viernes, 29 de abril de 2011

La leyenda del fútbol que nunca muere

La cautivadora cronología del fútbol mundial fue mutando a través de los años. En la década del ’70, una concepción opuesta a la habitual sucumbió en el núcleo europeo. Rinus Michels impulsó en el Ajax de Holanda un estilo de juego prodigioso e innovador; ése mismo modelo tuvo su cumbre en la Naranja Mecánica del ’74. Hoy, a casi cuatro décadas, la leyenda tiene un fiel militante que se encarga de mantenerla presente.

Un fenómeno de velocidad, técnica, precisión y orden táctico se percibe en el video. No, no es el barça; el equipo holandés subcampeón del mundo del 1974 transmitía todo eso. Las similitudes conmueven. La ideología parece casi calcada. El pressing constante,  el juego asociado, una misma cultura que identifica y asemeja a estos dos descomunales equipos.

Jongbloed; Suurbier, Rysbergen y Krol; Neeskens, Haan, Jansen, Van Hanegen y Cruyff; Rensenbrink y Rep, formaba Holanda. El 3-3-2-2 con el que arrancaba, duraba lo mismo que tardaba la pelota en dar un giro sobre sí misma. La Naranja Mecánica era su denominación. Era ambiguo. Por un lado, un estilo de juego automatizado e innato se exhibía cada vez que los holandeses entraban al campo. Pero, por otra parte, la espontaneidad era la esencia del sistema. Nunca se sabía en qué posición aparecería cada jugador. Como en el famoso picado del campito, por momentos Cruyff aparecía de lateral y Krol se iba de delantero. Lo mecánico quedaba a un lado; los naranjas eran un sinfín de sorpresas.

El Barcelona no suele variar la ubicación de sus hombres en el transcurso de un partido. Pero sí se asemejan en la peculiaridad de que todos los jugadores se pueden desempeñar en cualquier puesto ¿O acaso Dani Alves no sería un gran punta? Todos rotan, todos juegan. El propio arquero tiene asumido un compromiso ofensivo. El pase en visión de progreso se vuelve el objetivo primordial y la recuperación del balón un suceso inminente a la pérdida.

No importa la trascendencia del partido, el rival en cuestión y mucho menos los titánicos escenarios, el barça demuestra en cada encuentro ser un discípulo revolucionario fiel. Y, más allá de las dificultades que surgen, logra mantener con vigencia la leyenda del ‘74.


miércoles, 27 de abril de 2011

Retrato de un entrenador eterno

“Todo pasa” aseguran Los Piojos en su afamada canción. La cuestión es sencilla, la cronología deja en evidencia que en la vida -y en el fútbol- todo cumple su ciclo. Sin embargo, siempre existe la excepción a la regla. Siempre hay alguien que se centra en el foco de la discusión por ser el distinto. “Los ciclos siempre caducan”, sostiene la mayoría. Alex Ferguson parece ser la excepción. En el mundo de lo inminente, la persistencia del entrenador del Mánchester United parece nociva.

Medio siglo ha pasado desde que Alex se apoderó del banco rojo. El contexto era muy distinto: las comunicaciones ocupaban un papel secundario y el fútbol estaba desligado del complejo mundo mediático. El paso del tiempo fue dándole a Ferguson un perfil de sigiloso y erudito. Pero obviamente, en aquel entonces también disponían los resultados.  Cuatro caóticos años pasó el DT al frente del equipo inglés sin conseguir ningún título. La institución tuvo cautela; no se dejó llevar por el mundo de lo inmediato. El tiempo le terminaría dando la razón.

En 1990 llegó la primera copa. La FA Cup fue el génesis de una cosecha que parece no tener fin. Excepto en el 2005, el Manchester de Ferguson siempre ganó títulos. Las once Premier League,  dos Champions League, cinco FA Cup y decenas de títulos más, le dieron al entrenador la tranquilidad necesaria para perdurar en su hábitat natural: el Old Trafford.

La historia se percibe como una utopía para los entrenadores, en tiempos donde la relevancia de escasos resultados se vuelve determinante. La formación de lo perecedero parece invariable. Los mismos técnicos son consientes de que la perdurabilidad depende solamente de los resultados; por más que por momentos se quiera inculcar otra cosa.  “Cumplí un ciclo”, asevera la mayoría de los entrenadores, tras una etapa exitosa y una catarata de malos resultados que acaban con el proceso. 

