desde la sinceridad, desde el arte de transmitir un mensaje fructífero y desde la sencillez de un sabio. Pero el objetivo de esta conferencia era bien distinto a las que suele dar el entrenador. Acá su rol era otro: estaba como invitado de su hermano Rafael en el cierre de campaña, para hablar sobre métodos de liderazgo y manejo de grupo. Una manera creativa de atraer personas influyentes de todo el país.

Y aquella tarde de otoño lluviosa en el Club El Quilla, en Santa Fe, estaba dejando un concepto tras otro. Las metáforas empapaban de interés a los oyentes y Bielsa no dejaba de dar referencias intensas: “en el individuo está la fortaleza de un equipo”, sostenía la idea y reflexionaba. Y cuando la pelota parecía ubicada en un relegado segundo plano, sucumbió: “Ahora les voy a leer lo que para mí es el fútbol: Éramos todos muy amigos, nos gustaba jugar juntos, intentábamos hacerlo lo mejor posible, atacar mucho y luego recuperarla con la ilusión de volver a atacar, y esperábamos la compañía de la suerte”. La cohesión es admirable. La amistad y la alegría de jugar juntos, se refiere a un grupo unido y a gusto.  El empeño de hacerlo lo mejor posible, procura transmitir el principal cometido de cualquier deportista: dar el máximo. Atacar mucho y recuperarla con la ilusión de volver a hacerlo, exhibe su infinita vocación ofensiva y una alusión casi inexistente a la fase defensiva. ¿Y la suerte? ¿En qué parte de su vida como entrenador, como jugador y como persona fue indispensable la suerte?

Oscurece en la tarde santafesina. El aroma a humedad que dejó la lluvia intensa atrae nostalgia. Nostalgia por un Newell’s que se quedó sin Copa en 1992, por doce pasos perversos. Nostalgia por una ráfaga de males que dejaron a un país sin mundial y a un rosarino con una nueva estima: la suerte.

lunes, 14 de mayo de 2012

Nazareno y un sueño universitario


 “Bienvenido, pase”, le exclamó cordialmente  mientras la mano zurda de aquel seguridad le indicaba la entrada al lugar. Nazareno obedeció al pedido, mientras su cabeza creaba un tendal de conjeturas. “¿Dejarán entrar a un oyente desconocido a la mejor universidad de Sudamérica?”. Los hechos le demostraban que no había demasiada suspicacia ante su presencia. Su primera impresión fue la de un lugar austero. “Tal vez me equivoqué de dirección”, volvió a conjeturar Nazareno y una ola de sospechas le recorrió desde su cabeza hasta sus pies. Pero una cancha sumamente prolija se apareció ante sus ojos y una veintena de muchachos corriendo de acá para allá, dando pases y relevando, le dibujó una sonrisa tan inmensa como sus ganas de aprender. Estaba en el lugar indicado, donde el mayor de los valores es conocer lo que nunca se dijo: que en Sudamérica se puede jugar un fútbol de posesión, que ser intenso no es sinónimo de tener un juego trabado y que ser arriesgado no necesariamente significa estar en desventaja defensiva. Nazareno estaba en la Universidad de Chile.

La vocación de entrenador de fútbol siempre había sido un sueño para el joven Nazareno. Sin embargo, vaya a saber uno por qué, este chico no soñaba con ser cualquier entrenador. Había una única especie que lo cautivaba. “Para ser de los mediocres, mejor sigo el oficio de carpintero que me enseñó mi padre”, decía, sólido, como si su camino estuviera tallado de antemano. Nazareno quería tener un equipo que apueste al buen gusto, a la audacia de ir siempre al frente, de mantener la coherencia de la posesión en la cancha de su barrio o en cualquier otra cancha del planeta. Quería un equipo que certifique a sol y a sombra que el fútbol era un cúmulo de estética, una reivindicación al prodigioso acto de jugar. Así lo quería Nazareno y, si no, no quería nada.