Bajo una manifestación al buen fútbol, el Mánchester de Ferguson venció al Shalcke 04 por la primera semifinal de la Champions League. El fútbol sigue su rumbo, el conjunto inglés continúa hace más de dos décadas entre los mejores del mundo y Alex Ferguson justifica año a año que su ciclo no se cumple, y que el rótulo de Los Piojos no condice con su concepción

lunes, 25 de abril de 2011

La sinagoga del fútbol hace escala en el Santiago Bernabéu


"Un escritor, cuando se desempeña también en periodismo, debe hacer un delicado equilibrio entre la pura información y el ejercicio del estilo. Con el paso del tiempo lo que queda es el estilo: los artículos de Roberto Arlt y de Rodolfo Walsh tenían eso, y aún hoy se los lee con placer"-Osvaldo Soriano.

El fascinante mundo que rodea a la pelota atraviesa una etapa totalmente inusual. El clásico Real Madrid-Barcelona ha revolucionado todo; incluido al propio fútbol.  Dos entrenadores antagónicos que rozan la perfección, innovaciones que marcan tendencia y un nuevo encuentro en el estadio del Real Madrid fusionado por la guerra de estilos.

Si hay algo que ratificó la final de la Copa del Rey fue la oposición de dos modelos de juego distintos ejecutados prácticamente en la excelencia misma. El Barcelona ya no sorprende. Los nombres quedan al margen, la relevancia del encuentro pasa a un segundo plano; el prototipo parece calcado por el mejor dibujante partido a partido.

El Real Madrid, por su parte,  logró reencarnar un arcaico dicho popular: “brilló por su ausencia”. Sí, la pelota. El equipo de Mourinho sucumbió en su máximo esplendor, en los primeros 45 minutos, presionando en todos los sectores del campo de juego. Una coreografía colectiva perfecta que se trasladaba como un cardumen en el mar se exhibió en la primera etapa de la final en Valencia. Interceptando y arribando al arco de Pinto en fracciones de segundos. El contexto exhibía una extraña sensación donde el fútbol se percibía como atractivo, sin embargo la pelota quedaba en un segundo plano.

Mourinho entendió con certezas que es imposible comprimir con tal nivel de intensidad durante los 90 minutos. Por eso, en la segunda mitad, la postal cambió radicalmente. El Barcelona se adueñó de la posesión y los merengues efectuaron un repliegue total. A pesar de los infinitos carriles de juegos, el Barça no pudo quebrar el cero. El intrincado tiempo extra prolongó el antagonismo. Y, tras negarle un pase filtrado a Messi en la mitad de la cancha, el conjunto merengue intervino con su habitual vertiginosidad, y la capacidad de Cristiano Ronaldo hizo el resto. La segunda batalla quedó para el Madrid.

 El miércoles el templo del fútbol cambiará de escenario; esta vez se trasladará al Santiago Bernabéu.  Un nuevo desafío reunirá al mundo futbolero, en otra seductora disputa de modelos. Como a Walsh y Arlt, a pesar de los años, los partidos entre estos grandes equipos se seguirán rememorando; porque más allá del resultado, como bien dijo Soriano, lo que queda son los estilos. 

martes, 19 de abril de 2011

Cultura del juego asociado vs formación individual

El contraste entre el funcionamiento de los equipos argentinos y los europeos es desmesurado.  La correspondencia entre los procesos de formación y el arribo a primera siempre se mantiene dentro de los parámetros lógicos. Por lo tanto, difícilmente la cultura del juego asociado se exhiba en la categoría superior, cuando desde las divisiones inferiores generalmente se apunta a explotar la técnica individual desde la conducción y la gambeta; inversamente proporcional a lo que se suele realizar del otro lado del océano.

El infinito esfuerzo por encontrar una identidad futbolística peculiar se ve totalmente influenciado por las etapas de aprendizaje.  Todo lo cambia; incluido en la visión de un partido del fútbol europeo se puede percibir mucho más fácil la disposición táctica de un equipo que en un encuentro del fútbol argentino.  Los repliegues se advierten de manera sencilla, el pressing constante también y las pretensiones con la posesión del balón son evidentes.

En el fútbol argentino, en cambio, la irregularidad domina la escena. Es mucho más complejo intuir el propósito de los equipos. Y, generalmente, la heterodoxa autonomía triunfa ante una idea colectiva que etiquete una identidad. Por lo tanto, ante una manera individualista de desempeñarse, cuando aparecen destellos de juego asociado se valoran el doble.

Esta corriente europea futbolística de protagonismo y dominio comenzó en la década del ’70, con el Ajax como intérprete y Rinus Michels como el principal impulsor.  El club holandés desarrolló una misma ideología desde la categoría más chica hasta la primera división. Y así, a lo largo de los años, se encontró con una cantera homogénea que llegaba a primera división con un mismo estilo de juego: progreso mediante el juego asociado.

Fueron pasando décadas y el matiz entre Argentina y Europa sigue siendo el mismo: cultura del juego asociado vs formación individual. El tiempo pasa y la selección argentina sigue sin obtener títulos. Seguramente este dilema no tiene relación alguna con las frustraciones nacionales de las últimas dos décadas ¿o sí?

                   

viernes, 15 de abril de 2011

El Shalke 04, un candidato silencioso

Mientras la escena principal en el mundo futbolístico se posa en la semifinal de la Champions que disputarán Barcelona y Real Madrid, hay un equipo que sin alardear se infiltró en la mesa chica. La historia se hace a un lado, cuando la eficiencia de un sistema promueve los buenos resultados. El Shalke 04 de eso sabe, y mucho. Su casi nula cronología en la Liga de Campeones y su anónima aparición entre los mejores de Europa no fueron suficientes para acobardar a un equipo que, sin experiencia, plasmó un modelo de juego vigoroso y rentable.

Un prototipo eficiente desde el génesis suponía en los alemanes a un equipo con proyección. Sin embargo, se sabe de antemano que  los despiadados play offs de la UEFA Champions League suelen favorecer injusticias. Pero el Shalke siempre se mantuvo al margen. Sin problemas para clasificarse puntero en una zona de grupos compleja, con el Lyon y Benfica como principales candidatos. Con prudencia, despachó al poderoso Valencia en los octavos de final. Y, con dos actuaciones impecables, goleó al Inter de Milán en los cuartos, sucumbiendo ante todos los pronósticos, que aseguraban al equipo italiano entre los cuatro mejores.

Vertiginosidad, cautela en los momentos difíciles, total eficiencia en los relevos, algunos de los axiomas básicos que identifican al equipo alemán. El sistema no es vulnerable ante la supremacía de los grandes conjuntos europeos, tampoco frente a los estrepitosos escenarios que decoran las etapas finales de la Champions. Ya lo demostró con el Inter, el modelo de juego no se ve afectado por nada.

El Shalke se percibe, entre los cuatro equipos finalistas, como el más debilitado para la prensa mundial. Seguramente el prestigioso plantel del Real Madrid, la hegemonía en el modelo del Barça o la asidua presencia del Manchester en etapas decisivas funcionan como espejismo al momento de calificar  estilos de juego; y, frente a mayúsculos rivales,  el conjunto alemán se intuye endeble.

Posiblemente la exigua participación en la Liga de Campeones condene al Shalke a ser  rotulado de infiltrado en la mesa chica. Ni el experimentado Metzelder, el equilibrio de Papadopulus, la sublime verticalidad de Jurado y Farfán, ni el mito viviente de Raúl son suficientes para contrarrestar la excentricidad de los otros tres finalistas. Sin embargo, con una identidad patente basada en certezas y argumentada por un sistema eficiente,  el equipo alemán, sigiloso, va por la hazaña mayor.

miércoles, 13 de abril de 2011

El mundo leproso fusionado por un mito viviente

Dichosas las generaciones que aquel 22 de diciembre del 2009 se emocionaban al unísono por una misma causa. Abuelo, padre e hijo dialogaban eufóricos sobre ese equipo de gladiadores y su entrenador que en 1990 transitó por toda América hambriento de gloria. El estadio cambiaba de nombre y todos estaban allí por una misma razón. Devoción para un ser que demostró durante toda una vida que Newell’s Old Boys de Rosario lo era simplemente todo. Reverencia para un hincha que supo, desde su locura en el oficio, llevar al leproso al primer plano continental durante su paso. Marcelo Bielsa, ése 22 de diciembre -el loco, como no podía ser de otra manera-, dejó de ser un emblema en la vida de Newell’s, para transformarse en un mito viviente.