Pero este joven no era uno de esos que prometen con enfrentarse a cuanto problema haga falta para cumplir su sueño. Era una persona muy analítica. Analizaba un centenar de veces cada acción que iba a emprender. Y por una colección de estudios minuciosos y rotundos, Nazareno había llegado a la conclusión de que un equipo suyo solamente podía jugar el fútbol que él pretendía si se desarrollaba en el continente europeo. Acá en Sudamérica no cabía lugar para su utopía sin sentido. Lo había examinado todo. El pasado esperanzador con algunos rasgos de su postura, pero sin una certeza bien definida. El presente nefasto y las conjeturas que podían llegar a acontecer en el futuro, teniendo en cuenta las divisiones inferiores. Nazareno prefería sacrificar su sueño, antes de marcharse a Europa. Porque era de esas personas patrióticas que no abandonaban su continente ni que la humanidad se lo pidiera de rodillas.

Nazareno prefirió continuar con el oficio de carpintero de su padre. Aunque nunca dejó el fútbol de lado, en su totalidad. Siempre algún que otro partido, de algún que otro equipo que le interesaba por su caprichosa manera de ser y de atacar. Hasta que un día alguien en el taller le habló de esta Universidad. Le dijo que eran extremadamente audaces, que demostraban en cada segundo que se posaban sobre el césped que amaban la tarea de atacar. Y transmitían, también, que amaban la tarea de jugar por jugar. Por puro placer. Le enumeró los logros, le contó del prestigio que fueron ganando cada uno de sus integrantes a pesar de ser humildes y desconocidos. Y, por último, le contó la mejor parte: estaban en Sudamérica.

Y si pierde, ¿qué? Y si pasa justo ahora que se insinúa como sólido candidato a ganar la Copa Libertadores, ¿qué problema hay? Ninguno. Porque la esencia seguirá siendo la misma. Y nadie le podrá reprochar nada a nadie. Porque nunca se defraudaron a ellos mismos. Y porque lograron las dos cosas más maravillosas sobre la faz de la tierra: como eran una Universidad, primero enseñaron algo nuevo y como  eran un equipo, después promovieron un sueño. Es el sueño de Nazareno de ser entrenador. Y está más vivo que nunca.

jueves, 10 de mayo de 2012

Simeone le quita el disfraz al fútbol argentino



Ningún disfraz puede durar para toda la vida. Son momentos. Sólo momentos en los que una mentira o un espejismo esperanzador  pueden teñir de claridad los lugares más oscuros. Sin embargo en Argentina se continúa pronosticando a un equipo de estrellas que algún día será, a un torneo competitivo que cautiva multitudes y a una selección gloriosa que avasalla con el peso de su camiseta. Son espejismos que desaparecen cuando la comparación se extiende al otro lado del Océano Atlántico. Son mentiras cobardes que los verdaderos hombres del fútbol no tardan en desenmascarar. Por fortuna, llegaron Simeone y su método. Un ejemplo convincente de una realidad disfrazada.

No hay mejor momento que éste para desenmascarar al fútbol argentino: la situación es perfecta, la realidad habla por sí sola. Diego Simeone se apoderó del cuerpo técnico de Racing Club en el 2011. La actualidad era regular. Había un plantel realmente competitivo para la categoría y una ilusión muy grande de pelear por el título. Sin embargo el cuerpo técnico no pudo rentabilizar las posibilidades, y el equipo terminó  en un nivel promedio a la categoría. De 57 puntos en juego, ganó 32. Concluyó segundo, en un torneo tan vulgar como sus pretendientes. Y sin encontrar respuesta al estímulo, Simeone renunció tras seis meses a cargo del equipo.