Ese mismo 22 de diciembre, pero 19 años antes, el escenario era otro; la cancha auxiliar del estadio de Ferro se transformó por un momento en santuario. Un hombro recio caminaba solitario, como un león enjaulado, rezando por lo bajo, escapándole a tanta ansiedad. Los seis minutos de diferencia entre el partido que Newell’s había disputado ante Ferro y el encuentro que jugaban San Lorenzo y River lo adjudicaban todo. Un gol del equipo millonario dejaba a los rosarinos sin título y al hombre recio sin motivos por los cuales seguir viviendo. La radio portátil del ayudante de campo Carlos Picerni envió una última señal y el estadio explotó de satisfacción. El equipo leproso era campeón. A lo lejos aparecía el hombre que de recio ya no le quedaba nada. Se fundía en un abrazo con todos y cada uno como un hincha más. Con los ojos de cristal, debelaba una consagración histórica. Y, con una expresión conmovedora, exclamó un grito que pasó a formar parte de la inmortalidad, de cientos de banderas, de un símbolo que sintetiza la historia del equipo leproso: “¡Newell’s carajo, Newell's!”.

Apasionado en el oficio, con una coherencia admirable entre lo que dice y lo que hace, Bielsa es un asiduo promovedor de los sentimientos. Así lo dejó demostrado en una conferencia en Chile donde le preguntaron si alguna vez se podría esperar en él una reacción como aquella en Rosario, donde se lo vio tan eufórico; con un sutil gesto de melancolía, respondió con su habitual sinceridad: “difícilmente quiera a otra camiseta como quiero a la de Newell’s”.

La mirada, vigorosa, se mantuvo inalterable desde la niñez. Desde el mismísimo día en que, cuando todavía era un púber, le comunicaba a su familia que se iba a vivir a la pensión del club. La misma mirada inmutable que con 24 años y pocos partidos en primera anunciaba su retiro del fútbol. Los mismos ojos se mantuvieron intactos cuando ante ochenta mil personas, en el estadio Morumbí, los corajudos hombres de rojo y negro fueron derrotados por penales en la final de la Copa Libertadores ante el San Pablo, bisagra en la historia del club. Las pupilas nunca se dilataron por más que su ciclo como entrenador leproso denotó fecha de vencimiento o su regreso al banco del Coloso, esta vez al visitante, como DT de Vélez, exhibió una extraña sensación.

La posibilidad de que Marcelo Bielsa volviera a la escuadra rosarina, en los últimos días, mantuvo en vela a todo un país futbolero. En Rosario, centenares de personas se movilizaron al Monumento a la Bandera y a la propia casa del astro. En Buenos Aires, también un puñado de fanáticos apoyó la cuestión marchando al obelisco. Sin embargo, en la tarde de ayer el presidente del club entregaba un comunicado que manifestaba la respuesta negativa de entrenador.

Desconsuelo, angustia, desazón, todo se resumía en la respuesta del DT.  Las memorables generaciones soñaban con reencontrarse, una vez más, por una misma causa. Desilusionados deberán seguir esperando. Habrá que aguantar un tiempo más para rememorar aquel grito emblemático de las entrañas del loco; porque, como bien dijo el presidente de Newell’s Guillermo Llorente en el comunicado, “Marcelo, otra vez será”.


lunes, 11 de abril de 2011

Boca y un sinfín de detalles que pocos ven

"El problema es que vos lo estás mirando, y no lo podés ver”,  aseveraba alguna vez un erudito, demostrando que  en cuestiones elementales muchas veces el ser humano evade reglas esenciales del análisis, y cae en la argumentación inocente; ésa que tiene un disfraz de complejo, aunque en realidad rebasa de ingenuidad.

Boca Juniors se encuentra en el epicentro de una tormenta que parece no tener fin. La mayoría de los periodistas, rotundos y metódicos, insisten en que el sistema que utiliza Julio Falcioni es el principal culpable de la debacle. La racionalidad queda al margen. La carencia de lógica en el mensaje queda al descubierto, cuando se concluye en el absoluto de un sistema, dejando de lado el análisis de un sinfín de pormenores que intervienen en el estilo.

Boca no juega bien; es evidente. El 3-4-2-1 que plantea Falcioni es un mínimo detalle. Mucho menor aún el hecho de que, en la historia del equipo xeneize, la trilogía defensiva nunca haya triunfado. Los verdaderos puntos de cuestión se centran en la idea de juego que presenta. Confusa y anárquica, la metodología no descubre un excéntrico punto de inflexión. La defensa  presenta errores básicos que en cada jornada se traducen en goles rivales. El perturbado ataque no expresa un objetivo colectivo: ¿posesión? ¿juego aéreo? ¿contragolpe vertiginoso? Y el vacío de una intención común plasma en  números la carencia del tan necesitado juego de equipo.

Pero ante todos estos problemas, ¿A qué juega Boca? La abundancia de nombres no parece ser compatible con la militancia a un modelo homogéneo. Encontrar vías de circulación se presenta como un grave problema. Los carrileros pecan de recios. Los encargados de crear juego no filtran pases interiores. Los defensores exhiben gran incapacidad al momento de ejercer como continuadores en la posesión. El referente de área adolece de recursos en el juego preciso. La defensa y el ataque actúan como prácticas antagónicas y nunca en una misma escena. Las transiciones desbordan de lentitud. La ocupación racional de los espacios parece ignorarse. El uno contra uno es muy débil. Y, en un clima hostil, el conjunto de estrellas escasea de una identidad propia.

A pesar de los desaciertos colectivos, el Boca de Falcioni logró vencer a algunos rivales; y hasta se dio el lujo de estar a cinco puntos de la cima y aspirar a conseguirla. En un torneo donde la irregularidad funciona como denominador común y el buen juego como un electrocardiograma en marcha, Boca tuvo cierta eficacia. El prestigio de sus individualidades pudo disimular, por momentos, la falta de orden táctico del equipo. Y, con pinceladas de un artista postmoderno, Juan Román Riquelme le dio al conjunto boquense una cuota extra de oxígeno.

En este contexto, la farándula del fútbol critica el asunto, como si la cronología de un sistema podría determinar algo dentro del campo de juego. Los argumentos de un estilo sobrepasan a cualquier otro tipo de discusión.  Sin embargo, decenas de periodistas continúan en la senda del análisis ilógico. Y, asimismo, dejan en claro una única cuestión: aquel erudito tenía razón, el ambiente del fútbol está mirando el problema, pero sólo unos pocos se encargan de poder verlo.

lunes, 4 de abril de 2011

El único sistema que da lugar a la polémica

La línea de tres es un foco crucial de discusión en todas partes del mundo.  Cuando la receta parece inexistente y la demanda casi nula, el Nápoli de Italia demuestra que puede funcionar como un sistema eficiente y que los puntos débiles del estilo pueden quedar neutralizados ante un amplio conocimiento y un laborioso desempeño.

                A pesar de que varios eruditos en la materia ratifican una y otra vez que los sistemas no se discuten, hoy sí intentaremos refutarlo; procurando dejar en jaque a un modelo de juego que carece de discípulos y también de grandes conocedores vigentes.
                              
                Pero, ¿por qué la línea de tres tiene tan pocos pretendientes? ¿Es sólo porque la calamidad de las pelotas cruzadas hace a este modelo de juego una víctima por excelencia? Es cierto que es uno de los núcleos, pero no el principal.

                Marcelo Bielsa, un entrenador que prevalece el sistema por sobre los jugadores, es un fiel militante de la los tres en el fondo. No importa las características de sus hombres, él siempre creyó conveniente un juego basado en la verticalidad, influenciado por este modelo.     Y es que con tres defensores, generalmente, todo pasa por el juego vertiginoso. Esa particularidad que se disfraza de aliada principal a la hora de las rápidas transiciones, se convierte en el epicentro del problema cuando el “golpe por golpe” se hace frecuente.

                El eje problemático de la cuestión aparece al momento de descomprimir. Al evitarse el uso de laterales, la amplitud se vuelve un problema, por más que los extremos o los volantes por fuera de un atinado mediocampo con 4 hombres intenten suplir las carencias de los marcadores de punta. El desmarque de apoyo, función vital de los defensores laterales, se vuelve defectuoso. Y es ahí, cuando dilatar el juego debería ser esencial,  en donde el partido se convierte en un incesante  generador de precipitaciones.

                A todo esto, ¿Por qué el Nápoli de Walter Mazzarri es eficaz ante la utilización de este modelo? El equipo italiano entendió a la perfección cómo abortar los puntos débiles y explotar al máximo las virtudes del sistema. Los dos stoppers de la línea de tres son fundamentales. A la hora de atacar, pasan rápidamente a gravitar pegados a la línea lateral, buscando la amplitud necesaria que fomente la descompresión en la mitad del campo. En ése momento, el doble cinco pasa a ser esencial; ya que ante una inminente pérdida,  ambos  retroceden automáticamente y se adhieren a la línea defensiva, contrarrestando cualquier intento de contragolpe rival. Por último, los dos volantes por afuera cumplen una función sustancial; frente al perjuicio de las pelotas cruzadas, deben ser los más inteligentes al momento de intuir y frustrar un cambio de frente adversario, que se dirige con el fin de romper líneas de presión.