A los pocos días, sonó sorpresivamente fuerte en España. El Atlético de Madrid vio en él una conjunción de esperanza y coherencia. Confió, a pesar de su decepción inmediata con el equipo argentino. Y los frutos llegaron realmente rápido. El equipo cambió radicalmente de idea, comenzó un fútbol de ataque, pasó de pelear el descenso a luchar por los puestos de copas y fue obteniendo confianza, a medida que iba superando etapas en la Europa League.

Tal vez, las deducciones revelen la certeza de que en el fútbol argentino hacen falta mejores jugadores. ¿Tan lejos están los futbolistas argentinos a los que se desempeñan en Europa? No parecen haber demasiadas diferencias entre el promedio de unos planteles y de otros. La disparidad sustancial reside en el método. En la manera de pensar y de actuar en un lugar y en el otro. En el resultado que obtiene un gran entrenador como Simeone en los distintos continentes.

En el medio Argentino no se permite innovar, al menos en los clubes donde los jugadores de jerarquía influyen excesivamente en el plantel. No hay manera de presentar un estilo de entrenamiento nuevo y eficiente, más intenso, donde abunden las situaciones de partido y se eviten los reducidos y los ejercicios incongruentes con el método. En la Argentina se entrena por inercia. Porque alguna vez alguien dijo que había que hacer pasadas, trabajos de fuerza y remates de media distancia. Y cuando a algún entrenador de primera división se le consulta para qué parte del estilo de su equipo se realiza ese ejercicio, no hay una respuesta lógica que argumente el cuestionamiento. Pero cuando un procedimiento revolucionario como el de Simeone promueve el avance, el jugador nacional se desgana. Odia salirse de la rutina, como cualquier ser humano.

Por fortuna, en Europa la innovación ya se convirtió hace mucho tiempo en hábito. Y el fútbol ha logrado desenmascarar varias mentiras establecidas. Los espejismos se van acabando en Sudamérica. Porque existen personas como Sampaoli o Martino que los aniquilan día a día.

El botín de la pierna zurda de Falcao García deslumbra a la Argentina con un gol enorme y letal. Ese botín de Falcao encandila a los ojos de quienes intentan analizarlo. Ese botín de Falcao no representa solamente la magia de un jugador magnífico, también es el producto de un trabajo coherente de su entrenador, Diego Simeone. Ese botín y esa cabeza de Falcao no se consiguen en Argentina. Aquí seguimos disfrazando la realidad.



martes, 8 de mayo de 2012

Crónica de otro sueño en Bucarest


Lisandro entendió enseguida que, ni la voz segura y cordial del otro lado de la línea, ni el horario extraño de la llamada, podían formar parte de una broma jocosa. Lisandro era, además de preceptor e incondicional al trabajo, entrenador de fútbol. Primero los oídos, luego el corazón, más tarde las retinas repletas de lágrimas y por último la razón, le avisaron a Lisandro que la llamada provenía del estandarte de todas sus ideas y de la mayoría de sus locuras. El joven de pueblo, el DT de un equipo amateur, el primer devoto del estilo, en este momento está escuchando la voz de su sueño supremo del otro lado del teléfono:
-¿Lisandro? Mucho gusto, le habla Marcelo Bielsa.
El silencio hace proseguir a Bielsa: - Recibí su carta caballero, y me interesaría que se presentara en mi quinta de Máximo Paz a estudiar, analizar y debatir sobre fútbol. El único problema es la inmediatez de su respuesta. Lo requiero aquí desde mañana, a primera hora. ¿Podrá?”.
Un “sí” tartamudo finaliza la charla.

Unos cuantos otoños antes de este otoño, Lisandro se había hecho discípulo de Marcelo Bielsa. Cuando las eliminatorias con Argentina exhibían a un equipo vertical y con un estilo patente, cuando la eliminación prematura en el Mundial 2002 sacudió al fútbol albiceleste, cuando la selección chilena se reencontró con su dignidad seis años más tarde. Lisandro siempre fue defensor acérrimo. Más allá de la adulación de algunos periodistas en los momentos gloriosos, más allá de las críticas extremas en las derrotas sorpresivas. La idolatría de Lisandro se basaba en el método y no en el resultado. En valores y no en anécdotas. En principios que trascendían a un gran entrenador.