                Mientras varios expertos no se cansan de asegurar que los sistemas no son motivos de discusión, que sí lo son los jugadores que actúen en ese sistema, la trilogía defensiva  parece contradecirlos. Cuando la fórmula parecía inexistente y los seguidores extinguidos, apareció el Nápoli de Mazzarri; y con un segundo puesto en el calcio italiano que atormenta al Milan, el equipo azul le devolvió a los amantes de la línea de tres una manera eficaz de volver a la vieja escuela.  





  

viernes, 1 de abril de 2011

El Barça y un amor incondicional

El Barcelona sólo tiene una enamorada: la pelota. El equipo español ha perdido escasos encuentros en los últimos años. Sin embargo, hay alguien que hace ya tres años que no se despega de su lado; su único amor. El conjunto dirigido por Pep Guardiola cumplirá tres temporadas sin haber sido derrotado en ningún encuentro en la posesión del balón. Con el objetivo patente, y las estadísticas como testigos, el Barça no deja de arrasar en los registros.
               
                La mítica y cautivadora pelota, esa que en el siglo XVI llegaba al mundo ignorante de los infinitos pretendientes que lograría tener, parece haber encontrado un aspirante fiel. Allá por mayo del 2008, el Real Madrid de Schuster fue el último privilegiado en poder cautivar la posesión de la soberana, ante la mirada atónita del Barcelona, que en aquel entonces comandaba Frank Rijkaard.
               
                Laborioso y eficaz;  devoto a un estilo de juego sustentado por la posesión, el Barça presenta el punto de inflexión que cautiva a la pelota. Cuando la tiene la cuida como oro.  Una técnica prodigiosa como base en el período de formación le dio al conjunto español una de las fórmulas esenciales a la hora de enamorarla. Como si se tratara de un botín hecho de arena, los controles son fantásticos y la orientación privilegiada.
               
Cuando no la tiene en su poder, hace lo imposible para reconquistarla. No importa la ubicación, en manos de quién esté y mucho menos las intenciones. El Barcelona se fastidia. No tolera pasar más de tres segundos sin su enamorada.

                Como alguna vez Juan Ramón Carrasco, DT de River de Uruguay,  personificó en una charla técnica mediática, el equipo de Pep Guardiola aparenta tener la receta perfecta. Y es que  hace ya tres años, en una intensa demostración de amor, la pelota parece haber encontrado a su príncipe azul.

El Real Madrid y un coral de recursos tácticos

             El majestuoso sistema de juego del Real Madrid es un habitué de las sorpresas. Cuando las vertiginosas transiciones parecían ser el núcleo del estilo, Cristiano Ronaldo se ausentó, y el conjunto merengue demostró tener un abanico de medios.
               
¿En qué se basa un entrenador al imponer un prototipo de juego? ¿Sólo se apoya en los jugadores o  más allá de todo aplica su modelo predilecto? José Mourinho denotó, una  vez más, un laxo caparazón de sistemas; los jugadores, el rival y hasta la cancha pueden alterar un planteo. El Racing de Santander fue espectador de lujo, ante el imprevisible juego propuesto por  los merengues.

Si bien la esencia del equipo madrileño nunca toleró la horizontalidad y las conducciones paulatinas con la pelota, los peculiares cambios de ritmo se vieron intrincados por la ausencia de uno de los principales protagonistas, y con la presencia de Adebayor, el Real Madrid irradió con un  exitoso plan b: la posesión.

                El metódico y arrollador juego que propone el equipo de Mourinho cedió en Santander ¿Cuáles fueron las causas? O bien el entrenador se vio perturbado por la ausencia del vertiginoso Cristiano Ronaldo, o tal vez el grado de rebeldía de los jugadores fue suficiente para modificar, por un corto período, el característico sello de Mou.

                Frente al Lyon, el Madrid regresó a ese vértigo esencial. Y es que, tal como en el encuentro anterior seguramente la determinación de algunos nombres habían sido fundamentales en el estilo de juego,   esta vez la presencia de Ronaldo y Di María le regresaron al conjunto español su innato dinamismo a la hora de las transiciones.
               
                El equipo de Mourinho reveló contra el Racing y el Lyon dos maneras antagónicas de desempeñarse.  Y es que a esa velocidad arrolladora que tantos réditos le da a la hora de los cambios de ritmo, le agregó una pisca de serenidad que, al momento de descomprimir, puede funcionar  como un modelo esencial.