Por eso la valía suprema del llamado, el llanto de los momentos posteriores, la emoción de los familiares, la incertidumbre del futuro inmediato y los sueños tan intactos como el día en que fueron gestados.

Eran las 8 de la mañana de un viernes, día posterior a la invitación. Lisandro transpira. Transpira y no tiene tiempo para emociones. Porque llega a una quinta en las afueras de Santa Fe, saluda a un par de asistentes que solamente quitan la mirada de su computadora por puro respeto. Vuelven de inmediato a lo suyo. Llega Bielsa. Le extiende la mano y le asigna tarea. Lisandro tarda. Tarda porque son métodos avanzados a los que no está acostumbrado. Tarda porque creyó que sabía mucho del método, hasta que le explicaron la manera en que analizaban allí los partidos.

Pasan los días en Máximo Paz. Fuera de la quinta, el periodismo habla de la llegada de Bielsa a un equipo español, más precisamente al Athletic Bilbao. Dentro de la quinta, las conjeturas se vuelven hechos. Y Bielsa no para un segundo de exigir. Ven 48 partidos enteros del equipo en la última temporada, más de dos veces.  Crean planillas con los sistemas utilizados, con la cantidad de minutos por puesto de cada jugador, con compactos de cada integrante del equipo, con un análisis riguroso de las instalaciones, de cada miembro del cuerpo técnico con el que se encontrarán en Bilbao.  Se trabajan 12 horas por día. Lisandro tiene los ojos tan grandes como las convicciones. Trabaja y trabaja. No piensa demasiado en lo que vendrá.

Se cumplen 7 días de su estadía en la quinta. La noticia corre como pan caliente entre los trabajadores del lugar: el Athletic Bilbao tiene nuevo entrenador. Lisandro regresa a su pueblo fascinado, tras una experiencia trascendental en su vida, que puede funcionar como una llave hacia el candado de su sueño máximo.

Al mes, decide ir a España, a trabajar ad honorem para Bielsa y el equipo. No se hace nada fácil: Bielsa tiene una exagerada admiración por la palabra exigir. Lisandro trabaja 16 horas diarias y no cobra ni un centavo.  Ocupa los ahorros de toda una vida para subsistir. Son los ahorros que pagan el mejor de los sueños.

Cuando faltaba nada más que un día para emprender el vuelo de regreso a la Argentina, una voz fuerte y convincente vocifera su nombre, desde la oficina contigua al vestuario. Era la oficina de Marcelo Bielsa. Eran un papel, una birome y el contrato que siempre soñó.

Mañana, el Athletic Bilbao de Bielsa puede consagrarse campeón de la Europa League. Lisandro está dentro de ese cuerpo técnico inconmensurable que tal vez pase a formar parte de la historia. Aunque no lo necesita. Porque Lisandro ya es un campeón. Ganó la mejor estrella de todas. La de los sueños que se cumplen. La de un corazón tranquilo, de quien lucha y triunfa.

jueves, 3 de mayo de 2012

Atila el campeón


Atila fue un gran líder, tal vez el mejor. Ni Ayer, ni hoy, ni mañana, quizás nunca sabremos quién ha sido el mejor en qué cosa. Todo se corresponde con los objetivos planteados. La humanidad difícilmente distinga a “un mejor”. Sin embargo, Atila, en lo que hacía, era verdaderamente el mejor. Fue el último y más poderoso caudillo de los Hunos, una de las tribus más importantes de la historia. Fue un líder absolutamente influyente. Su mayor capacidad era la eficacia: lo que se prometía como objetivo, lo terminaba logrando, tarde o temprano. El problema de Atila era la manera de llegar a esos objetivos. Tenía muchos enemigos porque sus métodos eran algo provocadores. Pero no dejaban de ser los más eficientes de la época. Como Mourinho. Como su Real Madrid campeón de la liga española. Como la esencia de un líder tan perfecto y tan reprobado como Atila.

Ni tan aceptado, ni tan estético, ni tan cautivador, el juego del Real Madrid de Mourinho pasaba por otro lado. Fue tan revolucionario como las posesiones infinitas del Barcelona, aunque la gente lo perciba de otra manera. Fue lo más eficiente que existió sobre la geografía futbolística terrestre. Fue, seguramente, una colección de aciertos que concluyeron en la liga más elevada del planeta: la española.

Dicen que para neutralizar un gran modelo de juego (como el del Barcelona) existen tres caminos posibles: mantener tu estilo más allá de la superioridad rival, tratar de imitar el estilo rival o improvisar una manera nueva que evite el desastre. Mourinho encontró un cuarto camino, aún más eficaz que los tres anteriores: planificó un estilo nuevo y mejorado, que le atrajo enormes resultados frente al Barça y frente a grandes equipos europeos. Encontró un balance perfecto entre velocidad y ejecución, entre repliegues y presiones y entre coberturas y desorden. El resultado fue una especie de revolución. Un fútbol pocas veces visto. Con recursos nuevos y desconocidos.

Sin embargo, la opinión popular entrega un rechazo tras otro. Son los rasgos de un equipo tan perfecto como fanfarrón. Son aquellos de camiseta brillante, con los que nunca nadie se siente identificado. Son los poderosos, los adinerados. Son los que, desde el inicio de la humanidad,  generan malestar. A pesar de todo, el fútbol puede entregar una injusticia tras otra, pero finalmente termina triunfando la verdad. Y la verdad hoy es que este equipo fue el más eficiente. El que mejor interpretó el modelo de juego que prevaleció. El que menos errores cometió.

Mourinho gana. Otra vez gana. Su método siempre gana. Y en su figura circula la imagen de Atila: eficiente, líder, vencedor. Y rechazado.

miércoles, 2 de mayo de 2012

Míster, vuelva pronto


En los días funestos en los que un resultado negativo desautorizaba a cualquier intento de justificación, y en las charlas técnicas aburridas donde mil y una palabras no servían para convencer a jugadores desgastados, y en las mañanas frías en las que los ejercicios largos y aburridos parecían innecesarios, la única palabra acreditada seguía siendo la del Míster. El Míster, en España, es sinónimo del entrenador. Porque hace más de medio siglo, los técnicos británicos dejaron un legado enorme en un país, y un término honorable en un oficio. Míster significa hombre. Y hombre seguramente signifique Jósep Guardiola.

Tal vez haya un millar de definiciones y un millón de ejemplos para graficar la palabra hombre. Pero para este momento de la historia no hay mejor manera que hablando de Guardiola. No tiene ninguna relación con la cantidad de trofeos que atesoren sus vitrinas, ni con su presente iluminado por el foco de los flashes. Guardiola es un hombre porque algún día soñó. Soñó con formar parte de algo grande. Soñó con cambiar algo de este mundo y con dejar un legado que exceda a su nombre. Guardiola es un hombre porque cumplió.

Nadie mejor que su equipo para representar su forma de andar por el mundo. La planificación y la espontaneidad fusionadas en una misma geografía, delineadas por valores elevados y principios rotundos. Así jugaba el Barça. Así le demostró a una humanidad vacía que podía ser. Encantador y real, revolucionario y sencillo. Así, también así, juega Guardiola por la vida.

Es una certeza: dentro de un puñado de décadas aparecerán los posters añejos con un regate de Inesta, una pirueta de Messi o, tal vez, simplemente con el cuadro del equipo completo. Seguramente allí aparecerá un cárdigan tan brillante como los ojos de su dueño. Son los ojos de un señor. Un señor que dejó un legado en nuestro fútbol y en nuestras vidas. Un señor que, esperemos, vuelva pronto.